Bebito gigante - Capítulo 10








10

 

Celos de madre

 

 


Gabriel iba caminando hacia su casa, en su mente iba teniendo las canciones más bonitas recordando los buenos momentos con Carolina. No podía creer que había estado con una chica amante de los pañales, con quien se había dado un pasional beso, todo parecía un sueño, una fantasía, así como su castigo con los pañales, pero no, era parte de esa realidad, la misma a la que tenía que responder una vez ingresando a su cálida casa, ya podía sentir en sus mejillas las bofetadas por parte de su madre o sus nalgadas. Aún iban molestándole las ganas de hacer pipí, su calzón ya iba bien mojado por una parte de enfrente, no era mucha pipí, pero sí la suficiente para haber puesto a oler un poco fuerte toda la prenda bajo el pantalón.

El muchacho igual iba haciendo señales a los taxis para que le llevaran a su casa, pero ningún chofer quería levantarle por precauciones en general, mucho menos por verlo ser un jovencito, de rostro bonito, ninguno de los pervertidos quería tener problemas al perder la consciencia ante un chico como ese, ni que el mismo chico resultase aliado de cualquier criminal y ellos mismos fueran asaltados o algo peor.

Así que Gabriel no tuvo opción alguna que seguir caminando.

 

Tiempo después…

 

Gabriel por fin se fue acercando a la colonia donde se hallaba su cálida casa. Como un vago perdido en un desierto, aunque le dolieran los pies y le dieran ganas de arrancárselos, corrió fuerte, alertando a los perros de los vecinos y a los guardias nocturnos.

Gabriel se detuvo un poco al ver la casa del señor Joshua, y en ella al hombre que le expuso a la autoridad de la señora Érika. El joven no quiso saludarle, se acordó del mensaje de su madre, donde le decía ella que una vez más, ese mezquino hombre le había soplado sus acciones. Ya estaba harto de él, quería tener una sola oportunidad para vengarse, pero no se le venía algo bueno, no quería cometer otra locura y acabar con castigos peores. Así que solo se fue corriendo hasta la puerta de su casa. El señor Joshua al ver a Gabriel a sus pompas, las pudo ver bien, sin nada de un redondo relleno, supo que no estaba usando pañal, y se quedó riéndose mientras bebía una pequeña copa con vino.

 

Seguido, Gabriel se quedó ante la puerta de su casa. Giró la perilla de la puerta, en un intento de saber si su madre estaba allí. Al abrir fácil, tuvo su respuesta. Al entrar, ¡Oh sorpresa! Ahí no estaba ella. Entró, cerró.

Por la pena que sentía, los nervios causándole escapes de pipí sin sentir, mejor decidió que sus propios ruidos fueran los que llamaran a su madre, no quería entregarse por sí mismo a la justicia, y se fue corriendo hacia el baño.

Al llegar, abrió la puerta, la que por suerte no tenía ese candado puesto por su madre. Rápido entró, sin dilaciones se bajó le cierre, bajó el elástico de su calzón y jaló su pene, apuntando como en los viejos tiempos al agua en el inodoro. Todas sus ganas de hacer pipí salieron como una fuerte cascada, parecía que la llave del lavadero se estaba fugando. Gabriel se dio cuenta que por tanto usar pañales, había perdido un poco la puntería al agua en el inodoro, con su pipí salpicó el suelo y la orilla del retrete blanco. Eso le dio risa, era felicidad y nerviosismo al mismo tiempo. También Gabriel sintió las ricas cosquillas de siempre al orinar, su vejiga fue liberando esas tensiones por retener mucho tiempo ese largo chorro, y poco a poco se fue quedando vacía.

Segundos después, el bonito muchacho sacudió su pene, cuidando no quedaran ganas de sacar más por el momento, y haciendo pujones con los músculos de sus esfínteres, sintió ganas de hacer popó, por todo lo que comió al estar con Carolina en esas caminatas. No era que todo lo comido ya hallase hecho digestión, esas comidas aún las tenía en su estómago e intestinos, solo eso mismo le pedía el espacio; era como un tobogán, cuando un niño empujaba al que se atoraba en la punta. Prefirió no hacer popó en el retrete, era buena oportunidad, igual era hacerse en su calzón puesto, ya tenía toda la popó en la punta de su ano, solo bastaba pujar fuerte, pero algo le decía que sería más confortable hacerlo en un pañal, era bueno preferir ya los pañales a esas alturas de su castigo. Así que solo echó agua al retrete, lavó sus manos con poca agua y salió.

Caminó a beber agua para hidratarse. Por todo el sudor en la espalda, hasta tenía la garganta igual que un desierto.

El muchacho se llevó dos minutos bebiendo agua, vaso tras vaso de agua fría en el refrigerador devolvieron la hidratación a ese hermoso cuerpo de jovencito, y la decisión de llamar a la señora Érika fue efectiva, ella fue apareciendo lentamente detrás del chico, igual que un fantasma. La mujer se quedó observando a su hijo, su hermoso gemelo en el sexo opuesto, a quien amaba con locura extrema. Observándolo sin hacer ruido con sus respiros, la señora Érika se sentía traicionada, su rostro era el de cualquier mujer cuando se entera del engaño de su esposo, pero en ese momento era el de su hijo, era exactamente ese sentimiento de traición; su mayor amor en la vida, no podía entender cómo era que su hijo estaba buscando experiencias con chicas y no con los pañales en casa, con ella para atenderle con todo. Pero siguió sin hacer ningún ruido ahí detrás de él, con el mismo rostro decepcionado a punto de llorar, solo observando las pompas a su joven, le gustaba hacerlo, sabía que con su forma bonita no estaba llevando pañal.

 

Fueron segundos de tanta observación de la señora Érika y de Gabriel bebiendo agua, cuando los sentidos de Gabriel se activaron en el momento, detectando otra presencia, y conociendo a su madre por siempre aparecer por detrás, se dio vuelta.

─Ya vine, mami─. Dijo Gabriel, temeroso, con sus hermosos ojos bien abiertos por la sorpresa.

─Si, te tengo frente a mí─ dijo la mujer, cruzando los brazos, buscando medir su impulsiva forma de ser─. ¿Quién era esa chica con quien estuviste?

Gabriel no supo qué decir, no podía saber cómo se enteró su madre de su ida con aquella chica. Pero no tuvo más remedio que hacer la pregunta:

─¿Cómo te enteraste?

─Tengo mis ojos en todas partes, no te preocupes. Lo que me llena de enojo es que lo volviste a hacer, te volviste a salir sin mi permiso, no hiciste nada de lo que te encargué para la casa, y todo eso era enserio─. Dijo Érika.

─Mami, tenía que ver a esa chica, te estuve diciendo que podía hacer las labores de la casa en otros momentos. Y lo voy a hacer aún, no tienes que preocuparte ni enojarte, voy a hacer todo eso, solo no quiero dejar de ver a esa chica─. Dijo Gabriel, con nervios y seguridad al mismo tiempo.

─Bien, eso espero. ¿Y por qué te quitaste el pañal? Sabes bien que debes traerlo puesto, a pesar que estés en casa, sigo siendo yo quien aprueba que no lo tengas puesto, recuerda que eres un bebito gigante─. Añadió Érika.

─No quise que la chica supiera esto, quien ahora mismo es mi novia. Así es, tengo una novia que también usa pañales, nos besamos y nos contamos nuestras cosas con los pañales. A propósito, quería comentarte que tengo ganas de hacer popó, me venía aguantando fuerte en el camino… ¿puedo hacer en el baño rápido?─. dijo Gabriel, con una sonrisa y confianza enorme, como si su madre fuera su mejor amiga de la escuela, y vaya que lo era en antiguos tiempos antes de todo eso con los pañales, antes de cambiarle como un bebé con todas sus pompas llenas de popó, pero ahora era reservada en su papel auto asignado. Pero el muchacho se impresionó cuando la mujer le gritó:

─¡¡No… no te vas a hacer en el baño!! ¡Vamos a tu cuarto ahora mismo, quiero que te hagas en el pañal!─.

Gabriel sintió la molestia en el tono de voz de su madre, a lo que no puso resistencia. Se fue caminando por delante de ella; por un lado era bueno poder hacerse en el pañal, pero le daba inseguridad el tono de voz con que su madre le hablaba. Y así caminó sintiendo la larga tira de popó se acumulaba en la punta de su ano.

Como era lo habitual, los dos llegaron. Gabriel se acostó en el mueble cambiador, ayudando con sacarse los zapatos. La felicidad de haber conocido a Carolina y estar en casa era mucha, podía sentir la confianza de todo a pesar que su madre estaba molesta, y se le podía ver en su rostro ofendido, como a punto de llorar.

La señora Érika le sacó el pantalón por los pies, teniendo vista del calzón que se puso su joven, observando la mancha de pipí en la tela, en ese hermoso bulto. Le preocupó que se halla hecho pipí así, pudo sentir que el uso constante de los pañales estaba ocasionando fugas sin sentir. Luego deslizó la prenda íntima del joven por las piernas, observando una manchita de popó en la tela interior, apresurándose, sabiendo lo que significaba eso, no quería que su bebito gigante se hiciera ahí acostado sin pañal por la urgencia o a propósito como aquel día. Sin perder tiempo, sacó un pañal de los de abajo, lo abrió y lo puso bajo las pompas de su chico. Como el pene de Gabriel no estaba tan erecto, lo pudo poner con la puntita hacia abajo con su mano, sintiendo esa cálida temperatura. Ajustó los laterales con las cuatro cintas y las pegó.

─Bien, mi bebito gigante ya está con su pañalito puesto. Ahora es hora de hacer popó─. Dijo ella.

Gabriel se quiso levantar feliz, bien sentía el pañal abrazando todas sus partes íntimas, sus pompas, bien ajustado, su madre ya tenía buena puntería como él con las cintas. Pero luego, la mano de la señora Érika le impidió que se bajara del mueble cambiador…

─¿Qué haces?─. Preguntó Gabriel, volviendo a acostarse, pensando que su madre quería echarle perfume o algo más.

─Nada grande. Como tienes ganas de hacer popó, quiero que mi bebito gigante se haga aquí mismo ante mami─. Respondió la mujer.

Gabriel puso fuerza para sostener la popó en sus pompas para poder pensar la idea. Y le dijo:

─Pero no me he intentado hacer acostado, boca arriba─.

─Pero si has hecho popó sentado en el carro, como aquel día, ¿ya lo olvidaste?─. Dijo la mujer, dando palmaditas al pañal del joven por la parte de enfrente.

Gabriel sentía la presión por ambas partes, la de su cuerpo reteniendo la popó y la de su madre. Su vergüenza se hizo evidente, y la señora Érika pudo saberlo al ver las mejillas de su hijo color rojizas, y para demostrarle su confianza, ella recostó su cabeza en su estómago, como dándole un abrazo, y le dijo:

─Anda, hazte popó aquí para mami, en tu pañal, ya estás listo, estoy aquí para cambiarte. Cuando eras un bebé real, y un niñito, te hacías ante mí en cualquier momento, incluso cuando te daba miedo al dormir. Lo que sea yo lo haría por ti. Yo te limpio todo. No tengas miedo─.

Gabriel sintió el aroma de las cremas para cabello que usaba su madre cuando ella puso su cabeza en su estómago, las cosquillas y presiones eran muchas, así que no quiso seguir resistiendo. Confió en ella así como dijo, sobre todo cuando escuchó las palabras de “lo que sea yo lo haría por ti”, porque justo esas letras decían la canción real que bailó hacía ratos cuando estuvo con Carolina en la discoteca de aquella plaza, el sentimiento de una persona hacia otra era evidenciado en esas pocas palabras. Ya no tenía por qué seguirse resistiendo.

─Voy a hacer en mi pañal ahora─. Dijo Gabriel, con su tono de voz angelical, la ficticia.

La señora Érika volvió a ponerse de pie.

Los dos se vieron a los ojos, y cuando Gabriel puso fuerza para ir sacando la popó, cerró los ojos, para concentrarse, liberar sus intestinos, principalmente no perder la imagen hermosa de su chica, el bonito rostro de Carolina, si hacerse popó en el pañal ante su madre aseguraba más momentos con ella, valdría muchísimo la pena.

La señora Érika esperó ansiosa, como si su premio fuera un billón de dólares, con una presión en su pecho, estaba ansiosa de quitarle las ganas a su hijo de estar con una chica, cuando le estuviera limpiando toda la suciedad, ahí tomaría la oportunidad. Entonces su momento comenzó a suceder al ver a su joven hijo de dieciséis años pujar como un bebé, como un niñito. Rápido le llegaron los primeros olores a popó, escuchó los gases sonar dentro del pañal, sonidos de la popó sólida de su joven, sonidos de la popó como diarrea, todo lo sucio se estaba esparciendo dentro del pañal. No solo eso pudo ver ella, igual vio un poco de pipí poner amarillo el algodón frontal del pañal, éste no fue mucho, porque recordó que su hijo había orinado al llegar a la casa.

Gabriel pujó cuatro veces con los ojos cerrados, pensando en Carolina, era su mejor visión al cerrar los ojos, en ellas sacando largos tirajes de popó, sus gases que sonaban ¡¡Prff – Prff!!  Todo lo sucio llegó a invadir hasta sus testículos.

─Qué bonito te haces popó para mami, mi Gabrielito, mi bebito gigante─. Dijo la señora Érika, con ternura, inclinándose a darle un beso a Gabriel en su mejilla.

El joven no pudo sentir ese cariño tan profundo, su concentración se había apoderado en hacer bien en el pañal, sacar toda la popó de su cuerpo, no dejar nada en la puntita de su recto, de todos modos tendría mucha más comida abundante para convertirla en esas sucias y mal olientes masas. Gabriel abrió sus piernas para facilitar a su madre darle ese cálido beso, y al volverlas a unir, sintió venirse toda la suciedad por todas partes, sabía que cualquier movimiento le haría derramarse la popó por las barreras de las entrepiernas.

─¿Ya acabaste?─. Preguntó Érika.

Gabriel pujó un poco, para sentir si ya era todo, al igual que cuando lo hizo en el retrete en los viejos tiempos, y al percibir venir un poquito más de popó, le dijo que no a su madre, y ella sonrió.

Después de pujar ese último poco de suciedad, ahora sí Gabriel estaba listo para un cambio, bien sucio por dentro del pañal. La señora Érika preparó las cosas de nuevo para limpiar y también su tiempo de esa tarde para quitarle las ganas de estar con una chica; si su hijo de dieciséis años era su bebé gigante, iba a ser como su hombre, su esposo, solo suyo y de nadie más.

La mujer comenzó a abrir las cintas del pañal, una por una, haciendo lento ese proceso, realmente quería hacer vivir esa experiencia a su hijo en grande, como adulta conocedora, sabía bien cómo hacerlo, se lo había hecho al responsable de haberle dado a ese hermoso muchacho con el pañal bien cagado. Miraba a su hijo a los ojos, sonriéndole, igual que una buena seductora. Gabriel no se movía, no quería causar derrames en el pañal.

Al tener la última cinta pegada, la mujer la despegó con cuidado, sabiendo que toda la suciedad esparcida por dentro iba a querer salirse en cualquier movimiento brusco. Y abrió la parte frontal del pañal, haciendo brincar al pene flácido de su hijo, el cual se fue poniendo un poco erecto sin apenas haberlo tocado.

─Miren nada más, mi bebito se hizo popó aquí en su pañal para mami, todo sucio está mi bebito gigante. Ahora mismo vamos a limpiarle toda su piel íntima para que no huela tan mal─. Dijo Érika, sintiéndose una madre tan afortunada. Y vaya que lo era, porque para cualquier ABDL en el mundo, muchos darían lo que fuera para que sus hijos de esa edad de dieciséis años, o menos, estuvieran así de sucios en un pañal.

Gabriel cooperó para que su madre tuviera facilidad de hacerle limpieza, sin mover mucho sus piernas, puso sus manos a los lados, pero mejor puso su brazo derecho sobre su frente.

La mujer comenzó a cortar trozos de papel higiénico, con los cuales fue limpiando las entrepiernas de su joven hijo, retirando manchas grandes de popó, con los restos visibles de los alimentos recientes, sobre todo cáscaras de fibra, tomate y de cilantro. Con una mano limpiaba y sacaba los papeles sucios, poniéndolos al lado del pañal, y con la otra mano le sostenía el pene a su hijo para que no estorbara; bien podía pedirle a Gabriel que él mismo se sostuviera su erecto miembro, bien proporcionado, como una zanahoria de quince centímetros, pero quería tener el dominio de esa bella dotación, que bien le recordaba al pene de su esposo, y podía ver que el glande de Gabriel dejaba salir secreciones de líquido pre seminal, como si fuera una ligera miel. En el interior de la mujer le encantaba eso, no negaba que ya quería iniciar, pero quería eliminar toda mancha de popó.

Así que la señora Érika fue limpiando primero las entrepiernas de Gabriel, sus testículos, todo con su perfecta precisión y cuidado; tomándose su tiempo, sonriendo, mirando a los ojos a su hijo, demostrando su confianza, como lo prometió, al mismo tiempo que sacaba los papeles batidos de popó. Luego, cuando el muchacho ya estaba sin manchas en esa área, le indicó que ya podía levantar las piernas sobre su pecho, así como siempre, y el joven, con mucha popó todavía en las pompas, así lo hizo con cuidado, sosteniéndolas con sus brazos, siendo tan obediente para mami, dejando ver esas bellas pompas que la vida le dio bien batidas. La señora Érika igual fue limpiando con trozo de papel tras trozo de papel, con todo su amor, doblándolos bien para no mancharse mucho los dedos como le pasaba siempre en anteriores cambios de pañal.

 

Momentos después…

 

Gabriel estaba listo, ya todas sus pompas, su ano, sus entrepiernas, testículos no tenían manchas de popó. La señora Érika estaba apartando el pañal de su hijo a una breve distancia, dentro estaban todos los papeles hechos bolita, doblados de una forma decente con todas las manchas mal olientes.

Cuando Gabriel se quiso poner de pie, la señora Érika le puso la mano nuevamente en el pecho, evitando que se fuera a ir.

─Espera, no hemos acabado esta sesión─. Dijo ella, con tono serio, reflejando de nuevo su rostro lleno de sentimiento, como si fuera a llorar, pero era lleno de celos, y no se iba a ir a dormir sin hacerlo. Justo en esos segundos, la mujer comprendió porqué su hijo tenía acciones así de decididas, firmes aunque dañaran a los demás en ciertas formas, pero no quería ponerse a pensarlo, era ahora, o posiblemente nunca…

Como Gabriel no había dicho nada mientras su madre le seguía haciendo presión con la mano en el pecho, ahora sí lo dijo:

─Pero si ya me limpiaste todo, además ya me hice popó acá ante ti.

La señora Érika no hizo caso a eso, solo obedecía a su concentración decidida, a ese sentimiento en su interior, a esa adrenalina de mujer. Luego empezó a ver a su hijo a los ojos, como hacía minutos al limpiarle sus pompas, y le dijo mientras iba deslizando sus manos hacia el pene erecto del muchacho:

─Mi bebito gigante quiere tener novia, ¿no? mi bebito gigante quiere tener una novia, ¿no? ¿Quiere que esa chica llamada Carolina le haga esto?

Érika hizo una pausa, llevando su boca al pene de su hijo, decidida, TOTALMENTE DECIDIDA, como se lo había pensado todos esos momentos limpiándole la popó, no le importaba nada, ni lo que pensara su hijo, ni su esposo, ni los profesores, ni la ley, ni su esforzada carrera, ni la vida, mucho menos el señor Joshua, NADA LE IMPORTABA, solo evitar si así era necesario que su precioso hijo se fuera con esa chica a vivir cosas con los pañales y su inversión en pañales y muebles ABDL se fuera a la basura. Así como un asesino mata sin piedad tirando el gatillo, Érika comenzó a hacerle una rica chupada con mucha pasión, igual a como su esposo, igual a una paleta, bajándole el prepucio, todo el glande, descubriéndolo en su bella forma, sintiendo el calor de esa extremidad ahora en el interior de su boca, después de haberlo sentido por varios días en sus manos. La mujer sentía además los aromas a toallitas húmedas en la piel de su hijo, por tener cerca sus pompas un poco más debajo de los testículos, reinaba en esa piel íntima un aroma aún a popó pero ya no tan fuerte. Gabriel sintió los labios de su madre en su pene, no negó que se sintiera rico, demasiado rico, fue como cuando se masturbaba él mismo.

La boca de su madre era muy resbalosa, sentía que la saliva de su madre humedecía más su glande y producía muchas más cosquillas por las cuales cerrar los ojos, poner presión en su pene para tenerlo más duro, algo muy bien venido por parte de una chica, por Carolina, por ejemplo, pero por ella, ¿su madre?

─¡¡Mami, no tienes que hacer esto!! ¡¡No tienes que hacerme esto, NO TÚ!!…

Dijo Gabriel, empezando a molestarse seriamente, reuniendo su furia, su carácter a sus dieciséis años, queriendo ponerse de pie; si su madre fuera otra persona con malas intenciones, ya le hubiese puesto una tremenda patada en la cara. El cerebro del joven ordenó en dejar de poner presión en su pene durísimo, pero la fuerza de su madre volvió a insistir, debilitándose de placer, volviendo a acostarse con la mujer encima. Érika le sostenía del pecho con la mano derecha, y con la izquierda ponía en posición el pene de Gabriel para seguirlo chupando rico y lento. La señora Érika en su interior sinceramente se excitó, lo reconocía, los aromas a semen de su hijo y algunos restos de pipí le encendieron el alma, quería detenerse, pero ya no podía, no podía, la consciencia le ponía razones para hacerlo, pero su decisión firme de llegar con su hijo hasta la eyaculación y tener su semen blanco en sus manos era fuertísima, era el mismo nivel de decisión en la tomada de ponerle pañales como castigo. También el nivel de su decisión era el mismo de cuando quedó embarazada de ese mismo hermoso joven, cuando se entregó como mujer virgen.

Gabriel se quedó con los ojos cerrados, permitiendo que su madre hiciera eso, no quería herirla, ni física ni sentimentalmente, le era molesto, pero también placentero, reconocía que ella sabía cómo hacerlo, era un buen estilo.

─¿Te gusta bebé? ¿Te gusta que te lama el glande? Lo hago mucho mejor que una chica, ¿No?─. Decía Érika, con el mismo tono de una prostituta, lamiendo el pene de su hijo como un helado de chocolate.

Gabriel reconoció la habilidad de su madre, le chupaba bien rico su pene erecto, y si ella estaba dispuesta a masturbarle y chuparle hasta eyacular, mejor lo aceptó. Y le respondió:

─Si, sigue así, mami…

La señora Érika siguió haciéndolo. No solo eso, sino con su sabiduría adulta, también le pidió que levantara de nuevo las piernas sobre su pecho, como si le fuera a limpiar las pompas sucias, pero no, ella sacó su boca del pene y sonriente, igual a una mujer perversa, llena de celos por que la estaban reemplazando por una chica, le pasó los dedos por el ano, dándole caricias, luego le introdujo un poco un dedo, para estimularle la próstata. Gabriel solo gemía, respiraba hondo y gemía; cuando sintió que en su ano estaban dos dedos de su madre, sintió raro, pero luego de cinco minutos permitiendo eso, mirando hacia el techo y a los ojos de su progenitora, vinieron una serie de cosquillas a todo su cuerpo, eran las mismas cosquillas de cuando hacía popó, las que siente cualquier hombre, y se le erizó la piel. No pudo negar que se sentía riquísimo, quería decirle a su madre que dejara de hacer eso, pero el placer proveniente de su ano era intenso, calambre tras calambre le llegaba a todo el cuerpo.

La señora Érika se daba cuenta del gozo de su hijo, podía ver el escurrimiento de líquido pre seminal en el glande de su joven, era una preciosa miel, y cuando le cambiaba el pañal le había encantado ver eso, estaba haciendo sus sueños realidad, resolviendo la duda de a qué sabían los fluidos varoniles de su hijo de dieciséis años. También pudo ver que en su dedo índice y el medio estaban manchas de popó, pero como siempre en los cambios de pañal, la popó no le importaba, era su precioso hijo y lo que fuera lo haría por él, incluso masturbarlo.

Como ella también estaba excitada con las mejillas rojizas, ya no quiso aguantarse las ganas. Reconociendo que su hijo no tendría problemas con verlo, ella metió su mano dentro de su pantalón buscando su vagina, al principio le costó por estar usando solo una mano, pero logró deslizar su mano en el elástico de su pantalón y su calzón de mujer, el cual era prenda similar a las que usaban las niñas, porque no había perdido el encanto de ese estilo de ropa interior y a su hijo le había comprado muchas prendas con estampas infantiles para usarse en ese castigo.

Cuando Érika ya tenía los dedos de su mano derecha dentro de su vagina, comenzó a masturbarse, haciendo el movimiento. Gabriel no podía creerlo, su madre se masturbaba al mismo tiempo que ella volvía a llevar su boca a su pene erecto y le seguía estimulando la próstata con el dedo. Era tan placentero todo eso, pero tan incómodo al mismo tiempo… nunca se imaginó que el gusto hacia los pañales y el castigo con ellos le iban a llevar a estar en esas escenas…

 

Entonces para ambos estuvo llegando el momento cúspide, la señora Érika no dejaba de masturbarse con la mano, con fuerza evitaba que su hijo se levantara para irse, a cambio le daba más placer lamiéndole el glande y estimulando su próstata con el dedo en el ano. Ella sentía su vagina húmeda, hasta sentía orinarse de tanto placer, chupaba el pene de su joven hijo, le miraba a los ojos, diciéndole con la mirada que podía venirse cuando quisiera…

Gabriel disfrutaba eso que le hacía su madre, ¡¡Dios… por qué no me estimulé mi ano con los dedos… vaya cosquillas… Mmmm!!

 Gemía el joven con los ojos cerrados, pensando en su preciosa chica apenas conocida en persona.

Como Érika y su hijo tenían buena conexión, siempre la tuvieron desde que Gabriel fue realmente un bebé, la mujer bien pudo presentir cuando su hijo estaba por eyacular, e igual ella programó su orgasmo; en su excitación también quería introducirse el pene erecto de su precioso hijo, su gemelo, pero la poca consciencia cuerda en esos segundos le decía que no.

Cuando Gabriel ya no pudo soportar más el placer, tuvo que darle fin a esas ricas sensaciones, era difícil luchar contra los estímulos que aumentaban el placer en su ano y los de su madre con su boca en su pene. Entonces…

¡¡¡Mmmm… Mmmm… Ahh… Uff!!!

Fueron los gemidos en la eyaculación del joven, del bebito gigante de la señora Érika, respirando hondo, casi cansado, como si hubiese corrido un maratón. Gabriel sacó una gran cantidad de semen blanco en la boca de la mujer, y ella al sentir el aroma a esa sustancia, el palpitar del pene de su hijo, también dio paso a su propio orgasmo. Ella frotó para dejar venir sus fluidos y seguir circulando los calambres de placer en todo su cuerpo que no estaba desnudo. Y también tuvo su orgasmo en ese momento… dando casi los mismos gemidos…

Para no desperdiciar nada en ese momento, la señora Érika se tragó todo el semen de su hijo, terminando de masturbarle para que salieran las últimas porciones y quedaran en su mano. Luego le devolvió la postura al prepucio de su hijo, cubriendo el glande.

Los dos quedaron mirándose, llenos de sudor en todo el cuerpo. La mujer limpió sus manos con las toallitas húmedas, sacándose los restos del semen ya transparente y las manchas de popó que le quedaron en el dedo por introducirlos en el ano de su joven, terminando de sentir los orgasmos en su cuerpo.

Pasaron casi dos minutos, cuando Gabriel se sentó en el cambiador, con las piernas colgando, vio que su madre estaba con una expresión rara...

La señora Érika no podía creer lo que había hecho, afirmaba haber masturbado a su hijo, pero ahora que ya estaba fría, sin ninguna intención de seguir, en su interior no le daba satisfacción el haber causado que su hijo ya no se fuera con esa chica. Lo que hizo le dio un ¡ASCO! total, no por haber limpiado cuando su joven se hizo popó, sino el haber traspasado esa barrera de lo personal de su hijo, siendo ella la causante de algo que su joven podía hacer solo, y que siempre era así.

─¡Lo siento mucho, hijo, lo siento, no quise hacer esto!─. Dijo la señora Érika, con los ojos cerrados, sin poder ver a su joven a los ojos como hacía minutos.

─No te preocupes, no pasa nada…

─¡NO… sí lo pasa! No debí hacerte eso…

─Pero me gustó, no sé qué decirte, pero lo sentí bueno, creo que lo hiciste bien… no te preocupes…

─No debí hacerlo, soy una mala madre─. Se lamentaba la mujer, observando sus manos, sin querer que su hijo se le acercara.

─No te preocupes, no le diré nada a nadie, ni siquiera a mi padre cuando venga─. Repuso Gabriel.

Érika insistió en alejarse, no quiso que su hijo le tocara más, y se fue caminando del cuarto del muchacho con pasos rápidos, poniendo camino hacia el baño, cerrando la puerta de golpe con candado.

Gabriel fue tras ella igual de rápido, cuidando de no resbalarse, porque seguía desnudo, pero no pudo llegar, lo último que escuchó fue el sonido del candado.

─¡Mami, no te preocupes, será nuestro secreto!─. Dijo Gabriel, casi gritando, dando mucho de su cariño como hijo, esperando que su madre abriera la puerta, pero no pasó.

Adentro la joven mujer se observaba en el espejo, sentía que no podía ver ni su reflejo, sus manos le daban asco, con solo lavárselas con el jabón y sentir lo resbaloso de la sustancia recordaba la consistencia del pene de su hijo, no se las podía quitar. No sabía si vomitar o llorar, todas las sensaciones de arrepentimiento se le fueron encima, produciéndole un enorme dolor de cabeza, mareo.

Gabriel escuchaba breves sonidos de su madre en el baño, el agua corriendo. Todavía seguía sin vestirse, ya su pene había retomado su forma natural, sin erección ni estado flácido.

 

Pasaron como ocho minutos, en donde Gabriel seguía escuchando el momento cuando su madre saliera. Luego como no escuchó nada, le dijo:

─Mami, ¿entonces qué hago ahorita? No sé si me dejes bañarme para quitarme este aroma del pañal y todo lo que pasó…

Después de eso, pasó lo esperado, su madre salió pero sin hablarle, dejando abierto el sanitario de la casa. La mujer se fue corriendo en ruta a su propio cuarto, con solo ver a su hijo ahí igual de desnudo se le fueron las promesas de la bonita canción con la que lo idolatraba “lo que sea yo lo haría por ti”. No daba crédito a como mujer haber caído tan bajo.

Gabriel se metió a dar una ducha, lavando bien su cuerpo con la fibra. Ésta vez sin usar la tina. Fue rápido, no vio caer ninguna mancha de popó por sus pies, sabía que su madre había hecho buen trabajo con la limpieza de su virginal cuerpo varonil. Igual que su madre, se mantuvo ahí de pie bajo la caída del agua, enfriando mucho más su cuerpo, sin poder creer lo sucedido…

 

Después, el muchacho se fue hacia su cuarto, donde seguía el pañal sucio, en la misma posición con todo dentro, con los papeles hechos bolita sobre la gran popó esparcida en el algodón. Para ayudarle a su madre, rápido se vistió con sus clásicas prendas de siempre, un calzón, una bermuda y playera. Luego se puso a sacar el pañal sucio, cuidando no ensuciarse.

Cuando estuvo todo en orden, se fue a hablar con su madre, a convencerla de que no hubo problema. Al abrir, la puerta tenía candado.

─¡Mami, ábreme, ábreme, quiero hablar contigo, no te preocupes, no pasó nada, no debes sentirte mal!

Gabriel igual se quedó por segundos ante la puerta, escuchando dentro, el silencio era absoluto, le preocupaba que su madre hallase ido por la ventana o incluso lo peor, como arrojarse por esa altura en el primer piso de la casa donde estaban las habitaciones. Las ansias de saber hasta le daban ganas de hacer pipí, pero se las trataba de resistir. En esas, con meter la mano dentro de su bermuda y tocarse su pene, se dio cuenta que la tela de su calzón se había manchado un poco de humedad.

 

Y así pasaron las últimas horas en casa, con todo silencio. 

A Gabriel no le daban ganas ni de ver la televisión, ni escuchar música, solo se mantenía pendiente de la puerta de su madre, esperando que saliera como siempre y volvieran a ser una bonita amistad de madre e hijo.

Ni siquiera le mandó más mensajes a Carolina, a pesar de ver su bandeja de conversaciones llena.

 

Antes de acostarse, Gabriel no tenía pañal puesto, ni se lo quería poner él. Por un lado quería que fuera su madre, pero por el suceso, ella quizás aún no tenía ganas de seguir ni por placer. Pero quería hacer el intento. Como cualquier niñito inocente, el joven tomó uno de los bonitos pañales tamaño adulto del mueble cambiador, y se fue a la puerta de su madre, siguiendo sin escuchar mucho de los ruidos dentro, seguro eran de ella cambiándose para dormir. Ahí aprovechó, apretando el pañal de nervios, lleno de ternura con su voz de jovencito, le dijo:

─¡Mami, antes de dormir! ¿me puedes poner el pañal?

Gabriel entonces escuchó los pasos venir hacia la puerta. Se alegró, le pondrían su pañal para dormir.

Cuando por fin se abrió la puerta, la señora Érika estaba con su ropa de dormir, su pijama, con el cabello suelto, el semblante pálido, igual a haber visto un horrible fantasma, parecía una mujer del manicomio. Y le dijo a su gemelo varón, al precioso bebito gigante que no tenía pañal puesto:

─¡Hijo, no quiero verte! ¿No entiendes QUE NO QUIERO VERTE? Haz tus cosas importantes de la vida, la escuela, como siempre, ¡¡PERO NO ME BUSQUES, NO ME HABLES, NO ME SIENTO BIEN!! no me siento ¡¡NADA BIEN!! Así como empezamos con estas cosas de tus pañales y esas boberías de las que no quiero saber nada, ¡¡NO ME BUSQUES PORQUE NO VOY A HABLARTE, NADA DE NADA POR AHORA!!

 

Gabriel se quedó con el mismo semblante, casi era la señora Érika en un cuerpo de jovencito. Ni sintió cuando soltó el pañal de la mano derecha.

Se fue dando pasos hasta las escaleras del área, las que conducían a la sala y al piso de abajo. Se sentó, sin poder creer que su madre estaba ahora en esa posición, si fue ella quien comenzó con eso, ella hizo posible la adquisición de esos pañales bonitos y los muebles. ¿Acaso ya no iba a ser así?

La pena por ella y la duda, pensar al mismo tiempo de sentir ganas de orinar le hicieron soltarlo, sus entrepiernas estaban ya bien mojadas…





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