1
La sentencia de la casa y de la
vida
A |
l
día siguiente, la señora Érika se levantó temprano. Como cualquier madre y
mujer, se preparó para hacer el desayuno. Fue a su cocina, puso a la cafetera a
lo suyo y mientras preparaba huevos revueltos con chorizo, el aroma a café se
fue esparciendo por toda la casa que compartía honorablemente con su joven
hijo, con quien se sentía todavía molesta por lo que ocurrió el día anterior.
No paraba de pensar que en lugar de haber vuelto para verlo y darle muchos
mimos y abrazos por toda una semana lejos, tuvo que venir a saber cosas de
gustos raros que causaron molestias con los vecinos. Pero lo bueno fue que
había encontrado una especie de solución, con la que aún tendría reuniones por
video llamadas y recibiría toda la capacitación al respecto.
Lo que sí tenía en cuenta, era que mantendría a
su querido Gabrielito bajo mucha vigilancia.
Después de tener preparado los alimentos, ella
comió su parte y dejó para su joven casi la mitad del sartén en la estufa; de
igual forma un poco de fruta: papaya picada con miel en un recipiente, para que
le ayudara en su digestión. Se apresuró para irse a su trabajo y sin avisar, se
retiró en su auto.
Gabriel de pronto despertó en esa mañana,
abriendo los ojos y viendo hacia su techo. Había dormido estupendo. Fueron unos
cuatro segundos los que le hicieron sonreír tranquilamente por pensar que todo
estaba bien en su casa y su vida, de ahí recordó todo lo que pasó el día anterior,
cuando llegó su vecino, lo que dijo su madre, el descubrimiento de sus pañales,
la recogida de estos mismos en casa del vecino…
Eso le hizo reaccionar y darse una palmada en la
frente, presionándose los ojos, diciéndose una vez más que había sido todo un
imbécil al deshacerse de los pañales de esa forma. Las desesperaciones
volvieron, entonces, decidió dejar de dormir y reposar para irse a ver lo que
tuviese que hacerse en casa, lo raro era que su madre no le dejó mensajes ni
notitas en la puerta. No se cuestionó por qué.
Se puso en pie, sin cambiarse se fue hacia la
cocina. En el lavadero del lugar lavó sus ojos y un poco su boca, retirando la
molesta grasa que emergía en la piel facial y le causaba algunos barros.
El lugar olía bien, a lo que una casa normal
olería por la mañana. Por ser ya un hábito encontrar comida guardada en un
recipiente, vio lo que su madre le dejó y enseguida se apresuró a comer.
Al terminar, se fue a lavar sus trastes, de igual
forma sus dientes.
Como su organismo funcionaba perfectamente, éste
ya le empezaba a pedir el espacio para contener un poco la popó que se le
juntaría cuando todo lo que desayunó pasara a los conductos de expulsión. Todo
lo que había comido en la cena pedía salir.
Así que el joven se fue hacia el baño en casa y
ahí se bajó su bermuda y su calzón para liberarse tranquilamente en el retrete.
Un rato
después…
Gabriel se había ido a su cuarto, le preocupaba
que las cosas para su escuela no se habían comprado, pronto iniciarían las
clases y para ese día su madre había planificado ver dónde comprarían todo.
Aunque no le hubiesen indicado qué labores hacer
en casa, Gabriel se puso a barrer un poco, a fregar el suelo y limpiar la
superficie de los muebles para retirar el polvo. Todo eso era para distraerse,
debido a que le llegaban muchas preguntas sobre lo que su madre le diría
respecto a aquello que pasó el día anterior.
Horas
después…
La señora Érika volvió a casa a las 7:40 pm,
había atendido a sus grupos a los que les impartía clases de nutrición, y
cumplido con sus desempeños en las oficinas de control escolar de la misma
universidad. Por ser sábado tenía que ir por solo cinco horas: dos horas
impartía clases a los que estudiaban los fines de semana y el resto en control
escolar. Ella estaba a cargo de muchos jóvenes que estudiarían lo mismo que
ella; le encantaba su profesión y era un honor salir todas las mañanas para
desempeñarse lo mejor. También había atendido la compra de los uniformes para
su querido joven. Llevaba en una bolsa dos pantalones de color gris y dos
playeras de polo color blanco. A pesar de haber decidido un castigo de la talla
de las acciones, no estaba dispuesta a hacer que su joven perdiera tiempo en el
ámbito escolar. Lo que había causado la mayor dilatación en volver a casa, fue
el hablar en video llamada con las personas de INFANTEX, que le orientaban al
respecto del gusto por los pañales de su hijo; estuvo con ellos haciendo
entrevista, confirmando que sería lo mejor para la situación en el hogar.
Además, no representaba un gran gasto al aplicar la decisión.
Cuando ingresó por su puerta, vio todo en
silencio, en orden. Llegó al cuarto de su hijo y le vio recostado en su cama
con el celular y audífonos, entendiendo que escuchaba música.
─Ya te compré tu uniforme, hijo─. Dijo ella.
Dándole la bolsa con todo en la mano a Gabriel.
El joven la tomó, viendo los pantalones doblados
y sus playeras.
─Gracias─.
─Mañana te daré dinero para que compres
únicamente tus útiles escolares en la papelería de la colonia. Pero vas a ir
temprano, porque si no, van a cerrar. Y otra cosa, te me preparas, porque tu
padre te llamará por ahí de la una de la tarde. Ni te dilates en responderle,
ya le dije lo que pasó y por supuesto que se enojó así como yo─. Dijo ella.
─Claro─. Respondió Gabriel.
Después de eso, la señora Érika se fue caminando
para terminar el día con lo último en casa.
Seguido de un rato, los dos prepararon unas
hamburguesas sencillas en la cocina, a las que les pusieron carne y un poco de
verduras. Gabriel puso mucha crema de aguacate y mayonesa a la suya. Lo
delicado de todo ese momento, fue que los dos comieron sin hablarse mucho. En
ese silencio normal para cualquier otra persona, Gabriel comía tranquilamente,
pensando en diversas cosas por unos pares de segundos, como el nivel escolar al
que entraría el lunes y las películas que le gustaban, de vez en cuando pensaba
en lo que pasó el día anterior, la vergüenza de haberle mostrado sus pañales
sucios a su madre en la bolsa. La señora Érika veía a su joven y se lo
imaginaba portando los elementos que le revelaron en las fotos del catálogo.
Cada vez se animaba más y más a eso.
Así como el día anterior, la señora Érika se puso
a continuar en su formación al respecto del gusto por usar pañales de su amado
hijo, leyendo los artículos y observando las imágenes que le enviaban los de la
agencia que le darían lo que necesitaría el tiempo que aplicara el castigo;
todos esos elementos que había elegido en el catálogo de la página web serían
rentados. Tras hablarlo con su esposo, los decidieron pagar dos meses de uso de
los dos muebles principales. Como era un servicio rápido en la entrega,
principalmente en lo básico, les confirmó el pedido, el que llegaría el lunes,
el mismo día en que su joven iría a su primer día de bachillerato.
Tiempo
después.
Gabriel atendió a la indicación de dormir. Así
como en el día anterior, se dio una ducha lavando su divino cuerpo y sintiendo
la fuerza de los nervios de que ahora su padre sería quien le daría sus
discursos de molestia. Y con justa razón.
Al día
siguiente…
Gabriel se puso en acción para no perderse la
compra de los útiles escolares. Recibió el dinero y se fue caminando hacia la papelería
que se situaba a dos cuadras de su casa. Caminó tranquilamente, pero la ruta
era pasar por la casa del señor Joshua, a quien le había afectado con la
situación que marcaba fricciones con su madre, así que optó por irse a dar la
vuelta por otras calles, aunque representara caminar un poco más.
En la papelería se compró cuatro libretas, un
juego de lapiceros en todos sus colores. Pagó y se fue.
Gabriel tuvo en cuenta la llamada de su padre a
la 1 pm. Por lo que cuando fue esa hora, se fue a sentar a su cama, viendo en
su celular los mensajes de su padre, quien le preguntaba si ya estaba listo y
desocupado para hablar. El joven resignado, le escribió que sí y entonces, la
llamada entró…
─Hola─. Dijo el joven.
─¿Qué tal hijo? Ya me dijo tu mamá lo que pasó
por eso que hiciste─. Dijo el señor Andrés, con una voz fuerte, no por estar
molesto, sino porque su tono sonaba estricto aunque estuviera de buen humor.
Gabriel no sabía qué decirle, únicamente veía
hacia todas partes en su cuarto. Pero añadió al comentario de su padre:
─No sé qué decirte─.
─No y no te preocupes, hijo, no digas nada, con lo que se vio es suficiente.
Tantos pañales que usaste indican que te gustan, ¿o no? ¿Estamos equivocados tu
madre y yo en cuanto a esa suposición?─.
Gabriel de nuevo no dijo nada, solamente dio un
exhalo de aire indicando incomodidad. Luego el señor Andrés repuso:
─Bien, escucha, estarás castigado con algo que tu
madre y yo estamos organizando. Así que quiero que respondas como se merece, no
te salgas de la línea porque si no lo vas a hacer más grave, ¿entendido?─.
─Está bien─. Respondió Gabriel, pensando que le
tocaría barrer la colonia entera por muchísimo tiempo.
─En cuanto a la escuela, mañana inicias otro
nivel, así que no quiero que obtengas malas notas, siempre nueve y diez, así
como ha sido. ¿Entendido?─.
─Sí─.
─Bien, cuídate mucho. Aprende de lo que viene
para que pienses mejor las cosas que quieras hacer. No quiero quejas tuyas ni
por la escuela ni las órdenes de tu madre─. Repuso el señor Andrés, colgando el
teléfono a su joven.
Gabriel suspiró por sus planes de convertirse en
alguien más lleno de amigos, había planificado una vida llena de paseos al
cine, a los parques para correr un poco, pero por lo que le decían, todo eso
tendría que posponerse mucho. Le dolió el hecho que con su padre la conversación
hubiese sido así, siempre hablaban como amigos, se reían de algunos chistes y
podían comentarse cosas algo bizarras de la vida. Pero por lo de los pañales,
todo eso se estaba yendo al caño.
Por ese día, Gabriel y su madre se ocuparon de
las cosas de siempre. Lo mismo hicieron otros jóvenes que iban a la misma
escuela de Gabriel, compraron sus útiles, preparándose para avanzar al
siguiente día.
Al otro día…
lunes…
Eran las 5:00 am.
El despertador de ambos residentes en la casa del
precioso joven sonó. La señora Érika se levantó tan activa como siempre. Feliz
de que había dormido bien. Rápido hizo la retentiva de sus planes y tomó
acción. Le fue a tocar la puerta a su hijo para que se preparara.
Gabriel se quedó sentado en la cama, preparándose
para accionar cambiándose.
─¡Date prisa, porque nos vamos a las seis y
media. A las siete en punto tienes que estar dentro de la escuela. Igual que en
la secundaria!─. Dijo la señora Érika.
El joven afirmó y entonces procedió a cambiarse.
Se puso de pie y se retiró casi toda la ropa,
quedándose en los calzoncillos con los que durmió, éstos eran color gris con
una franja naranja por la cintura. Por un momento pensó en cambiárselos, pero
luego dijo que no, se le veían bien.
Se vistió con su uniforme completo. Salió como
todo un apuesto joven escolar.
Su madre y él desayunaron lo poco que el tiempo
les permitía.
Terminaron lo último y salieron a la hora en que
la señora Érika indicó, aunque con tres minutos de retrasados.
Lo mismo hacían otras personas con sus hijos que
estudiaban en el turno de la mañana, salían con sus mochilas en el auto o iban
caminando por las aceras.
Cuando la señora Érika llegó al plantel escolar
de su hijo, antes que su joven retirara el seguro para salir, le dijo con tono
severo:
─Cuando salgas, quiero que te vayas de inmediato
a la casa. No tienes permiso para irte con ninguno de los chicos que conozcas,
por si se te ocurre eso o te invitan, mucho menos con alguna chica por ahí. Yo
pediré permiso por este día donde trabajo para estar en la casa por toda la
mañana. Cuando llegues, te vas a enterar de muchas cosas este día.
¿Entendido?─.
Gabriel le volvió a afirmar. Aunque estuviesen un
poco distanciados, no fue impedimento para que los dos se dieran un beso de
mejilla, así como lo hacían todos los jóvenes que igual eran despedidos por sus
padres cerca del plantel escolar.
La señora Érika le deseó un buen inicio de día y
se mantuvo esperando que su joven ingresara a la escuela, viéndolo caminar,
afirmando que se veía bien con su uniforme. Después de que Gabriel entró, se
fue en ruta hacia su casa.
Gabriel caminó por el interior de su nuevo nivel
escolar. Viendo las instalaciones, las grandes jardineras y los montones de
chicos y chicas que se encontraban con sus amigos.
Cada salón tenía sus números indicadores del
semestre en la puerta, a lo que el joven no tuvo problemas para hallar el suyo.
Entró a su salón y se sentó buscando la última silla de la esquina.
Los otros chicos ingresaron poco a poco,
quedándose callados, lo que ocurría el primer día de clases en todas las
escuelas.
Pronto comenzaron las clases. Llegó el primer
profesor para presentarse. Contó sus anécdotas como estudiante y luego indicó
cómo trabajarían. Lo mismo hicieron los demás en sus respectivas horas.
Gabriel observaba el ambiente en el nivel
bachillerato. Ya no había una hora destinada a comer lo que quisieras o lo que
te dieran en casa, sino cada estudiante tendría que vérselas para comer en el
tiempo que cada profesor dilataba en llegar a su aula. Muchos salían e iban al
baño; Gabriel no hacía eso, él odiaba tener que ir al baño para liberarse de
las ganas de hacer popó que le daban en esas horas, le incomodaba mucho el
tener que sentarse en retretes sucios, con manchas de pipí de otros chicos o
popó a la que no le bajaban la perilla. Solo se las resistía y lo hacía en
casa, con toda la tranquilidad del mundo.
Al dar las 12:00 pm, el profesor que le tocaría a
Gabriel y su grupo anunció que no llegaría. Por lo que el prefecto llevó la
noticia que los chicos se podrían retirar para ya no esperar hasta la hora de
salida.
Gabriel no tomó mal esa iniciativa. No había hablado
con muchos chicos a su alrededor, únicamente complementó los chistes para
alegrarse entre todos. Además, tenía fuertes ganas de liberarse de ambos
placeres. Fue al baño para orinar, pues era lo que podría permitirse en esos
ambientes donde muchísimos usaban los mismos mingitorios, pero el retrete,
jamás.
Cuando estuvo en el baño, esperó un poco que
otros chicos salieran, sintiendo los aromas del jabón y muchísimas necesidades
unidas en un mediano espacio.
En su turno, se acercó al mingitorio, observando
el cúmulo de pipí de otros jóvenes como él, la que se filtraba lento. Justo en
ese instante, orinando, Gabriel pensó que haberse hecho en un pañal hubiese
sido mejor, pero su reputación de buen hijo estaba por los suelos ante sus
padres por causa de esos objetos absorbentes. Pensar en los pañales era lo que
menos quería en ese día.
Al finalizar su larga descarga de pipí, subió su
cierre, resguardando su pene tras su calzón.
Lavó sus manos y procedió a irse a casa, teniendo
en cuenta que no debía dilatarse.
Caminó rápido pues le daban sensaciones de hacer
popó.
Al estar en su acera, la confianza de entrar a su
propio hogar no era la misma. Sobre todo porque el auto de su madre se hallaba
estacionado casi lejos de la entrada frontal para su vehículo; algo le decía
que otro auto o dos se habían estacionado antes que ella.
Para no perder más el tiempo, se apresuró a
ingresar.
Abrió con sus llaves y ahí estaba su madre, la
señora Érika, sentada en el sillón, leyendo una revista; teniendo la radio puesta
en su estación favorita, la que tocaba su canción de mujer con la que había
crecido, la de Dancing Queen del grupo ABBA.
─¿Salieron temprano?─. Preguntó la señora Érika,
viendo el reloj en su mano.
─Si. No llegó el último profesor─. Respondió el
joven. Como iba un poco agitado por caminar rápido en su regreso y también por
los nervios, Gabriel sentía un aroma raro en el ambiente; eso pensó al ir a
beber un poco de agua en la cocina, pero lo volvió a valorar al sentir que era
un olor a infantil invadiendo la casa, como si algún bebé bien perfumado
hubiese estado allí.
La señora Érika dejó que su hijo bebiera agua, no
tenía nada de malo que hiciera eso. Después de todo, llegó a tiempo. Al ver que
su joven ya se hallaba repuesto, le dijo mientras se mantenía en su lugar en el
sillón:
─Ven para acá conmigo─.
Gabriel caminó al estilo que un joven de
dieciséis años lo haría, con una mano libre y la otra dentro de la bolsa de su
pantalón. Se detuvo delante de su madre, viéndola a los ojos.
─¿Qué es?─. Dijo él.
La señora Érika guardó la revista que leía, sin
dejar ver la portada, ya que era una publicación mensual que la empresa proveedora
les enviaba para conocer sobre el tema y otros productos de reciente invención.
─Bien, te dije que hoy vas a saber las nuevas
reglas de la casa y de la vida. Antes de que te asuste o preocupe, quiero
aclararte que por lo que se escucha, es una breve vida que yo decidiré por
cuánto tiempo va a ser, es más, ya tengo decidido cuánto, pero no se te dirá,
tampoco tu padre te dirá nada de eso. Él sabe este remedio porque también
invirtió una pequeña parte de su dinero y no quiere desaprovecharlo. Así que si
a lo largo sientes molestias, puedes presentarle tus propuestas a él también. ¿Se
entiende?─.
Gabriel afirmó, con sus preciosos ojos bien
abiertos y atentos.
─Bien. Por ese asuntito de los pañales, déjame
ser clara y directa. Tu padre y yo hemos comprendido bien que te gustan mucho,
de lo contrario no los hubieses ni comprado ni utilizado de esa forma. ¿O me
equivoco?─.
Gabriel le desvió la mirada, le incomodaba
escuchar la palabra pañal en la boca de su madre.
─Te hice una pregunta, ¿Me equivoco? ¿Estoy mal
al decir que te gustan los pañales? ¡Vamos! ¡Admítelo! No te voy a maltratar ni
hacer nada, no gano nada con eso, pero
solo quiero que lo admitas. Eso facilitará mucho las cosas para ti y para
nosotros como tus padres─. Dijo la señora Érika, con tono severo pero muy
seguro.
Entonces Gabriel pensó en segundos para sí mismo
con su pepe grillo en su consciencia: ya
te descubrieron, lo saben, vieron que los tenías guardados y si no los hubieras
usado todos de la misma forma, entonces significaría que no te gustan… ¡¡Ya
dile que sí te gustan!!
Tras pensarlo así, trató de sonreír, estaba
serio, mirando hacia abajo. Cuando marcó una breve sonrisa, afirmó TODO a su madre
con la cabeza.
La señora Érika le guiñó un ojo. Como muestra de
su amor de madre, le dio un beso en su mejilla, tan cálido que le hizo erizar
la piel al precioso Gabriel. Luego le dijo:
─No te preocupes. De eso tendremos el tiempo para
verlo. Como te dije, no pasa nada. Ahora, comencemos: en este momento, quítate
la ropa aquí ante mí, quédate en calzón. Te voy a dar un baño─.
Gabriel se llenó de nervios, de vergüenza ante la
idea de hacer eso. Bien se le apreció, sus mejillas se pusieron rojas como un
tomate y sudó un poco de su frente.
─¿Me puedo bañar yo?─. Preguntó el joven.
─¡Claro que no! Más que un baño, más que una
lavada de cuerpo, quiero prepararte bien para todas las ocasiones que
repetiremos la acción del cambio de pañales─. Dijo la señora Érika.
─¿A qué te refieres?─. Repuso Gabriel.
─A que por el hecho que te gustan, y para que no
hagas más tonterías como las que hiciste, entonces vamos a permitirte usarlos,
bajo nuestros criterios y cuidados, también bajo nuestra supervisión─.
Respondió la mujer.
─Pero no va a ser necesario. Podemos olvidarlo y
ya─. Dijo Gabriel.
─¡¡Claro que no, jovencito!!… como ya te dijimos,
hemos invertido dinero en esto y no queremos que se pierda. La forma de que no
pase, es haciendo lo correcto para ti. Además, en el asunto de los pañales,
todo necesita cuidado de alguien más, si te haces pipí, alguien debe limpiarte
o asearte aunque sea un poco. Si te haces popó, aún más, pues eso se ensucia
mucho en donde envuelve el pañal. Así que no digas que no se necesita de
alguien─. Dijo la señora Érika, haciendo ademanes para que su joven iniciara la
orden.
─¿Y qué es eso que quieres hacerme en lo de la
preparación?─. Repuso Gabriel, con sus nervios y su corazón latiendo.
─Vamos al baño. Ahí iniciaremos esto y ya verás
de lo que hablo─. Respondió su madre.
─¿No podemos cambiar todo esto a otra forma de
hacerlo? ¿Aunque ya hayan invertido todo ese dinero?─. Volvió a insistir
Gabriel.
La señora Érika sintió que ya había resistencia,
por lo que eso le hizo enojar. Lo único que quería era proceder y asegurarse de
que su joven se quedase bien puesto en su lugar, para que las incidencias de
malos comportamientos no volvieran a repetirse.
─¡¡Hijo… SOLO HAZLO!! No me obligues a gritarte,
a darte la serie de azotes que realmente quiero darte. ¡¡Y ES EN SERIO!!─. Dijo
la señora Érika, muy severamente.
Gabriel sintió ahora sí el rigor y la molestia
que su madre mantenía, por lo que no quería sentir azotes con el cinturón, palmadas
o con algún cable que estuviera por ahí cerca. Eso sí dolía. Así que inició a
retirarse los zapatos. Se sentó en el sillón para más comodidad y rápido se los
despojó. Igual los calcetines.
La señora Érika observaba que su hijo se quitaba
con mucha pena la playera, a pesar que en otros días lo había visto sin playera,
mucho más cuando iban al balneario o al mar. Le sostuvo su playera del
uniforme, también su camiseta; iban con mucho sudor, por la caminata y los
nervios de la ocasión.
─El pantalón… ahora─. Dijo ella.
Gabriel se puso de pie y removió el cierre. Abrió
el botón, comenzando a bajar lentamente su prenda, dejando ver su calzón gris
con una franja naranja, el mismo con el que durmió y el que trajo por toda la
mañana en la escuela hasta ese instante.
Le dio el pantalón a su madre y la señora Érika
puso todo eso en el sillón.
─Vamos al baño. Allá te desvistes bien para mí─.
Repuso.
Gabriel caminaba por un costado de su madre,
tratando de no ganarle en los pasos; le daba pena que le viera así, sus piernas,
su cintura, todo libre, a excepción de los ángulos que cubría su calzón gris.
Cuando llegaron al baño, la señora Érika empujó a
su hijo hasta la sección de la regadera.
─Quítate el calzón─. Ordenó de nuevo ella.
Saliendo un momento del área mientras iba por algunos accesorios.
Gabriel estaba incómodo, no sabía si era un sueño
o una realidad muy distante de otros chicos en su escuela, debido a que
muchísimos de ellos, justo a esa hora en que él pasaba ese momento de casi
desnudez, ellos estaban llegando a sus casas, cambiándose la ropa, sin ayuda,
sin la interferencia de sus padres. O todo lo contrario…
La idea de ver que su madre salió, le hizo tener
una visión que volvería con un cinturón para darle sus azotes, aprovechando que
estaba en puro calzón, por lo que para que no lo hiciera, entonces, con
decisión se bajó el calzón gris, deslizándolo por sus piernas. Éste mismo se
enredó, pero no le tomó importancia. Lo dejó sobre la tapa del retrete,
quedándose en el área de la regadera, cubriéndose con las manos su precioso
pene; valía la pena hacerlo, su madre no lo había visto desnudo desde los diez
años. A los dieciséis ya suponían muchos cambios.
La señora Érika regresó con una cajita en las
manos. Vio a su hijo listo para la acción.
─Muy bien, pero, ¿Por qué te cubres? Esa es la
zona que más vamos a atender en este momento, y la que mantendremos libre de
las infecciones todo este tiempo que ponga mi mirada ahí─. Dijo ella.
Gabriel no dijo nada a eso, únicamente continuó
viendo que su madre abrió la regadera.
La señora Érika hizo mover a su hijo las manos de
donde estaban. Enseguida prestó atención al crecido pene que tenía su hijo en
resguardo, por naturaleza, por clara edad, lo tenía un poco erecto. No le causó
impresión, le maravilló lo que su hijo poseía. Además, con la formación en la
revista, había leído que en ese estado de flacidez y media erección, el pene de
los chicos podía afeitarse mejor.
Antes de pasar a eso, la señora Érika roció jabón
para cabello a su hijo. Primero le hizo mucha espuma en su cabeza; le lavó bien.
Seguido, con la barra de jabón normal y la esponja, lo fregó bien en la piel de
su joven, usando también la espuma que resbalaba desde arriba. Gabriel no decía
nada ni trataba de cubrirse, no era necesario. Continuamente, la señora Érika
puso más jabón en sus manos y las llevó para tallar las pompas de su hijo,
deslizando bien sus dedos por sus líneas. Tampoco era raro para ella, sabía
bien que le frotaba su zona angelical, su ano tendría que estar limpio. Luego
se fue a frotar limpiando el pene de su joven, moviendo bien las manos por sus
entrepiernas. Era un poco incómodo, ya que lo tenía de pie ante ella y el
espacio era el adecuado para solo una persona. A su hermoso joven le retiró su
prepucio para lavarle el interior a su pene, el que ya estaba bien erecto, sin
ninguna flacidez. Ahora era más fácil lavarlo. Así lo hizo, tallando con jabón
esa piel que era cubierta por otra piel. Al terminar, echó solo un poco de agua
y se lo cerró.
Antes que la espuma se acabara en el cuerpo del
joven, le puso más espuma en los bellos de su pene, empezando a abrir una hoja
para afeitar.
Gabriel pensó que le iba a doler, pero no. Lo que
sentía era la misma experiencia que si fuese con un estilista. Por sus piernas
iban resbalando los grumos de bello que le habían cubierto su pene desde que le
emergieron hasta casi los doce años. No estaban tan largos, pero hasta para él,
eran una molestia, causaban mal olor, mucho sudor, incluso picazón, lo bueno
que los estaban eliminando.
Tras casi una media hora, la señora Érika libró
de bellos a todo el pene de su joven. Abrió la regadera e hizo resbalarlos,
todos se acumularon en la coladera.
─Date vuelta, inclínate bastante y no te vayas a
mover mucho─. Dijo la mujer.
Gabriel se dio la vuelta como indicó, se puso en
cuclillas, sin poder creer que le estaba mostrando todo su trasero desnudo a
ella.
Su madre continuó con el rasurado de bellos
púbicos. Ahí en sus pompas, con otra hoja de afeitar, la deslizó por sus pompas,
liberando los pocos bellos que ahí vivían, como viejos moradores de las
montañas; al llegar hasta por su ano, lo hizo con cuidado, y no pasó nada.
Al fin, el joven Gabriel estuvo libre de bellos
en su pene y sus pompas, era como apreciar a un niño de cinco años pero con el
tamaño del evidente joven de dieciséis. Le hicieron venir el agua sobre su
cuerpo carente de espuma, lavando los restos de jabón.
Le llevó a la otra mitad del baño, y le secó la
mayoría del cuerpo.
─Vamos a terminar de secarte a la cama, en tu
cuarto─. Dijo la señora Érika.
Gabriel caminó envuelto en toalla, cuidando de no
resbalarse. La señora Érika reconoció eso, para la próxima tendría todo listo.
Al llegar, la señora Érika le hizo ver a su joven
hijo todos los medianos cambios que hicieron desde la mañana.
─Cuando te dije que me quedaría en casa por las
horas de la mañana, fue para coordinar con las personas que proveyeron esta
cama nueva para ti, es una cama de niños con gran tamaño. Tienes también una
gaveta resistente al peso de los chicos como tú, donde también se pueden
resguardar… adivina…
Gabriel escuchó y vio todo eso, reconociendo que
todo lo que dejó de ver en la mañana somnoliento se lo había tragado la tierra.
Su madre abrió el mueble grande que dijo, el que era como una mesa para comer,
con menor altura, con bases gruesas y
muchos cajones: vio el compartimiento lleno de pañales, como los que había
usado para sus travesuras con el vecino, pero estos tenían muchos dibujos.
─¿Qué le paso a mi cama y a todo?─. Preguntó
Gabriel.
─Se las llevaron los personales de la empresa que
me rentó estos muebles: la cama y el cambiador para ti─. Respondió la mujer.
─No era necesario todo esto─. Dijo Gabriel, con
tono triste por sus cosas.
─No te preocupes, te las devolveremos cuando
acabe. Mientras tanto, coopera. Súbete al cambiador─. Dijo la mujer.
El joven caminó dos pasos y se sentó en el
mueble. Tenía una superficie suave, apta para lo que fue diseñada.
La señora Érika le retiró la toalla, teniéndolo
desnudo de nuevo. Siguió secándolo, un poco por la espalda, sus piernas y su
pecho.
Al ver que ya estaba listo para el elemento más
importante, recordó la protección de la piel. Abrió uno de los botes con crema
y talco.
─Levanta tus piernas sobre el pecho, muestra las
pompitas a mami─. Dijo la señora Érika.
Gabriel estaba furioso, era una jugada nueva el
que le hubieran sacado sus cosas sin previo aviso. Quería explotar a gritos
pero sería inútil. Así que hizo la orden, levantando un poco, pero su madre
impulsó más sus piernas hacia arriba sobre su pecho con su mano izquierda. Ahí
mismo, ella le puso crema entre sus líneas, cubriendo bien su ano; amplió más
por sus pompas; dejó el tubito con crema al lado de las almohadas. Luego, en el
pene de su hermoso joven, el que ya estaba un poco flácido, le roció abundante
talco blanco.
─Que lindo, mi pequeñito tan crecidito. Tienes un
cuerpo tan divino, vale la pena asearte─. Volvió a decir la mujer.
Gabriel permitió que su madre le esparciera mucho
talco en su pene, sintiendo rico, eso no lo negaba, ¿pero a su edad? con el
tamaño de su cuerpo y todas sus proporciones íntimas, seguía pensando que era
molesto.
La señora Érika tomó un pañal del cajón. Lo
abrió, viendo todas las decoraciones. Sintió los aromas del elemento, los que
igual le llegaron a Gabriel.
Esa era una escena inesperada en la vida de
ambos. Hacer eso y que Gabriel fuese visto así de desnudo y expuesto, jamás
pasó por la mente de los dos en las convivencias. La señora Érika levantó las
piernas de su joven hijo, poniendo el pañal bajo las pompas, y tomó la parte
delantera del pañal para cubrir el pene del hermoso joven.
Con el entrenamiento en las revistas y los vídeos
que le enviaron los de la empresa, hizo bien la colocación. La madre del joven
unió las cuatro cintas casi por la cintura del muchacho.
─Nunca creí que te verías así de hermoso. Tal y
como te imaginé hace unos días─. Dijo ella.
Gabriel se puso de pie, viendo que su madre
sacaba un calzón nuevo y una bermuda de las que usaba siempre en casa. Le dio
un calzón color verde, del mismo estilo y marca que el gris, que se quedó en el
baño.
─Te permitiré vestirte tú mismo─. Repuso la
mujer.
Para Gabriel eso fue un aleluya, y se puso el
calzón sobre el pañal, sintiendo la presión de ambas prendas. Luego su bermuda
de tela fina, pero se marcaba perfectamente la forma de un pañal.
─Bien, mi precioso bebito, pasemos a la siguiente
parte. Como ves, las nuevas reglas de la casa y de tu vida son que usarás pañales
para todo momento, así como te gustan. Yo estaré cien por ciento a cargo de ti
en esto, te bañaré, te vestiré, cambiaré de pañalito todo el tiempo, así que no
quiero que te enojes conmigo ni nada de lo que tengamos que hacer. En cuanto a
la escuela, cada día que vengas, permitiré que tú mismo te pongas el pañal, si
quieres te haces ahí y me esperas a que yo vuelva. Solo yo te cambiaré cada
pañal sucio de pipí o popó, no tengas pena en hacerte así como te gusta. No
quiero venir y saber que no tienes uno puesto, porque si no, entonces iré
haciendo las cosas más pesadas para ti. ¿Alguna pregunta?─.
Gabriel analizó todo eso en segundos, no tuvo
dudas hasta el momento, era como demasiada información en una sala de espera en
un proceso de atención tan lento, y le afirmó
con la cabeza.
─Bien. Por este día iré a hacer comida para que
comamos al rato. Si traes ganas de hacer popó por la escuela, que estoy segura
te han de haber dado, adelante, ya sabes dónde. Cuando estés listo y bien
sucio… me avisas─.
Tras pensar todo eso, Gabriel no sentía ganas de
ensuciarse así. Solo se apresuró a ponerse una playera para estar en casa…