Bebito gigante - Capítulo 11, FINAL, parte 1.






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11

 

El desenlace de las locuras - FINAL

 

Parte 1

 

 

Pasaron unos veinte minutos, en los que Gabriel se aburrió de estar ahí esperando a ver si su madre salía para hablar del asunto. El cual, al joven, le hacía sentir gracia, le parecía divertido el recuerdo reciente de su madre masturbándolo con el pañal sucio. Pero confiaba en ella, sabía que tarde o temprano tendría que salir, y se iba a dar la conversación. Mejor se fue a poner el pañal él mismo.

Cuando llegó a su cuarto, se quitó el bonito calzón que tenía puesto, con la mancha de pipí en la envoltura de su pene. No lo podía creer, ¿ahora se mojaba sin sentirlo ni pararlo? Claro que atribuyó ese suceso al uso constante de los pañales como castigo, pero teniendo muchos en espera de usarse, mejor no esperó a que otro calzón se ensuciara así, y se propuso tener otro pañal nuevo.

Al estar acostado en el mueble donde le cambiaban, a punto de abrir la primera cinta, se acordó de que debía ponerse talco y crema, así que estiró su mano izquierda para tomar la botella a su lado. Su pene no estaba tan erecto, se encontraba flácido, ponía manipularlo bien al frotarse la aromática sustancia en toda su hermosa zona, darle masaje a sus testículos, liberados de la tensión con la rica masturbada por parte de su progenitora.

Volvió a estirar su mano para sacar el tubito con la crema blanca, y al abrirla, puso un poco en sus dedos de la mano derecha, y con instinto levantó las piernas, pasando la blanca sustancia en su ano. Volvió a sentir muy rico todo eso; la frescura de la crema le daba una buena sensación en la línea de sus pompas. En eso, la puerta se abrió rápido, era la señora Érika, su amada madre, y ella se dio cuenta que su chico se estaba poniendo el pañal, lo encontró con las piernas arriba, casi abiertas, y la mano en las pompas esparciendo la crema blanca.

─¿Viniste a ponérmelo, mi pañal?─. Preguntó Gabriel, feliz, casi sonriente, bajando las piernas, dejando ver todo su pene bien cubierto de talco, con la misma cantidad que su madre le echaba para que oliera bien toda su parte íntima. La señora Érika fue al lugar donde había puesto su celular, justo antes de haber masturbado a su joven con toda la piel sucia. Lo echó a su bolsa de su pequeña pijama y se fue caminado rápido, cerrando la puerta de golpe. Gabriel comprendió que era mejor seguir todo sin decirle algo, ya pronto ella rompería ese silencio y todo volvería a ser como antes.  

Ahora sí, con su pene y su ano bien perfumados de sustancias infantiles, cerró el pañal.

Como ya no había mucho por hacer, Gabriel se dispuso a dormir.

Acostado en su cama, se veía tan lindo con ese pañal puesto, parecía uno de esos niñitos grandecitos que aún les ponían pañales para dormir, y ocupaban posiciones tan lindas con las piernas flexionadas, casi sentados en la cama; y así estaba éste hermoso joven de dieciséis años, con una gruesa protección que absorbería y retendría todo cuando se hiciera pipí y popó de nuevo. Cualquiera que amara tanto los pañales como él, querría ir a acostarse a su lado.

 

 Gabriel se dispuso a atender a su hermosa chica, a Carolina. Leyó sus mensajes y le contó que su madre había hecho cosas nunca experimentadas, “al menos para él”, pero sin decir la verdad exacta.

Carolina al pensar sobre las penas que pasó su hermoso chico, le mandó unas fotos de su pañal, donde le mostraba incluso su bonito calzón femenino, uno color morado con una ilustración de princesas en el área de su vagina. Ver eso le emocionó a Gabriel, es decir, le hizo sentir excitación, una muy buena y rica, pero no pudo frotarse tanto su pene por el grosor de su pañal cubriendo.

 

“Qué bien que tú tengas a tu madre que te acepta como tal y te ha cambiado muchas veces tu pañal”. Dijo carolina en un mensaje de voz a su hermoso chico.

“Si, es una sensación agradable, aunque hayan sido muchas, no deja de darte pena que a esta edad en la que estamos, te vean desnudo por en medio de las piernas, frente y detrás, ya te imaginarás muy bien”. Respondió Gabriel en otro mensaje de voz.

“Bueno, quien lo ha hecho es tu madre, ella te vio desnudo desde que fuiste un verdadero bebé y un niñito, por todo lo que me contaste, solo fueron pocos años hasta ahora en que volvió a hacerlo, por lo de tu castigo”. Dijo Carolina.

“Es verdad, pero aun así, es vergonzoso, imagínate tener que estar desnudo la primera vez, hace varios días cuando inició esto conmigo, me dio una ducha después de la escuela, me afeitó todo, nunca me sentí tan expuesto, de nada servía que me tapara con las manos cuando me tallaba limpiando con jabón todo ahí abajo mío”. Repuso Gabriel.

“Bueno, no te preocupes, me imagino que toda tu parte íntima la has de tener muy bonita”. Dijo Carolina, en su mensaje de voz, haciendo su voz tan coqueta, tan sensual e inocente.

“Está bien, por ti, trataré de no tener tanta pena cuando mi madre me quiera cambiar, y eso será mañana mismo por la madrugada cuando nos preparemos antes de irnos a la escuela”. Dijo Gabriel. Luego de eso, dio un bostezo.

Carolina sintió la conexión del cansancio, ella también bostezó, y permitió que su querido chico lo escuchara en un audio. Y así los dos estuvieron intercambiando bostezos y señales de que sus cansancios eran altos, por lo que debían dejar de hablar, pero por el tema de los pañales en medio no querían hacerlo.

Por fin Gabriel hizo énfasis en que debían descansar por la escuela al siguiente día, el cual ya iniciaba por ser la media noche. Carolina le dio las buenas noches en muchas palabras de amor y decoraciones en la conversación por celular.

El bebito gigante de esa casa se acomodó boca abajo, dejando ver sus pompas bien envueltas por el algodón blanco y colorido, casi un pañal para bebés pero tamaño adulto.

 

Eran las 9:35 de la mañana…

 

El hermoso Gabriel abrió sus ojos así como la primera vez cuando su vecino el señor Joshua le tocó la puerta para reclamar sobre los pañales sucios caídos en su patio. El instinto del joven se había vuelto ahora en poner la mirada en su pañal, y por esa noche, lo había usado a todo poder, sonriente por no tener que levantarse de la cama para apuntar al inodoro como antes de su castigo.

El segundo instinto le hizo saber la hora en la que estaba viviendo, y su mente trajo los recuerdos del día anterior. Cuando vio la luz del sol apoderada en su cuarto, como si fuera un día sábado, se acordó urgentemente de ¡La escuela! Gabriel dio un brinco fuera de la cama, y el pañal le quedó colgando por el peso de todo el pipí absorbido. No quiso ponerse unos zapatos o algo para salir, así como estaba se fue en busca de su madre, sin poder creer que le había dejado sin hablarle para irse a la escuela. Por un momento pensó que ella se había ido a su trabajo de docencia en la universidad, pero al ver el auto afuera, la casa en la misma posición del día anterior, comprendió que ella seguía en su cuarto. Intentó abrir la puerta, pero no pudo por el candado. El joven que usaba un pañal lleno de pipí muy aromático, no quiso hablarle a su madre, en silencio comprendía por qué no podía abrir, y prefirió continuar en dejar las cosas como iban.

Gabriel comprendió que si su madre se encontraba en una posición de no comprender los actos de su hijo, supo que podría ayudarle en mejorar, y él mismo se fue a cambiar para irse solito a la escuela, aunque tuviera que caminar.

Así que Gabriel se fue a poner su uniforme escolar. Primero se sacó el pañal y la playera con que durmió, todo lo puso a un lado de la cama, así como antes era un niño, la mayoría de las veces arrojó sus calzones o camisetas bajo la cama en el mismo lugar. Sin darse una ducha, se puso un nuevo calzón de tela, uno de los comprados por su madre hacía días, que tenían figuritas y ajustaban igual de bien, marcando bien el bulto de su pene en una posición flácida, como los que usaban los niñitos. Se echó desodorante y un poco de crema corporal. Luego el uniforme, su pantalón gris y su playera blanca de cuello polo, el cual ocultaba su vida infantil a su edad; con un uniforme de estudiante de un bachillerato, nadie podría imaginarse que a él le habían estado poniendo pañales después de cruzar la puerta.

Seguido se fue al refrigerador para comerse lo que estuviera ahí. Encontró unos filetes de carne empanizados de unos días atrás, no olían mal y se los comió apenas sacados del horno. Bebió solo agua, mucha agua, y se dispuso a irse caminando rápido hasta la escuela.

Al salir de casa, vio que en la orilla de la calle estaba su vecino menos querido, el señor Joshua, regando su pasto casi seco, y el hombre le hizo una mueca moviendo las pestañas, como queriendo llamar su atención, pero el chico se fue caminando a su objetivo. El hombre giró la cabeza sin discreción, no se perdió la oportunidad de verle las pompas al bonito joven, haciendo unos ojos de todo un pervertido, esperando ver lo que sabía que ese chico usaba dentro de su casa gracias a él, pero en las considerables pompas solo detectó las líneas de los elásticos de la prenda íntima de aquel joven…