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El desenlace de las locuras - FINAL
Parte 1
Pasaron unos veinte minutos, en los que Gabriel
se aburrió de estar ahí esperando a ver si su madre salía para hablar del
asunto. El cual, al joven, le hacía sentir gracia, le parecía divertido el
recuerdo reciente de su madre masturbándolo con el pañal sucio. Pero confiaba en
ella, sabía que tarde o temprano tendría que salir, y se iba a dar la
conversación. Mejor se fue a poner el pañal él mismo.
Cuando llegó a su cuarto, se quitó el bonito
calzón que tenía puesto, con la mancha de pipí en la envoltura de su pene. No lo
podía creer, ¿ahora se mojaba sin sentirlo ni pararlo? Claro que atribuyó ese
suceso al uso constante de los pañales como castigo, pero teniendo muchos en
espera de usarse, mejor no esperó a que otro calzón se ensuciara así, y se
propuso tener otro pañal nuevo.
Al estar acostado en el mueble donde le
cambiaban, a punto de abrir la primera cinta, se acordó de que debía ponerse
talco y crema, así que estiró su mano izquierda para tomar la botella a su
lado. Su pene no estaba tan erecto, se encontraba flácido, ponía manipularlo
bien al frotarse la aromática sustancia en toda su hermosa zona, darle masaje a
sus testículos, liberados de la tensión con la rica masturbada por parte de su
progenitora.
Volvió a estirar su mano para sacar el tubito con
la crema blanca, y al abrirla, puso un poco en sus dedos de la mano derecha, y
con instinto levantó las piernas, pasando la blanca sustancia en su ano. Volvió
a sentir muy rico todo eso; la frescura de la crema le daba una buena sensación
en la línea de sus pompas. En eso, la puerta se abrió rápido, era la señora
Érika, su amada madre, y ella se dio cuenta que su chico se estaba poniendo el
pañal, lo encontró con las piernas arriba, casi abiertas, y la mano en las
pompas esparciendo la crema blanca.
─¿Viniste a ponérmelo, mi pañal?─. Preguntó
Gabriel, feliz, casi sonriente, bajando las piernas, dejando ver todo su pene
bien cubierto de talco, con la misma cantidad que su madre le echaba para que
oliera bien toda su parte íntima. La señora Érika fue al lugar donde había puesto
su celular, justo antes de haber masturbado a su joven con toda la piel sucia.
Lo echó a su bolsa de su pequeña pijama y se fue caminado rápido, cerrando la
puerta de golpe. Gabriel comprendió que era mejor seguir todo sin decirle algo,
ya pronto ella rompería ese silencio y todo volvería a ser como antes.
Ahora sí, con su pene y su ano bien perfumados de
sustancias infantiles, cerró el pañal.
Como ya no había mucho por hacer, Gabriel se
dispuso a dormir.
Acostado en su cama, se veía tan lindo con ese
pañal puesto, parecía uno de esos niñitos grandecitos que aún les ponían
pañales para dormir, y ocupaban posiciones tan lindas con las piernas
flexionadas, casi sentados en la cama; y así estaba éste hermoso joven de
dieciséis años, con una gruesa protección que absorbería y retendría todo
cuando se hiciera pipí y popó de nuevo. Cualquiera que amara tanto los pañales
como él, querría ir a acostarse a su lado.
Gabriel se
dispuso a atender a su hermosa chica, a Carolina. Leyó sus mensajes y le contó
que su madre había hecho cosas nunca experimentadas, “al menos para él”, pero
sin decir la verdad exacta.
Carolina al pensar sobre las penas que pasó su
hermoso chico, le mandó unas fotos de su pañal, donde le mostraba incluso su
bonito calzón femenino, uno color morado con una ilustración de princesas en el
área de su vagina. Ver eso le emocionó a Gabriel, es decir, le hizo sentir
excitación, una muy buena y rica, pero no pudo frotarse tanto su pene por el
grosor de su pañal cubriendo.
“Qué bien que
tú tengas a tu madre que te acepta como tal y te ha cambiado muchas veces tu
pañal”. Dijo carolina en
un mensaje de voz a su hermoso chico.
“Si, es una
sensación agradable, aunque hayan sido muchas, no deja de darte pena que a esta
edad en la que estamos, te vean desnudo por en medio de las piernas, frente y
detrás, ya te imaginarás muy bien”.
Respondió Gabriel en otro mensaje de voz.
“Bueno, quien
lo ha hecho es tu madre, ella te vio desnudo desde que fuiste un verdadero bebé
y un niñito, por todo lo que me contaste, solo fueron pocos años hasta ahora en
que volvió a hacerlo, por lo de tu castigo”.
Dijo Carolina.
“Es verdad,
pero aun así, es vergonzoso, imagínate tener que estar desnudo la primera vez,
hace varios días cuando inició esto conmigo, me dio una ducha después de la
escuela, me afeitó todo, nunca me sentí tan expuesto, de nada servía que me
tapara con las manos cuando me tallaba limpiando con jabón todo ahí abajo mío”. Repuso Gabriel.
“Bueno, no te
preocupes, me imagino que toda tu parte íntima la has de tener muy bonita”. Dijo Carolina, en su mensaje de voz, haciendo
su voz tan coqueta, tan sensual e inocente.
“Está bien,
por ti, trataré de no tener tanta pena cuando mi madre me quiera cambiar, y eso
será mañana mismo por la madrugada cuando nos preparemos antes de irnos a la
escuela”. Dijo Gabriel.
Luego de eso, dio un bostezo.
Carolina sintió la conexión del cansancio, ella
también bostezó, y permitió que su querido chico lo escuchara en un audio. Y
así los dos estuvieron intercambiando bostezos y señales de que sus cansancios
eran altos, por lo que debían dejar de hablar, pero por el tema de los pañales
en medio no querían hacerlo.
Por fin Gabriel hizo énfasis en que debían
descansar por la escuela al siguiente día, el cual ya iniciaba por ser la media
noche. Carolina le dio las buenas noches en muchas palabras de amor y
decoraciones en la conversación por celular.
El bebito gigante de esa casa se acomodó boca
abajo, dejando ver sus pompas bien envueltas por el algodón blanco y colorido,
casi un pañal para bebés pero tamaño adulto.
Eran las 9:35
de la mañana…
El hermoso Gabriel abrió sus ojos así como la
primera vez cuando su vecino el señor Joshua le tocó la puerta para reclamar
sobre los pañales sucios caídos en su patio. El instinto del joven se había
vuelto ahora en poner la mirada en su pañal, y por esa noche, lo había usado a
todo poder, sonriente por no tener que levantarse de la cama para apuntar al
inodoro como antes de su castigo.
El segundo instinto le hizo saber la hora en la
que estaba viviendo, y su mente trajo los recuerdos del día anterior. Cuando
vio la luz del sol apoderada en su cuarto, como si fuera un día sábado, se
acordó urgentemente de ¡La escuela! Gabriel dio un brinco fuera de la cama, y
el pañal le quedó colgando por el peso de todo el pipí absorbido. No quiso
ponerse unos zapatos o algo para salir, así como estaba se fue en busca de su
madre, sin poder creer que le había dejado sin hablarle para irse a la escuela.
Por un momento pensó que ella se había ido a su trabajo de docencia en la
universidad, pero al ver el auto afuera, la casa en la misma posición del día
anterior, comprendió que ella seguía en su cuarto. Intentó abrir la puerta,
pero no pudo por el candado. El joven que usaba un pañal lleno de pipí muy aromático,
no quiso hablarle a su madre, en silencio comprendía por qué no podía abrir, y
prefirió continuar en dejar las cosas como iban.
Gabriel comprendió que si su madre se encontraba
en una posición de no comprender los actos de su hijo, supo que podría ayudarle
en mejorar, y él mismo se fue a cambiar para irse solito a la escuela, aunque
tuviera que caminar.
Así que Gabriel se fue a poner su uniforme
escolar. Primero se sacó el pañal y la playera con que durmió, todo lo puso a
un lado de la cama, así como antes era un niño, la mayoría de las veces arrojó
sus calzones o camisetas bajo la cama en el mismo lugar. Sin darse una ducha,
se puso un nuevo calzón de tela, uno de los comprados por su madre hacía días,
que tenían figuritas y ajustaban igual de bien, marcando bien el bulto de su
pene en una posición flácida, como los que usaban los niñitos. Se echó
desodorante y un poco de crema corporal. Luego el uniforme, su pantalón gris y
su playera blanca de cuello polo, el cual ocultaba su vida infantil a su edad;
con un uniforme de estudiante de un bachillerato, nadie podría imaginarse que a
él le habían estado poniendo pañales después de cruzar la puerta.
Seguido se fue al refrigerador para comerse lo
que estuviera ahí. Encontró unos filetes de carne empanizados de unos días atrás,
no olían mal y se los comió apenas sacados del horno. Bebió solo agua, mucha
agua, y se dispuso a irse caminando rápido hasta la escuela.
Al salir de casa, vio que en la orilla de la
calle estaba su vecino menos querido, el señor Joshua, regando su pasto casi
seco, y el hombre le hizo una mueca moviendo las pestañas, como queriendo
llamar su atención, pero el chico se fue caminando a su objetivo. El hombre giró
la cabeza sin discreción, no se perdió la oportunidad de verle las pompas al
bonito joven, haciendo unos ojos de todo un pervertido, esperando ver lo que
sabía que ese chico usaba dentro de su casa gracias a él, pero en las
considerables pompas solo detectó las líneas de los elásticos de la prenda íntima
de aquel joven…