BEBITO GIGANTE - Capítulo 2

 




2

 

Una tranquila continuación que se pone mal...

 

 


G

abriel se mantuvo congelado por unos segundos mientras su madre se iba a preparar la comida para los dos. Aún no podía creer lo que le había pasado, le habían puesto pañales a los dieciséis años, como todo un bebé o un pequeño niño de unos cinco años con todas las vigilancias. En su interior afirmaba que no podía haber otra clase de humillación tan grande como esa, todo lo que era el secreto de su cuerpo se había perdido en cuestión de poco tiempo en lo que iba de esa tarde de primer día en un nuevo nivel escolar.

Para tratar de calmarse un poco, se fue a beber un poco de agua a la cocina. Lo hizo caminando con pasos rápidos en el interior de su casa, un modo de caminar distinto a otros días anteriores en los que lo hacía con pereza. En la cocina ya estaba su madre, sacando las verduras del refrigerador y poniendo las carnes que iba a freír en el sartén. Gabriel se sirvió su vaso con agua de forma rápida, sin mirar a los ojos a su madre. A pesar que habían estado muy juntitos en la ducha y en la colocación del pañal, el joven quería mantener su distancia lo mejor que se pudiera. Bebió dos vasos con agua fría. Lavó su vaso y se fue caminando. La señora Érika disfrutó ver de nuevo a su precioso joven con su pañal puesto bajo la ropa juvenil de todos los días, era algo tan raro y tan bonito para ella verlo así con ese bulto frontal y trasero. Jamás en su vida se había propuesto la idea de que los jóvenes como su hijo pudieran volver a usar pañales como los bebés; lo bueno que sí era posible en esos tiempos, para que su mayor joya en la vida no volviese a hacer lo que hizo.

 

Seguido, Gabriel se fue a sentar a la orilla de su cama, observando todo lo que fue cambiado en ese mismo día. Era como un espejismo haber visto por última vez su cama normal, su cómoda. Ahora en lugar de todo eso estaba su nueva cama decorada y el mueble donde se tendría que acostar para cuando le cambiaran el pañal. Le daba mucha furia, con su pie le dio una patada al mueble.

Al sentarse, sintió la capa del algodón que le envolvía sus pompas, entre sus piernas se le marcó el bulto por la parte frontal. Cualquiera que pusiera la mirada entre sus piernas claramente pensaría que el jovencillo no tenía una enorme erección, sino algo más bajo la ropa. No podía soportar el nivel de las consecuencias por lo que hizo, se arrepentía de haberse deshecho de los pañales sucios y hacer que cayeran en la propiedad vecina, nada de lo que le hicieron en ese día hubiese pasado si hubiese sido más precavido sacando todo en una bolsa hasta el bote.

Hubo un momento para Gabriel en el que, como a todo jovencillo de esa edad, le llegó mucho sueño. El levantarse temprano le hacía venir el cansancio y las ganas de seguir durmiendo a esa hora. Por lo que, procesando la idea que tenía usar pañales en casa bajo la tutela de su madre, su mente de debilitó y se dejó caer hacia atrás, recostando su cabeza en una almohada, cerrando los ojos.

 

Media hora después…

 

La señora Érika continuó haciendo su comida. En el proceso, vio que le faltaba un poco de especias y se había acabado el azúcar para el agua. Sin problema alguno pensó en enviar a su jovencillo a la tienda a comprar esos elementos de forma rápida. Le bajó a la mecha de fuego en la estufa y se fue caminando hacia donde estaba su molesto joven por lo de los pañales. Mientras iba caminando revisaba los mensajes de sus compañeros del trabajo y las indicaciones que tenía que seguir con sus alumnos. Al empujar la puerta, le vio, ahí estaba tendido su precioso Gabrielito, con el mismo bulto frontal entre las piernas, el que ya le empezaba a gustar mirar, era como ver a un tierno bebito. Por unos segundos pensó en no hablarle, en dejarlo seguir reposando todo su impresionante día, pero luego tomó en cuenta que las cosas para la comida eran de conseguirse rápidamente. Y le dijo a su joven dándole palmaditas en la pierna:

─Mi precioso bebito, hey, despierta…

Gabriel sintió los pulsos de su madre en la pierna, y abrió los ojos, dejando de soñar un poco con sus viejas vivencias en la escuela secundaria cuando jugaba fútbol con sus compañeros, en los pocos momentos que le invitaban. Se sentó en la cama, sintiendo que el aire en el interior de su cuerpo le inflaba el bulto frontal del pañal. La señora Érika dijo de nuevo:

─Necesito que salgas a la tienda y me compres un paquetito de especias saborizantes para la comida y un kilo de azúcar─.

Por segundos, Gabriel estuvo dispuesto a obedecer bien, pero al poner los pies en el suelo y en la tierra, en su nueva realidad, supo que no podría salir así como si nada estuviera bajo su ropa, lo que le hacía ver ese bulto razonable por delante y por detrás.

─¿Pero me puedo quitar el pañal?─. Preguntó Gabriel, poniéndose de pie.

─Claro que no. Eso es para que lo uses todo el tiempo, así como si fuera tu calzón. Además, recuerda que el pañal es tu baño, puedes ir con él a todas partes, nunca sabemos cuándo tendrás que ensuciarte así como los días pasados cuando le arrojaste los pañales al vecino─. Respondió la señora Érika, sonriendo un poco, haciendo de sus palabras motivos de gracia, para hacerle ver a su joven que si estaba incómodo con el nuevo remedio entre sus piernas era por hacer puras tonterías. Pero su hijo no mostró una sonrisa, solo su mirada congelada ante la idea de tener que dar pasos fuera de su casa con esos detalles exuberantes bajo su ropa.

─Déjame quitármelo, me lo pondré, o me lo pones cuando vuelva, es solo para ir a la tienda que está a tres cuadras─. Insistió Gabriel.

─Ya te dije lo que quiero que traigas. Así que no te tardes más, porque la comida lo requerirá en poco tiempo─. Respondió la señora Érika, retirándose del lugar. Tras irse, preparó el dinero para pagar la pequeña compra en la tienda y lo puso en el sillón cercano a la puerta.

Gabriel llegó caminando a donde estaba el dinero. Lo sostuvo y lo echó a las bolsas de su bermuda. Quería arrancarse el pañal pero dudaba mucho en hacerlo, tras pensar en cómo lo haría y luego el resultado de eso, se le venían a la mente los recuerdos de otros castigos dados por su madre y desobedecidos, en los que lo peor fue recibir azotes con el cinturón en la pierna desnuda y luego, más castigos.

Así que luego de unos quince segundos de dudas, Gabriel pensó en aventurarse a la calle con el pañal puesto. Solamente se estiró la playera un poco para que le cubriera más debajo de su cintura, le ocultara esa redondez en sus pompas que no mostraba ninguna división.

Cuando estuvo listo, tomó mucho aire para no desmayarse caminando y que alguien le hiciera burla por verle el pañal. Abrió la puerta, echando una breve mirada a la acera. No había nadie, así que se apresuró. Salió y cerró.

Se fue camino a la tienda, pasando por la casa del vecino a donde cayeron los pañales sucios, viendo que ahí estaba cerca la hija del señor. No hizo contacto visual y siguió su camino.

Al dar la vuelta a la cuadra, vio que venía un hombre que no conocía y le vio a los ojos. Enseguida Gabriel empezó a reconocer que ya le había visto el pañal. Su piel se erizó por la pena de que alguien le haya visto el pañal bajo la ropa, pero lo cierto era, que aquel hombre iba camino a la casa donde se comprometió a reparar unas lámparas.

 

Poco después…

 

 

Gabriel llegó a la tienda. Sacó las monedas de la bolsa y una de ellas se le cayó. Rápido se le inclinó y al hacerlo, por querer moverse a la velocidad de la luz, su playera se subió hasta su cintura, quedándose detenida por el elástico del pañal en la parte de atrás. Era perceptible el elástico de su calzón y una capa de algodón con colores blanco-celeste.

─¡Hola, buenas tardes!─. Habló Gabriel, llamando al que atendía la tienda.

Su voz hizo eco por unos momentos, no había nadie ahí disponible, pero más adentro, alguien le escuchó y se apresuró a pasos rápidos.

 

Gabriel esperó ahí de pie por dos minutos, sintiendo los aromas que provenían de las cosas alojadas en la tienda, como las frituras, los refrescos, los jabones. Mucho antes que llegara el responsable, a sus espaldas se estacionó una camioneta con los vidrios bajos, dejando escuchar la canción fuerte de “Uptown Girl” de Billy Joel, que daba a los andantes un ambiente divertido. Lo mejor de eso para Gabriel, era que esa canción también le gustaba, le alegraba el alma y por también raras cosas, le hacía pensar en los pañales. El joven volteó a ver quién llegó, viendo que las puertas se abrían poco a poco. Del auto bajaron dos chicos de casi su estatura, con un bonito rostro y cuerpo; uno tenía 13 años y el otro 14, un par de hermanos, seguidos de quien conducía, la que parecía ser la hermana mayor o la madre, una chica muy mayor como para sí tener permiso para conducir, quien vestía prendas bonitas y provocativas.

─Buenas tardes─. Saludó Gabriel a la joven.

─Buenas tardes─. Saludó la chica.

Gabriel se mantuvo mirándose por segundos con los dos chicos que estaban casi a su lado detrás, y se volteó al escuchar que pronto sería su turno para comprar las cosas por las que salió a exponerse. Su conciencia le dijo que los dos chicos que llegaron no usaban pañales en sus casas, o tal vez sí, eso nunca lo podría saber, pero era ilógico que alguien con dieciséis años como él sí tuviera uno bajo la ropa y los dos chicos, no.

Uno de los dos chicos, el que tenía trece años, se quedó viendo a Gabriel por detrás por la playera, detectando que su prenda tenía unos puntitos como decoraciones del diseñador. Pero no pudo evitar bajar más su mirada, llegando hasta las pompas del joven que le superaba un poco en estatura, detectando que se le veía el elástico del calzón; pensó que hubiese estado bien eso como algo normal, pero lo raro fue que le vio un plástico decorado y una gran capa de algodón color blanco. No dijo nada…

Quien atendía la tienda era una señora de los barrios normales, llevaba las manos húmedas por estar lavando sus prendas en el patio, aprovechando la tarde antes que se ocultara el sol. Llegó ante Gabriel y le esperó:

─Deme un paquete de especias para comida y un kilo de azúcar─. Dijo Gabriel, con tono amable, sonriendo un poco, sacando las monedas que iban en su bolsa. Al hacer eso, el mismo chico detrás de él vio las manos de Gabriel moverse en sus bolsillos y luego puso los ojos en el algodón cubriendo hasta casi su cintura.

La música se escuchaba, ni los dos chicos ni su familiar femenino decían algo, solo esperaban que el joven que llegó primero terminara de pagar para luego irse.

Gabriel tuvo las encomiendas de su madre en su mano. Echó las monedas sobrantes a su bolsillo y se fue caminando normalmente.

El niño que le había visto el pañal a Gabriel no dijo nada hasta ese momento, pero cuando subieron a su auto, volvieron a aumentar el volumen y allí el chico dijo con tono sorprendido:

─¿Te fijaste?... ¿Se fijaron? …

─¿En qué cosa?─. Preguntó la chica, conduciendo, aproximándose a Gabriel en la calle.

 

El joven castigado con pañales se fue caminando sigiloso, mirando al suelo y a sus zapatos en cada paso, rogando que su castigo terminara pronto. Antes de cruzar la calle en su camino de regreso, vio a los que llegaron después de él a la tienda en el auto, conectando la mirada, percibiendo que los tres se reían al verlo, como de algún payaso en su interior…

En los brazos de Gabriel se produjeron unos cosquilleos enormes que le hicieron tener la piel del pecho como de gallina, todo el motivo por las risas de esas personas se le vino a resumir por causa del pañal que le puso su madre, el que le hacía ver sus pompas redondas y lisas.

Gabriel dio un apretón de ojos y decidió a irse corriendo a su casa, para que así ya no se encontrara con nadie más.

 

El resto que le quedaba de camino a casa se fue corriendo a toda velocidad…

 

Al ingresar a su dulce hogar, agradeció que la pesadilla terminara y se fue a buscar a su madre para entregar las cosas.

La señora Érika le sonrió a su joven. Para aliviar su pena y sentir que de cualquier forma estaba vivo, Gabriel se fue a beber más agua fría al refrigerador. Se tomó casi tres vasos grandes, recordando las miradas graciosas de quienes llegaron a la tienda.

─Si tienes que hacer cosas para mañana en la escuela, puedes ir a avanzar─. Dijo la señora Érika, continuando con el proceso de condimentar sus alimentos en los recipientes calientes en la estufa.

Gabriel afirmó esa idea, pero no para releer los temas en su nuevo nivel académico, sino para seguir manteniendo la distancia de su madre.

 

Así paso un rato, en el que Gabriel se fue a recostar a su infantil cama, la que le gustaba por la comodidad, era mejor a la que dejó de usar apenas en la mañana antes de irse. Todo el estrés por lo que iba en el día le hizo caerse dormido una vez más por media hora.

 

Por ese rato de reposo de la mente del joven, la señora Érika entró de nuevo. Los aromas de los paquetes de pañales y el talco tenían invadido el área, le llegaron a su nariz y sintió una sensibilidad grande de madre atenta a todo, como si de quien cuidara fuese un tierno niñito. Se fijó en lo muy grande que estaba su único hijo para estar usando pañales, sabía que ni sus estudiantes de la universidad donde daba clases lo usaban, pero en el interior sabía que era un buen remedio para que no hiciera lo anteriormente hecho y también, le daba un cierto grado de gusto atenderlo con esos cuidados y detalles. La vista de la señora Érika se fijó en el bulto de su joven entre las piernas, era mediano, menor a lo que una erección podría mostrar, pues el pañal aún estaba seco, solo era la cubierta gruesa del algodón. Luego, ella se aproximó a Gabriel, y en su mano derecha le hizo unas cosquillas.

Gabriel se despertó de nuevo, dejando de haber visto muchas cosas fuera de su realidad, teniendo el recuerdo de la situación que vivía.  

─Ya es hora de comer, ya está todo listo. Vamos─. Dijo la señora Érika.

Gabriel se puso de pie, limpiándose el rostro con la mano. Fue caminando con su madre hasta la cocina y en el lugar, vio que su plato ya estaba servido con su porción normal.

Tomaron su silla y dejaron la televisión en un documental que hablaba sobre las pirámides de Egipto.

Gabriel comía con grandes bocanadas, sí que sentía hambre.

Cada quien lo hacía tomándose su tiempo. Gabriel sentía ganas de que su padre estuviera ahí con ellos, pero al mismo tiempo no, pues su mejor autoridad en la vida sabía lo que le habían puesto como remedio a sus acciones; aun así afirmaba que si no estuviera pasando nada con el tema de los pañales sería maravilloso tenerlo ahí compartiendo la mesa.

 

 

Una hora después…

 

 

Gabriel y su madre terminaron de comer. Levantaron la mesa como dos familiares que no tenían nada en común por lo que sentirse un poco distantes. Lo raro de esa comida, era que en tan solo unos días a otros, comieron en silencio, cuando en los anteriores era conversar sobre la escuela, el futuro, los programas de televisión en compañía del padre de Gabriel, quien no estaba por el momento.

Gabriel puso su plato en el lavadero, y esperando su momento para lavarlos, por el sonido del agua salir por el tubo sintió las ganas de orinar acumulándose en su vejiga, la que pensó se inflaba como un globo con agua.

Justo ahí pensó en pedirle un inútil intento a su madre:

─¿Puedo ir al baño para hacer pis? Ya después de este momento sí uso el pañal que me pusiste─.

La señora Érika se rio un poco, y le dijo:

─Claro que no, hazte ahí y no te aguantes las ganas─.

Gabriel dejó de verle y se quedó recostado esperando que le diera su turno para lavar.

─Deja tus trastes, yo lo haré, si quieres vete al cuarto y si te haces mucha pipí, te cambiaré el pañal─. Dijo la señora Érika.

Gabriel no dijo nada, solamente se fue a su espacio personal casi corriendo, el que ya no lo era, por estar adecuado con cosas para darle otros cuidados.

 

Gabriel llegó a su cuarto eructando lo lleno de la comida. Por cada paso que había dado pudo escuchar los tronidos del plástico de su pañal. Todos los sabores los tenia mezclados en su boca, incluso sentía las ricas especias que fue a comprar de la tienda.

Se quiso recostar de nuevo en su cama para dormirse por más tiempo o por el mismo que las dos anteriores. Pero sentía que si se inclinaba un poco todo el buen platillo hecho por su madre se le vendría a la garganta. Igual sintió que sus intestinos le hacían la petición de más espacio, pero las ganas de buscar otras formas de liberarlo, le dieron las fuerzas para apretar sus pompas.

Ahí de pie al lado de su cama, lo que no quería resistir mucho, fue las ganas de orinar. Con su mano le dio unas caricias a su pene para que se acomodara y no hubiese obstrucciones al mantenerse en reposo. Luego fue liberando poco a poco, primero un chorrito, luego uno más largo, hasta que todo el líquido quedó absorbido por todo el algodón del pañal.

Gabriel sintió que el bulto en su área genital se hizo más grande, el frontal muy notorio, como si le hubiesen envuelto con una mediana toalla, y en sus pompas se hubiese quemado gravemente. Sin duda alguna, la fábrica que diseñó esos pañales se había encargado de que no fuera nada discreto el tener puesto algo como eso. Luego, con sus manos se dio unas caricias, sintiendo hasta las clásicas cosquillas de liberarse las ganas de orinar, esas le daban en cualquier parte y recorrían toda su piel.

Al terminar de hacer las presiones sacando toda la pipí, decidió darse la oportunidad de recostarse.

Se acostó en su cama sintiendo que la humedad se le iba esparciendo por sus pompas, por las partes donde no llegó la pipí por en medio de sus piernas, sin negar que se sentía rico mojar el pañal.

 

Luego de unos minutos, entró la señora Érika con pasos veloces.

─Me imagino que ya te hiciste pipí─. Dijo ella a su hijo.

Gabriel se quedó pensando en si responderle o no, no quería saber cómo iban a ser los cambios de pañales con pipí.

Como la señora Érika era inexperta en el tema de los cambios de pañales a jóvenes grandes como el suyo, se puso a hacer retentiva de las lecciones que vio en la revista que le dieron los de la empresa. No tuvo problemas en tener en valor que primero debía revisar el nivel de la humedad para valorar si era factible un cambio total de pañal; eso mismo se hacía con un bebé, sonrió al acordarse de que lo hizo cuando su querido Gabrielito fue un tierno bebecito bajo sus mejores cuidados.

La señora Érika se aproximó a su joven, quien le veía a los ojos con una bonita y nerviosa mirada.

─Haber… vamos a quitarte la ropa para sacar ese húmedo pañal, que huele mucho a pipí─. Dijo la señora Érika, sintiendo las ráfagas de viento que provenían del cuerpo de su joven, era el olor a pipí mezclado con el talco.

Gabriel permitió que su madre le despojara rápido los zapatos, luego le deslizara por las piernas la bermuda que estaba usando; igual el calzón verde. Ante la señora Érika estaba el pañal lleno de pipí que tenía que cambiar. Palpó la parte frontal y tres de sus dedos de la mano derecha los introdujo por las entrepiernas, rozando los testículos de su joven, sintiendo la humedad; al sacarlos vio los residuos de pipí en sus dedos. Se quedó unos segundos pensando, teniendo en cuenta unas recomendaciones que le dio su esposo antes de iniciar todo eso con su hijo, a lo que se fue hacia su cuarto para tomar su celular.

─No te vayas a levantar, no tardo…  ─. Dijo la movida mujer.

Gabriel se mantuvo ahí recostado en su cama con el pañal a plena vista para quien se asomara en ese momento, sin duda alguna le vería ese gran bulto amarillento. En pocos segundos, llegó de nuevo su madre.

─No te muevas.

Por esas tres palabras y por el hecho que su madre le enfocó el celular hacia todo su cuerpo, Gabriel pudo entender que le iban a tomar fotos.

─¡No, no lo hagas, no quiero que me tomes fotos!─. Dijo el joven, sentándose de golpe, jalando su ropa para cubrir el pañal.

─¡Si hijo, tu papá me pidió evidencia de todo esto, pienso aprovechar algunos momentos así para enviarle el avance, que vea que su inversión conmigo está rindiendo efecto desde el primer día. Está que se muere por verte en pañales, ya sabe que comenzamos con esto─. Dijo la señora Érika, con tono alegre y serio.

─No me tomes fotos, no así, ya sería demasiada tontería─. Dijo Gabriel.

─¿Tontería esto? ¿Porque no pensaste que sería tontería arrojarle pañales sucios al señor Joshua a su casa? Eso no fue tontería para ti, fue divertido, ¿Verdad? Déjate tomar estas fotos porque si no me vas a hacer obligarte a sacártelas y luego aplicarte más cosas feas que alarguen este castigo─.

Gabriel vio que su madre puso el celular listo para tomar la foto, pero no quería que su padre le viera con el pañal lleno de pipí. Por esos momentos estaba desconfiando mucho en su madre, ya no sentía lo mismo como en otras ocasiones cuando le decía cualquier cosita y quedaba como secreto suyo, ahora podía ver que las fotos que salieran rondarían en los celulares de toda la familia, tomando en valor que su padre compartía cualquier cosa en los chats y las redes sociales. Así que se mantuvo sentado cubriéndose.

─¡Mira hijo no me obligues a sacarte la ropa a la fuerza y llegar a alzar la voz, no quiero gritarte!─. Dijo la señora Érika, poniendo en pausa su cámara.

─Es que no quiero fotos─. Dijo Gabriel, con tono serio, pensando que las cosas podían hacerse a como él quisiera, pero sin eso del momentito.

La señora Érika tenía en cuenta lo pendiente en darle una buena tunda a su joven por haber hecho aquello con los pañales, sabía que ya estaban en eso de la típica mala conducta de un jovencillo en esas andadas de la vida, así que se desesperó con molestia, y dijo sin aún querer gritar:

─¡¡Te estoy diciendo que hagas esa orden!!─.

Gabriel sintió unos nervios grandes por hacer que su madre alzara la voz de nuevo sin que fueran gritos, no quería sentir otra bofetada como la que le dio recientemente cuando dijo que todo lo ocurrido lo había hecho un amigo suyo. Así que se apartó la ropa de sus piernas y justo ahí la señora Érika le dio un empujón a su joven, haciendo que se quedara acostado de nuevo.

La señora Érika se apresuró a tomar las fotos en primer plano de forma rápida, apenas tuvo a su hijo enfocado de las rodillas a la cabeza en la pantalla dio clic. Gabriel escuchó el flash veloz de la cámara, que casi le sacaron unas diez, así como lo hacía su mismo celular; sintiéndose en el infierno.

─Saliste bien─. Dijo la señora Érika.

Gabriel vio que la sonrisa en su madre no había sido por felicidad natural, era una comodidad por hacerle la vida miserable como en ese momento, pudo saber que estaba disfrutando el momento, así que para hacerle saber que no se quedaría sin luchar para retomar su vieja vida, se puso de pie y le dijo arrancándose el pañal salvajemente:

─¡ESTO ES UNA ESTUPIDEZ!─.

Sin que le importara quedarse casi desnudo ante su madre, le vio a los ojos mientras echaba lejos de los dos el pañal empapado.

La señora Érika vio el reto de su joven, eso le dio mucha ira. Justo ahí era un encuentro de acciones de dos jóvenes, el de un típico medio burlón o de mala conducta que iniciaba el bachillerato contra una mujer egresada con pocos años que sabía cómo lidiar con jovencillos altaneros. Así que no se quedó con las ganas, le volvió a voltear la cara a su hijo con una bofetada.

Gabriel vio a su madre casi llorando, los golpes en su rostro rápido le dejaban las marcas de cualquier cosa. Ahora se arrepentía de haberlo hecho.

─¡MIRA MOCOSO A MÍ ME RESPETAS… AHORA VE A LEVANTAR ESE PAÑAL Y ÉCHALO A LA BASURA, RÁPIDO!─.

Gabriel escuchó el tono bravísimo de su madre, le había gritado con todas sus fuerzas, al grado que hasta los pájaros pudieron haber escuchado hasta donde volaban en el cielo. Y sí, como la ventana del cuarto de Gabriel estaba abierta, el grito de la señora Erika lo escuchó una niña de la casa vecina que jugaba en su jardín. Como se dilató solo tres segundos pensando en ir a recoger el pañal mojado, la señora Érika tomó eso como otro reto y enseguida fue a buscar a la sala el mismo cinturón que su joven usaba para la escuela.

Gabriel sintió venir la muerte y se fue corriendo así medio desnudo a levantar el pañal, cubriéndose su pene por sentir pudor, como si hubiese más personas ahí viendo esa escena, temiendo que le dieran sus azotes como hacía unos pares de años con otros desafíos al nivel. Como coordinados, al mismo tiempo el joven levantó el pañal y lo llevó hasta la cama, y la señora Érika volvió con pasos largos alisando el cinturón.  

─¡No, perdóname, no lo vuelvo a hacer! YA PONME EL OTRO PAÑAL Y NO DIRÉ NADA!─. Dijo Gabriel, viendo que su verdugo no parecía entender su idioma lleno de pavor.

─¡TE DIJE QUE NO ME ESTÉS HACIENDO ESTUPIDECES… PERO TE GUSTA QUE TE TRATEN MAL… ¿VERDAD MUGRUSO?─. La señora Érika empezó a hacer el intento de golpe con el cinturón a las piernas de su joven por ver que su hijo se cubría levantando las piernas o ponía sus brazos. Al darle sin que lo viera venir: ¡PLAS-PLAS-PLAS-PLAS-PLAS! le hizo sonar esos cinco azotes en las piernas y Gabriel comenzó a llorar más fuerte, como un niño de cinco años al que le quitaron sus dulces, ya no salían palabras por su boca, solo los gemidos de ardor.

─¡ESTO TE MERECES… por ser tan necio… ACUÉSTATE EN LA CAMA… QUE SIN PAÑAL NO TE VAS A QUEDAR!─. Repuso la señora Érika.

Gabriel lloraba por el ardor de los cinco azotes en sus piernas desnudas, no había servido que metiese sus manos para evitarlo, su madre era buena con el cinturón. Se acostó con torpeza, quedando como estaba de medio desnudo, aún conservaba la playera. La señora Érika le hizo darse vuelta con facilidad, el miedo del joven hacía que fuese más manipulable en la cama. Y al tener las pompas libres, ¡PLAS-PLAS-PLAS! le dio con su mano derecha a toda esa piel.

Gabriel sentía el ardor en sus pompas y sus piernas, ya tenía las marcas del cinturón y los cuatro dedos de su madre. Ya no iba a hablar por el resto de ese día, lo decidió en ese momento de aguardar ante su madre mientras ella preparaba el pañal.

La señora Érika abrió el pañal y antes de ponerlo como debía, sacó varias toallitas húmedas de la bolsa y le empezó a limpiar el pene a su joven, el que ya ni estaba húmedo, con todo el movimiento de la agresión su piel se había secado, pero no podía quedarse sin hacerle sentir que todo seguía en pie. Gabriel lloraba como niñito mientras su madre frotaba su pene de un lado a otro y en sus entrepiernas con cada toallita húmeda. A la señora Érika no le importaba eso, solo se esmeró en hacer que las pompas de su hijo no tuvieran cualquier resto de olor a pipí, que casi ni había.

Al término de limpiar, la mujer le hizo levantar las piernas a su joven, quien gemía sin dejar de sacar ríos de lágrimas. Gabriel sentía que su madre le ponía crema blanca en sus pompas e igual en su ano, no sabía si era molesto o placentero, solo quería que todo ese momentito acabara y se pudiera quedar a solas a como diera lugar. Seguido, la señora Érika le roció mucho talco en el pene, sin obviar que debía ser con cuidado, le frotó mucho como si se lavara las manos. Por lo que sucedía entre los dos, cuando le puso el pañal bajo las pompas y al subir la parte frontal, las erecciones no fueron molestia, ya que ahí la señora Érika pudo poner la puntita del pene de su hijo apuntando hacia abajo, por estar flácido. Cerraron con las cuatro cintas.

Gabriel se arrepentía de haber hecho eso, había sido mejor dejarse tomar las fotos sin alterarse interiormente. Pero ya no tenía sentido pensar así.

La señora Érika arrojó el cinturón de su hijo a la cama, el que quedó casi al lado de la bolsa de pañales y los accesorios. Reconoció que la tunda dada a su querido joven sería suficiente por ahora, así que le dijo con tono normal conservando el enojo:

─Te me quedas aquí en tu cuarto todo el día. Como te dije, si tienes tareas de la escuela, hazlas, cuidadito te pones a hacer otra cosa y no cumplas con lo escolar. Y otra cosa… por este acto estúpido por tu parte, mañana te me vas a ir con pañales a la escuela, y al salir, te me irás a la universidad donde estaré para que te mantengas conmigo y te atienda con esto. Tendrás que hacer muchos méritos si quieres que esta falta de hoy se rompa. Vístete. Tan bien que íbamos hasta hace un rato, pero como dije, eres tan bruto─.

La señora Érika salió del cuarto de su hijo, dejándolo sentado en la cama. Cerró la puerta.

 

Gabriel se vistió, sintiendo el bulto entre las piernas, odiando los pañales, aborreciendo al que tenía puesto. ¿Cómo iba a hacer para ir a la escuela con pañal? Apenas hacía un rato posiblemente le vieron los chicos que se encontró en la tienda, al día siguiente sin duda lo sabrían sus muchos compañeros del salón…

Se mantuvo pensando en eso por la siguiente hora que pasó…

Y la siguiente…

Y la siguiente…

 

Un habitual rayo de sol de la tarde iba alumbrando el mismo rincón del cuarto de Gabriel, mientras él estaba metido en las sábanas de su nueva cama, teniendo miedo, como si un ladrón estuviera en su casa. El joven seguía pensando, teniendo sueño, pensando y olvidando…

 

Llegó la noche.

La casa era dominada por la señora Érika, ella había podido limpiar en mayoría el suelo, cuando su joven andaba en tiempos anteriores por ahí caminando siempre le costaba borrar las huellas del brilloso suelo de grises mosaicos cristalinos. También había lavado y planchado el uniforme escolar de su hijo, el que puso en el patio para que le diera el fresco.

 

A las 9:55 de la noche, Gabriel seguía metido en las sábanas de su cama, para él el día se había ido como el agua de las manos, sin poder tomar una idea de lo que le esperaba al día siguiente. En eso, entró su madre, quien llevaba un plato grande, en el que iba un sándwich y dos salchichas asadas.

─Te traje esto, ahí te lo comes, no comiste algo como otras veces. No quiero que agarres una gastritis por no comer… ─ella puso el plato en el mueble ofrecido por la empresa de los pañales y elementos del castigo. Se aproximó a su joven y le despojó la sábana, viendo que el pañal seguía seco─. No quiero que te estés aguantando las ganas, si en el resto de la noche te dan ganas te haces ahí. ¿Entendiste? Hasta mañana…

Al decir eso e irse, Gabriel se quedó sentado en su cama, viendo el plato a su lado, el que despedía sus ricos olores. Pero la molestia no le había dado hambre en todo el día, y eso que él tenía un buen apetito para cualquier gran festín, lo mejor de todo era que no subía de peso.

Gabriel volvió a meterse bajo las sábanas, sintiendo las ráfagas de aire que le llegaban y le hacían sentir los aromas a talco en el interior del pañal. Era rico, pero aborrecible al mismo tiempo por todo lo que le vino en un solo día.

 

 

Horas después…

 

 

De repente se despertó, eran las 3:37 am, su ventilador le soplaba desde el techo, se sorprendió porque ni siquiera lo había prendido él, por lo que dedujo había sido su madre quien llegó a ver el estado de su pañal. Seguía enojado, pero ahora sí su estómago le hizo valorar más la comida generosa que su madre le dejó en el mueble, la que seguía ahí.

Se puso de pie, saliendo de la cama.

Tomó el plato y sin piedad le dio mordiscos grandes a las salchichas y al sándwich. Aunque estuvieran fríos, sabían ricos.

Comer le dio sed, a lo que se fue rápido a la cocina por un vaso con agua. Llenó el más grande y retornó a su cuarto.

Bebió todo lentamente, sintiéndose satisfecho. El frío de la madrugada y la pequeña activación le hizo tener ganas de orinar, a lo que sin animarse a ir al baño, prefirió hacerle caso a su madre y usar el pañal. Liberó sus ganas sin pensarlo, disfrutando la relajación por tener una gran carga amarilla en su interior. La humedad se le extendió como siempre en la parte frontal y una parte hasta sus pompas.

Valoraba mucho su soledad en ese momento, su casa estaba tan tranquila y apetecible como cualquier otra en el mundo, lo que le hizo sentir rica el agua que se posó bien en su estómago. No deseaba tener a su madre limpiándole la humedad, decidió quedarse así hasta amanecer, a lo que volvió a la cama con pasos de ladrón, para temer a lo que se avecinaba…




Capítulo 3 ↠