Bebito gigante - Capítulo 8



Puedes ver el vídeo arriba y ver al chico protagonista en vida. Para visualizarlo mejor en tu mente y verlo con su pañal puesto.





8

 

Una amiga del internet

 

 


Era ese mismo momento en que al joven Gabriel le seguían cambiando su pañal, ya le habían quitado las manchas de popó de todas sus bonitas, bien formadas pompas, ahora la señora Érika le pasaba una última toallita húmeda por sus entrepiernas y quitando algún resto pegado a los testículos de su bonito joven de 16 años, su bebito gigante, pero al ver la toallita en sus manos, no habían manchas de popó. La mujer echó  todos los papeles que usó dentro de una bolsa y también el pañal, haciéndolo bolita, cuidando que toda la popó esparcida en el algodón se mantuviera en su sitio, por batirse ahí mismo como si fuera mermelada. La señora Érika le olió las pompas a su joven para asegurarse que no oliera mucho a suciedad, pero sintió que aún olía a popó a pesar que ya estaba limpio, y lo mejor que pudo hacer, fue echarle un poco de aceite corporal, uno con el mismo aroma de los pañales. Gabriel levantó sus pompas, sintiendo las manos de su madre pasar por su línea, sin sentir mucha pena.

Por último le pusieron otro pañal, denso y absorbente. Gabriel estaba maravillado con la capacidad de ser de esos productos, con la empresa que los fabricó. El joven se quedó con la playera y el pañal a la vista para estar ahí en casa por esa tarde, y al ponerse de pie, ayudó a su madre con llevarse la bolsa con los restos de su limpieza a la basura. La señora Érika no se perdió la oportunidad de siempre, de ver a su chico de 16 años con sus pañales, sus bonitas pompas, esa hermosa curva colorida de algodón.

Mientras Gabriel iba caminando, pensaba en su celular, sabía que lo había traído a casa, no lo perdió en la escuela ni en la calle. La desaparición repentina de su dispositivo lo estaba vinculando con su madre, ella era la única que lo pudo haber tomado de donde lo dejó, no había nadie más, su padre no se hallaba por el momento. Sospechaba mucho que algo había hecho, algo mal, si no, no se lo hubiese quitado, pero por más que hacía agilizar sus pensamientos para descubrir la razón, no podía. Se preocupaba mucho por las tareas escolares, por las lecturas en los grupos donde enviaban información; además, porque quería seguir a las otras personas castigadas usando pañales como él, eran historias muy buenas, coincidían mucho con su vida, y le inspiraban para ser mejor joven con actitudes infantiles.

Por lo pronto, como era una bonita tarde, Gabriel se fue hacia su cuarto de nuevo, quería hacer uso de su computadora, y puso la mirada donde la tenía siempre. ¡Oh sorpresa! Tampoco estaba su computadora, y fue ahí donde comprendió que era su madre. Sintió un poco de enojo y entonces, fue con ella caminando rápidamente con el ceño fruncido, mientras el pañal le sonaba por cada uno de sus pasos.

Al llegar con ella, limpiaba su despacho en casa, teniendo cajas con documentos y tareas viejas de sus alumnos universitarios para tirar a la basura. Antes de decir una palabra, la señora Érika se le aproximó poniendo su mano derecha en el bulto frontal del pañal, luego pasó la mano por sus pompas palpando si estaba mojado o sucio de nuevo, diciendo:

─¿Ya se ensució de nuevo mi bebito gigante en su pañal? Mira que bonitos dibujitos tienes en el frente…

En eso, el joven le dijo:

─Mami, ¿Por qué me has quitado mi celular y mi computadora? Creo que hasta ahora no he hecho nada mal.

La señora Érika sonrió un poco, luego puso su gesto serio, respondiendo:

─Por que le están haciendo una limpieza. Contraté un servicio. No te preocupes, pronto te los devuelvo.

Gabriel sintió un alivio al escuchar que fue su madre quien confiscó sus equipos electrónicos, pero la duda de ese servicio le hizo preguntarle:

─¿Qué clase de limpieza? No tienen virus.

─¡Les están haciendo una limpieza, no te preocupes!─.

El joven se sintió ignorado así como su madre acostumbraba a hacerle en esos tiempos de castigo con los pañales, y con su molestia interna, le dijo:

─¡Pero no tenías derecho de quitármelos así, me hubieras avisado! Ya mucho has invadido mi privacidad con esto de los pañales. ¡Eso es una gran tontería de tu parte!─. Respondió Gabriel, haciendo evidente su molestia, esperando que su madre expresara alguna culpa y se le hincara en llanto.  

─Bueno, en primer lugar, jovencito, recuerda que el control de tu vida lo tengo yo en todos los sentidos. Aunque no estuvieras así en esto de los pañales, de todos modos te lo hubiese confiscado sin previo aviso. En segundo lugar, recordemos de quién es la culpa en general… ¿fue mía, o tuya? ¿Quién de esta casa se ponía pañales para hacerse popó y se los arrojaba a la casa del señor Joshua?...

Con la segunda mención, el joven Gabriel se quedó en silencio, sus bonitas mejillas rojizas, enseguida recordó aquellos días cuando se ponía los pañales comprados en la farmacia para ensuciarse con sus grandes depósitos de popó para luego arrojarlos como una pelota a la casa de su vecino; de ahí toda la decadencia de su privacidad. Afirmó a su madre todo eso con mover la cabeza, luego ella dijo:

─Bien. Ve a entretenerte con tus cosas de niñito, compórtate como tal, veo que lo haces excelente. Y recuerda, si necesitas un cambio de pañalito, puedes venir a decirme─.

─¿Pero me podrías decir cuándo me devolverás mi celular? Me preocupa por mis tareas, por esa forma es que veo los avisos y todo en general en la escuela─.

─Yo te los daré en tu mano, mi bebito gigante. Ahora ve a divertirte, porque la tarde se te va, ya casi se pone la noche, y me imagino tienes juegos que hacer─. Repuso la señora Érika, continuando en sacar cajas con polvo y granitos de polilla lejos de su espacio.

Gabriel no dijo nada más, confió en que realmente le iban a hacer una limpieza a sus equipos electrónicos, pero de todos modos, se prometió buscarlo ahí en casa hasta por debajo de las piedras para ver lo que le hicieron.

Se fue caminando hacia su cuarto, para inventarse un juego de los infantiles para pasar la tarde. Caminó con los crujidos plásticos de su pañal. La señora Érika no se perdió el verle las pompas a su hijo, envueltas por su bonito pañal; le encantaba mucho eso. 

Al llegar a su cuarto, se puso a sacar los juguetes que de niñito le gustaban mucho, varios los había sacado su madre para esas dinámicas. Puso toda la caja en la cama, regando los juguetes, observándolos con sus bonitos ojos de joven. Igual que un niñito encantado por la magia de los juguetes y la vida imaginaria en ellos, imitando voces para cada juguete, se puso a jugar:

─¡Oh miren!, este bonito soldado, ¡¡Que puede volar!! Vuela… fiuh, fiuh… pero de pronto, le surge un enemigo, es este bonito oso todo sucio, lleno de polvo, pero está bien, y pelean… ¡Pum-pum!

 

Y el joven Gabriel así hizo con los demás juguetes, pronto los puso en el suelo; los carritos en una fila y los movía como su imaginación iba poniéndose creativa, y se oía: ¡run-run… el carrito, run-run! ¡Y el oso, pelea, no seas cobarde!   

 

La señora Érika escuchaba que su bebito gigante estaba jugando en su cuarto como le sugirió, y no quiso quedarse sin la evidencia para luego preguntarles a los de la empresa. Se fue en breves pasos por su celular y grabó de inmediato a la distancia a su gran hijo de 16 años jugando como un niñito de 6 años, recordándolo a esa misma edad, con esos mismos juguetes y los nuevos que le compró para la ocasión. Se le hizo tan tierno, pero no podía comprender cómo es que le salía a su joven ese comportamiento sin problemas, una vez más, sentía que todo se le venía encima y lo del castigo ya no estaba dando resultado. No podía recordar ya, si se lo había impuesto solo para que su Gabrielito se fastidiara de los pañales para siempre, o para que los usara en casa y fuera feliz sin dañar a los demás. Ya habían sido tantos compromisos cerrados con la empresa INFANTEX en cuanto a pañales y mobiliario para algo que no le veía sentido, le daba mucha ansiedad pensarlo; para no sufrir, mejor se puso a terminar de acomodar unas últimas cosas en casa, a revisar sus tareas a sus alumnos de mayor edad.

 


En la noche…

 


Gabriel se quedó sin ganas de jugar, de pronto la magia de su niño interno se le apagó, observando el entorno de su cuarto lleno de temas infantiles, los pañales en su sitio. Sonrió un poco por todo eso, pero en el fondo, extrañaba lo demás, todo lo que podría tener un chico de su edad en su espacio privado. También se había hidratado bien, bebido casi tres vasos grandes de agua y el poco de jugo de la tarde cuando comieron el rico pescado empanizado y las verduras. Tanta agua bebida mientras jugó le dio ganas de orinar, y sin problemas, confiando en su pañal, dejó salir lentamente los chorritos de su pipí, que fluyeron como un chorro, lo normal en un joven de 16 años. No perdió la oportunidad de tocarse la parte frontal para sentir ese calorcito invadiendo el algodón, sobarse las pompas, respirar ese rico aroma a pipí mezclado con el talco y las fragancias infantiles, era una sensación tan hermosa. Muy en el fondo, a pesar de perder sus cosas, agradecía tenerlo.

 

La señora Érika le cambió el pañal a su joven cuando el momento fue el apropiado, al tener ese pañal bien lleno de pipí.

Así la mujer, antes de la cena y de comer unas piezas de pan, acostó a su joven en el mueble cambiador, sacándole el pañal y como siempre, limpiándole con mucho amor su pene y sus pompas, observando la típica erección de su hijo, despejando los aromas a pipí a su fina piel, sin importarle que en sus manos se le quedaban algunos pequeños restos de líquido pre seminal al limpiarle la puntita de su glande con toallitas, así no quedaran manchitas blancas que causaran malos olores.

La mujer pensaba en esos instantes, que si tenía un bebé de esa edad, tenía que seguir con sus cuidados maternos, no permitir que olieran mal las pompas ni el pene de su hijo con cualquier fluido o mancha. Era su mejor y mayor sentimiento maternal retomado al ser la madre de un bebito gigante, y reconocía su razón de haberle dicho a su hijo que en esa zona iba a poner mucho su mirada el tiempo que durara todo el asunto, aquel día escolar de inicio cuando no se quería quitar su calzón de tela en el baño. Por último en la limpieza a la zona del pañal, mientras su joven estaba con las piernas levantadas sobre su pecho y abiertas, le dijo:

─Antes de dormir, te voy a afeitar tu pene de nuevo, hijo, como ya habrás sentido, los bellitos ya te están regresando y si no los cortamos, van a crecer muy rápido, no quiero que estorben cuando te limpie tu colita con las toallitas y el papel─. Dijo la señora Érika, pasando su mano derecha en la línea de las pompas de su joven, limpiando por última ocasión su ano y todo ese hermoso espacio.

─Está bien─. Dijo Gabriel, usando su voz infantil, la cual sonaba con una mezcla de voz de joven y una de niño. También sintiendo rico los cariños de su madre al limpiarle.

─Vamos a darte un baño. Mi bebito gigante debe oler bien antes de dormir y tener su próximo pañal─.

─Bueno.

Gabriel dijo eso y se fue caminando tomado de la mano así desnudo, con su pene en erección. Al llegar al baño, al joven le dieron un conocido baño, tallando bien su cuerpo entero. Lo único que le hacía falta sentir a Gabriel, era una explosiva eyaculación por tantas caricias en su zona genital por las suaves manos de la hermosa señora Érika, mientras ella hizo la afeitada con la navaja, dejando todo el alrededor del pene, ano y testículos sin bellos, al menos, eliminó casi todo; si quedó alguno no habría problema por ser diminuto.

Al terminar la ducha a Gabriel, la mujer le puso otro pañal y se fueron a cenar los ricos panes que esperaban con el agua caliente para hacerse café. Cenaron y se rieron sin problemas por ahora…

 


Dos días después…

 


La rutina fue la conocida en la casa de Gabriel y su madre. El joven iba bien en la escuela. Ya nivelado, casi era como los mejores alumnos pero con ciertas fallas; podía hacer sus tareas a tiempo y no atrasarse con sus profesores, pero por no tener su celular, le costaba mucho saber los temas y avisos que se daban de un momento a otro, siendo la única forma de saberlos por medio de los mensajes.

 

En la tarde después de la escuela, Gabriel fue llegando a la universidad donde trabajaba su madre. Tenía unas grandes ganas de hacer pipí, las iba resistiendo con fuerza, lo malo era que iba sintiendo escapes involuntarios en su calzón, y no quería mojarse en pleno espacio escolar de los muchachos mayores y le hicieran burla. Así que ingresó rápido, cerró la puerta y como faltaba un poco para que ella llegara, decidió ponerse un pañal.

Se fue caminando hacia el rincón donde los habían colocado para discreción, por si alguien del personal higiénico ingresaba y hacía movimiento de las cosas. Con gran destreza tuvo el pañal en sus manos, lo abrió y con toda prisa fue abriéndose el cinturón, el botón, el cierre y bajándose las dos prendas; ahí se dio cuenta que sí se había mojado en el calzón, pero no fue mucho. Para más apoyo se acostó en el suelo, abrió las piernas lo más que pudo y se colocó el pañal bajo las pompas, subiendo rápido la parte frontal y cerrando las cuatro cintas.  

Fue liberando el chorro de su pipí lentamente, pero la urgencia era más fuerte y sacó todo sin piedad, disfrutando ver teñirse de amarillo denso el algodón; incluso liberó unos breves gases que le hacían sentir todo el pañal por dentro como un globo.

El tiempo de su liberación de pipí fue casi el mismo de un joven promedio haciéndolo en el baño, pero él, en su pañal. En medio de ese silencio en el despacho de su madre, Gabriel escuchó unos sonidos muy conocidos; eran unas vibraciones y luego un pitido muy familiar, uno que le hacía saber de un mensaje importante…

¡¡Era su celular!!

¿Cómo no lo había sospechado? ¿Cómo no se le había ocurrido buscar en el despacho de su madre? Se preguntaba él ahí, terminando de sacar los últimos chorros de pipí, incluso sin poder frenar.

Rápido se subió su pantalón escolar, su calzón, ocultando el enorme bulto que le producía el pañal infantil a su talla. Entonces fue siguiendo el lugar a donde se escuchan esos sonidos, y se dio cuenta que provenían del último cajón en el escritorio. Rápido tiró de la gaveta pero no pudo abrirlo, tenía candado. Pero al ver los cajones de arriba, supo que si los sacaba todos, llegaría al último y podría meter la mano. Pensó en las consecuencias de hacerlo, obtener las cosas confiscadas por su madre antes de que ella hiciera la devolución… luego se le vinieron los recuerdos de las historias de pañales en el internet, los temas de otras personas, esas narraciones tan excitantes que le ponían su pene tan duro…

¡¡Manos a la obra!!

Al apilar los cajones, enseguida puso su mirada en el interior, viendo su celular con la pantalla apagada y el foco encendido, los logotipos de las aplicaciones de mensajería con el número de mensajes sin leer. Como si fuera la última Coca-Cola del desierto, metió la mano y sacó su amado aparato.

Rápido comenzó a ver sus mensajes, abriendo los grupos de chat. Respondió a los amigos que pudo y luego volvió a los buscadores de internet, a las páginas donde publicó un perfil y puso sus datos de contacto, para que las otras personas que les gustaban los pañales y estaban castigados como él, le pudieran contactar.

Fue ahí, que le llamó la atención un mensaje en un foro, con el perfil de un conejito color rosa, y eso no era todo; al ver el dibujo con mucho detalle, se percató que ese conejito animado estaba usando un pañal color blanco, a pesar de ser un dibujo, tenía muchos detalles peculiares del gusto hacia los pañales. El instinto varonil le dijo que posiblemente era una mujer, dudosamente alguien se pondría una foto de un conejo con detalles muy femeninos. Luego vio en el asunto de mensaje, que decía: Hola, creo que somos de la misma ciudad, yo también uso pañal y vivo algo parecido. ¿Te gustaría que hablemos?

Gabriel  en ese momento, sintió su piel muy erizada, ahora la emoción era diferente, mucho más a cuando descubrió que no estaba solo en esa pasión a los pañales. Con solo imaginarse a una chica de su ciudad con la misma pasión, con casi el mismo estilo de vida… comenzó a latirle durísimo su corazoncito. Con las ganas de hablarle de inmediato, se sentó en la silla de su madre, sintiendo que la pipí se esparcía en todo el algodón por dentro. Se preparó con su teclado digital para escribir un mensaje. Y puso:


Hola, muchas gracias por escribirme. Mi nombre es Gabriel Montesinos Aguilar. ¿Tú cómo te llamas? ¿Me dices que vives en la misma ciudad que yo? Yo vivo en la ciudad de Galván. Mira yo uso pañales porque en primera, siéndote sincero, me gustan mucho, pero ahorita tengo un castigo, mi mamá me los pone y me trata como bebé, siempre que me habla me llama por: “Bebito gigante”. Te puedo contar mucho más si incluso, nos vemos en persona porque vivimos en la misma ciudad. Te mando muchos saludos.

 

Gabriel envió el mensaje, deseoso de que esa chica respondiera lo más rápido posible.

Justo ahí, tanta dedicación en leer-responder los mensajes de sus compañeros escolares y sus amigos, Fernando y Fabricio, al final a la chica de su ciudad, se perdió cuando iban a abrir la puerta del despacho de su madre. Y era ella.

─¡Gabriel! ¿Qué estás haciendo con eso? ¡Te dije que yo te lo iba a dar!─. Dijo la mujer, cerrando, sin dejar de sostener el volumen de libretas y hojas en donde le dieron las tareas sus alumnos universitarios.

El joven sintió que los muros del lugar se le vinieron encima, pero por fortuna, las ganas de poder conocer a una chica, hasta el momento una mujer, le hicieron mantener la cabeza cuerda, y le dijo a su madre pensando la excusa perfecta:

─Perdón mami, tuve que hacerlo, porque en mi salón están enviando muchos archivos digitales y son resueltos por medio del celular, igual tareas. Lo siento, pero lo necesito─.

La señora Érika se quedó en silencio unos dos segundos, luego fue caminando hacia su escritorio, un poco menos alterada.

─Bien, hijo, está bien. Puedes tenerlo de vuelta, igual tu computadora, está ahí mismo en el cajón. Y vámonos a casa, haré unos huevos con salchichas y verduras, porque me estoy muriendo de hambre─.

¡Menuda victoria! Pensó Gabriel. Rápido sacó todo y lo echó a la mochila. El joven se quitó el pañal en el despacho para que no se lo vieran los muchachos mayores que andaban caminando en el campus con sus mochilas y libros. Se fue con su madre de esa universidad después de unos diez minutos guardando todo.

Al llegar a casa, la señora Érika puso a su joven otro pañal, no quería que se le hiciera popó en el calzón así como en los pasados días. Con esa calma hizo los alimentos, y comieron.

Más tarde, cuando la señora Érika se aseguró que su bebito gigante podría navegar en internet con toda libertad, se fue a encerrar a su cuarto, para disfrutar el espectáculo.   

 

Gabriel revisó que su celular tenía un mensaje en el foro donde le escribió a la chica. Abriéndolo:


“Hola, Gabriel, mi nombre es Carolina Alejandra Gómez Rodríguez, igual mucho gusto. Y sí, también vivo en Galván. Si tú eres el chico de la foto, déjame decirte que estás bien guapo. Claro que sí me gustaría conocerte en persona. Pero sería bueno en alguna plaza y comamos algo, aunque sea un helado. ¿Qué dices? Te mando un abrazo.

 

Gabriel sentía de nuevo que le vibraba todo el ser, la emoción no le dejaba pensar claramente, quería solo arrancarse el pañal para masturbarse con la idea de conocer a una chica, una mujer de su ciudad con sus mismos gustos. No tardó en responder.

La chica también no tardó en mandar otro mensaje por medio del foro. Al final, los dos acordaron encontrarse en la plaza donde estaba el cine, el supermercado y muchísimos locales más.

Con eso, Gabriel se fue hacia su cuarto, para poder iniciar a pensar la petición de permiso a su madre, y fue cuando ella ingresó caminando, ya lista y preparada para retornar las pocas horas por la tarde en la universidad. La mujer le indicó a su joven:

─Para esta tarde tienes que hacer limpieza de todo el espacio para el auto. He tomado la decisión de que vamos a guardarlo en la cochera y necesito que esté todo limpio. Después, hay que podar el pasto de la calle, está muy largo y se aprecia nuestra casa como un terreno olvidado, nos podría saltar Tarzán encima por tanta maleza. Debe estar avanzado todo eso para cuando regrese de la universidad. ¿Entendiste?

Gabriel sintió un latigazo en su espalda… justo cuando se había organizado para salir y conocer a una persona, una chica, le llegaban con semejantes compromisos, cuando antes ni siquiera tenían importancia. Era cierto que la pequeña vegetación en la acera en su casa estaba bastante crecida, había más maleza que pasto, pero eran otras personas quienes limpiaban; en su cochera no se acostumbraba a limpiar, sobre todo por la abundancia de polvo y muchos cachivaches en cajas, de los cuales, era su padre quien tendría decidir si algo se iba a la basura.

─¿Lo puedo hacer en otro momento?─. Preguntó Gabriel, lleno de temor por su compromiso, esperando un sí…

─No. Debe avanzarse hoy, lo más que se pueda….

─¿Puedo hacerlo mañana?─.

─No.

─¿Pero por qué?

─Necesito que se avance en esos dos temas, no hay tiempo que perder─. Dijo la señora Érika.

─¿Lo puede hacer otra persona como siempre?─.

─No.

─¿Lo puedo hacer en la noche?─.

─¿Por qué tanto deseo de que sea en otro momento?─.

Gabriel escuchó la pregunta de su madre como si fuese hecha por algún profesor de su escuela, de esos tercos que no iban a dejar pasar la asignatura por más prórroga que se pidiera. Y algo le hacía presentir que la necedad de su madre tenía muy malas espinas encima… y le dijo:

─Bueno… te quería comentar que deseo salir a la plaza Cool. Por eso te pido me puedas dejar hacer esas tareas de la casa en otro momento. ¡Te juro que las haré!─.

─Bien. Para cuando regrese de la universidad, quiero que esté avanzado un poco con ambos encargos. Prepara las franelas para limpiar la cochera y las tijeras para podar el pasto. Recuerda mi querido bebito gigante, todo eso debe estar hecho un poco, o si no, verás las consecuencias. Y recuerda más, cuando vuelva, debes tener puesto el pañal.

La señora Érika dio media vuelta y se fue en camino a la puerta de su casa, llevando en su bolso enorme los papeles y algunas tareas para dejar en su despacho.

Gabriel se puso a dar patadas y a maldecir su suerte en mudo; quería romper las sillas, romperse la cabeza, arrancarse el pañal para arrojárselo a su madre en la cara… su furia era enorme, recordando al personaje Hulk de Marvel, solo le faltaba ponerse verde.

Cuando la señora Érika se fue en el auto, Gabriel se quedó sentado en el sillón de su casa, pensativo, lleno de esa horrible furia. Lo menos que quería era suspenderle a esa chica nueva y perderla para siempre…

 

Esa idea de perderla para siempre, le hizo levantarse, arrancarse con furia ese pañal e irse a buscar un buen pantalón, un bonito calzón que mostrar si se daba la ocasión y presumir una bonita playera de joven. No se quedaría con las ganas de hablar con una chica sobre los pañales, todo eso del tema ABDL, lo conocido en internet desde hacía días, cuando se hizo popó en el calzón para su madre por primera vez, al menos, en una prenda íntima.

Gabriel se vistió con nueva ropa, limpió su pene y sus pompas con una toallita para no llevar aromas a talco ni a la fragancia infantil que su madre le echaba no oler a popó a pesar de estar limpio. Se vistió con el resto de ropa y preparó su celular, varias monedas y billetes que le alcanzaran incluso si su madre le echaba de casa.

Corriendo a la velocidad de la luz, le puso candado a todas las puertas y al hallarse cerrando la entrada principal, observando la libertad del inmenso mundo, comenzando por su colonia, supo que al otro lado le esperaba una chica que usaba pañales, castigada como él o parecido, ya lo sabría bien al conversar. Si se negaba a irse, podría salir ileso, pero no quería perder esa oportunidad de conocer a una chica con el gusto hacia los pañales. Lo que le hiciera la lunática de su madre, lo podría soportar…

 

Y se fue en camino a la zona de taxis, corriendo a toda prisa; incluso le vio el señor Joshua, y el hombre, negó con la cabeza echándose una pequeña risa, recordando las innumerables veces que le vio desde su ventana, siendo cambiado de los pañales por la señora Érika. Lo único que ese hombre ermitaño pensó al verlo correr, fue: “con tus padres lo vas a pagar, muchacho, estoy seguro”.

 

Mientras tanto, Gabriel tomó el primer taxi que vio, le pidió ser llevado a la plaza Cool y así fue.

Iba nervioso, el tráfico era normal a esas horas de la tarde, pero a él le parecía que a propósito todo colapsaba, se hacía lento.

Hasta que por fin, llegaron a la plaza Cool. El conductor iba a iniciar a hacer fila en los autos para aproximarse a la entrada, pero Gabriel le pidió que lo dejara ahí. Le pagó con las monedas y salió disparado de la unidad igual que un tapón de sidra. El conductor se quedó con los aromas a infantil en su auto, reconociendo que ese joven cliente tenía gustos raros en las fragancias.

 

Entonces, Gabriel corrió, ingresó por la puerta principal y caminando normal como las otras personas, fue aproximándose al punto de encuentro con la otra persona, la chica que usaba pañales.

Ya estaba listo, el punto de encuentro estaba ante él, solo necesitaba dar la vuelta a la esquina y llevarse la sorpresa de si ahí ya estaba ella o la esperaría. Dudó unos veinte segundos con las manos sudorosas, liberando unos pequeños chorritos de pipí sin sentir en su calzón por sus nervios. Tras no haber tiempo que perder, caminó, dio la vuelta y entonces, vio a esa persona…

 

 

 

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