Carlos
iba vestido con un pantalón, playera de cuello polo. La prenda íntima que nadie
le vería llevaba por el área de su pene una estampa de los personajes de Star
Wars.
Por
fin todos estaban listos, salieron de nuevo a la plaza, para la que tendrían
que hacerse una hora de viaje, no convenía perder tiempo con nada.
Abordaron
su auto igual que cuando fueron a las tres fincas, el señor Jorge llevaba en su
mente casi el total de todo lo que gastarían; la señora Celia hacía una
retentiva precisa de lo que requerían en casa, por si al caso lo iba
escribiendo en una hojita. Mucho más aún, se hizo la nota pero mental, de pasar
a ver unos artículos de gran importancia, mucha más que los que iban en su
listita.
Mauricio
y su hermano se fueron jugando sus juegos en los celulares.
Una hora después…
Se
estacionaron, abrieron las puertas, respirando un ambiente más cálido, habían llegado
a la ciudad vecina de la comunidad, en donde había más sitios que ver,
restaurantes y más mediana urbanidad.
Como
familia se fueron caminando primero hacia el cine, los dos chicos iban
emocionados, sonrientes, respirando el aroma a palomitas con cada paso que
daban a la entrada. En el cine, en las taquillas, habían muchas familias más,
niños corriendo, los juegos sonaban, palomitas reventaban en sus máquinas
llenas de mantequilla, todo era tan ameno y delicioso.
Compraron
cuatro boletos para la película del hombre hormiga de Marvel, igual una charola
enorme de palomitas, cuatro refrescos medianos y una rebanada de pizza de
salami con champiñones para cada uno.
Mauricio
iba comiendo palomitas, se fueron a echarle salsa picante y a sus pizzas mucho
aderezo.
Ingresaron
a la sala y ahí se sentaron en sus lugares numerados, casi en medio de la sala.
Las demás personas también tomaban sus sillas, calmaban a sus niñitos y todo se
prestaba para emocionarse.
Mauricio
bien olvidó todo su día casi vergonzoso.
Poco
después, la película inició, la disfrutaron como nunca, sintiéndose los héroes,
comiéndose todo sin dejar nada.
Al
salir, Mauricio y sus padres se fueron hacia la zona de supermercado, tomando
un carrito con su hermano para llevarlo a cualquier parte donde la lista de
pendientes indicara.
Como
Mauricio y su hermano Carlos aún eran niños, todavía conservaban esas emociones
de correr a todas partes, fueron a ver las pelotas, jugaron con ellas, los
libros, hojearon algunos, se comieron los platos de muestras de salchichas en
la zona de embutidos, y así, poco a poco fueron llenando el carrito.
Hubo
un momento en el que Mauricio dejó de ver a su madre con ellos, como si no
hubiese llegado a todo ese proceso de compra, mucho menos al cine. Solo él se
puso a caminar en los alrededores de ahí donde estaban, pero no le vio.
─¿Y
mi mamá?─. Preguntó él, a su padre.
─No
sé, quizás se fue a ver algo por ahí─. Respondió el señor Jorge, sin saber
realmente lo que estaba haciendo su esposa.
Mauricio
no se sintió satisfecho con esa respuesta, así que preocupado por su madre,
creyendo que se había perdido o algo, se fue en busca de ella cuando su padre
se distrajo saludando a un su amigo de la empresa de fertilizantes Yara, la que
les suministraba lo elemental para tener cultivos hermosos.
Se
fue caminando hacia todas partes donde siempre iba su madre, cuando había algo
por tomar de esos pasillos, fuera lo que fuera, pero no le vio. Como creía que
se había perdido o algo malo le pasó, sus ganas de orinar se le hicieron
fuertes, su cuerpo hacía la idea de que esa urgencia era de estar buscando un
sanitario, por eso mismo aflojaba las necesidades.
Con
la finalidad de no estar lejos de su padre y su hermano, entonces decidió
retornar, hallándose cerca de un pasillo donde habían muchas madres de familia,
algunas con bebés en sus brazos, algunas con niñitos aseguradas a ellas con
unas cuerdas. Antes de irse, Mauricio respiró el aroma del ambiente, el frío de
ese supermercado le hizo tener una rica mezcla de todos los productos para
bebés. Se fue caminando a pasos rápidos, pasando a las otras señoras madres, y
ahí, justo a raya de abandonar el pasillo de sonajas y plásticos, apareció su
madre, la señora Celia, a punto de chocar con él.
─¡Mamá…
aquí estás, pensé que algo malo te había pasado!─. Dijo Mauricio, con su tono
preocupado, demostrándolo en el estilo de su mirada.
─No,
mi Mau… andaba por ahí viendo unas “cosas” con sus precios─. Dijo la señora
Celia, guardando en su bolso otro papelito que no era su lista de compras, ahí
iba una lista pero de marcas, tallas y cantidades por paquete.
Mauricio
entonces prestó atención al pasillo de donde venía su madre, vio muchos pañales
para bebés, sus claros ojos vieron inmensas torres de paquetes de varios
tamaños y colores, como para volverse loco por no saber cuál elegir si tuvieran
que echar un paquete al carrito; además sus claros ojos vieron las torres de
pañales que bien se le podrían venir encima. Justo ahí comprendió el porqué del
fuerte aroma a esos objetos. El alivio de que ya la tenía con él de nuevo le
hizo tomarle del brazo, feliz, pero no pudo llegar a pensar más allá de porqué
precisamente estaba su madre ahí en esa zona. Solo se fueron caminando de nuevo
a donde el señor Jorge indicó que estaban en llamada telefónica.
Se
fueron a la caja de pagos, echaron todo fuera, ayudaron en el empaque y se
fueron de nuevo hacia su auto, caminando lento, sin tener antojo de nada,
estaban llenos.
Retornaron…
En
casa, guardaron todo.
La
señora Celia se encargó de ser generosa con su hijito Mauricio para cambiarle
las sábanas a su cama, con sus últimas energías que le quedaban en ese día. Ahí
estaba Carlos, mirando y riéndose; el chico no decía nada porque en parte, no
era un hermano molestoso, pero sí muy chismoso, oportunista. La señora Celia se
llevó las sábanas olorosas a pipí de su hijo en forma de una gran pelota hasta
el área de lavado, las puso ahí para que al día siguiente las echara a remojar.
De
ahí retornó al cuarto de Mauricio con Carlos. Abrió los cajones bajos donde
había sábanas y preparó toda la cama nuevamente. Ella se veía generosa haciendo
eso, sonriente, moviendo y alzando, pero en su mente, estaban las afirmaciones
de que ya serían las últimas noches de cambiar sábanas con aroma agrio por
tanto café que bebía su hijo.
Cuando
ya por fin estaba listo todo, se fue a buscarlo, pensó que estaba viendo
televisión en la sala, fue allá, pero no le vio. Comprendió el nivel de su cansancio
cuando pasó por alto la cocina, respirando los aromas a café que venían desde
el área.
Al
llegar, ahí estaba el chico, de pie recostado en el fogón de madera que de
repente encendían con fuego, con su gran taza de café en las manos, echando
vaporcito; su hijo le vio, sonrió nervioso porque en parte, Mauricio sabía que
su madre, padre y hermano tenían conocimiento de su adicción insuperable a la
cafeína.
─Hijito,
ya cambié las sábanas de tu cama, para que no durmieras oloroso a pipí. Por
favor, haz el esfuerzo de no orinarte por la noche, te repito, haz el esfuerzo,
porque si veo que nomás no puedes, entonces van a haber remedios─. Dijo ella.
Mauricio
afirmó con la cabeza, tomando seguridad de que ya… definitivamente, iba a ser
la última orinada en su cama, estaba seguro que no quería tomarse las pastillas
que su madre compraría como “ese remedio” mencionado. La señora Celia le sonrió
también, le dio un beso en su mejilla y se fue a cambiar para dormir.
Mauricio
se bebió su café tranquilamente, teniendo los ojos rojizos de sueño, cansancio,
hasta sentía que la taza pesaba mucho ya sin líquido.
Dejó
todo y apagó la luz de la cocina.
Cuando
llegó a su cuarto, vio que su hermano ya estaba listo para dormir, el clima en
esa noche no estaba tan frío como la anterior, por lo que Carlos estaba
acostado en su cama con la misma playera que llevó al cine y a las compras,
igual que con su calzón de tela a la pura vista, dejando ver sus carnudas piernas
flexionadas, una sobre la otra, próximas a ser las de un bonito jovencito.
Mauricio le tomó la idea a su hermano, despojándose el pantalón, quedándose en
la playera que usaba hasta ahora.
Sin
penas ni prejuicios, los dos se mantuvieron cerca en la cama de Carlos, vieron
unos vídeos en YouTube y terminaron de jugar online.
Como
Mauricio ya estaba súper cansado, ya no quiso pasarse a su propia cama, a
medias de la idea de salirse de esa cama se quedó dormido boca arriba;
solamente sintió cuando su hermano le cubrió con la cobija gruesa casi todas
sus piernas desnudas. Agradeció ese gesto con las últimas energías de su mente,
se relajó como siempre para dejar venir lo que su cuerpo hiciera al dormir… y así fue…