BEBITO GIGANTE - Capítulo 3

 



3

 

Los nuevos ambientes en la escuela

 

 

Mientras se iban las últimas horas en las que Gabriel no pudo dormir mucho, el joven se había puesto a pensar en las situaciones que le hicieron usar pañales al máximo: en su infancia, cuando usó en el baño el sobrante del experimento, cuando le pusieron uno al hermanito de su amigo Fernando; los anhelos de usarlos libremente por cualquier parte. Ahora ya lo tenía en su vida, al mover su cuerpo en la cama bajo las sábanas, sentía los ajustes del pañal que su madre le puso antes de dormir, el que seguía húmedo, lleno de la larga descarga de pipí hacía horas. También quería arrancárselo, arrojarlo lejos de nuevo, pero por haberlo hecho el día anterior, tendría que ir con uno a la escuela.  

Llegó un momento en el que Gabriel se durmió en su cama los últimos tiempos de la madrugada, sin reconocer si pensaba o quedaba inerte por lo que pasaba. Pronto, su reloj despertador en el celular sonó con su ruido escandaloso justo a las 5:00 am.

El celular de la señora Érika sonó sincronizado al de su hijo. Ella se puso de pie con mucha facilidad, por la responsabilidad de hacer que su joven llegase a tiempo a su escuela y el cuidado que debía brindarle antes de llevarlo. Sin dilataciones en todo sentido, en media hora quedó cambiada, le faltaba ponerse maquillaje.

Salió del cuarto donde dormía con su ausente esposo y primero fue a buscar el uniforme que colgó afuera. Lo retiró de las cuerdas y se fue a ver a su joven.

 

En toda la ciudad muchas personas se iban poniendo al corriente justo en esos mismos momentos, algunas principales luces en sus cocinas y salas se encendían, hacían ruidos de preparando el desayuno hablando sus propios pendientes.

 

Gabriel escuchó cuando abrieron la puerta de su cuarto, viendo la silueta de su madre. La señora Érika encendió la luz con el botón cerca de la puerta, viendo a su joven hundido en las sábanas.

─¡Vamos mi Gabrielito hermoso… arriba… hay que ir a la escuela!─. Dijo ella, con un tono alegre, pero al terminar de escucharlo, el joven sintió que en cada palabra aún iba un tono de severidad.

Gabriel se sentó en la cama de forma rápida, frotándose los ojos, bostezando. La idea de todo lo que venía le hizo perder el cansancio y puso mucha atención en cada movimiento de su madre. Le vio poner el uniforme limpio en la cama y luego recolectar las mismas cosas que usó cuando le puso el pañal para dormir.

─Acércate a mí de frente para que te limpie, se ve que ese pañal ya no podrá con otra carga de pipí que le pongas─. Dijo la señora Érika.

Gabriel se sintió incómodo por eso, con la mirada baja y con su ceño aún fruncido hizo la orden. La señora Érika sin dilación le despegó las cuatro cintas, bajando la parte frontal. Con las toallitas húmedas que fue sacando del recipiente le limpió su pene de los aromas a pipí que había en esa piel; vio que el talco se había casi pegado, a lo que sosteniéndole su miembro con la mano izquierda limpiaba con la derecha. Como siempre, esos masajes hicieron que el joven tuviera una erección, pero a la señora Érika eso no le importaba, solo admitía que su preciosura tenía algo grande, digno de cuidar con tanta dedicación. Le recordaba mucho a los momentos cuando tuvo sexo con su esposo, los buenos orgasmos que se llevó cada que su amado le metía su pene caliente por su vagina chorreando fluido.

Gabriel sentía rico los frotes que hacía su madre en su pene, pero le incomodaba cuando su prepucio se bajaba, revelando la buena estructura de su glande, a eso se lo acomodaba rápido, o si no la señora Érika lo hacía su madre con suavidad.

Al terminar con eso, la señora Érika le hizo levantar sus piernas sobre su pecho, teniendo sus pompas con brillos de humedad. Ahí le limpió un poco con papel higiénico, pasando la mano varias veces hasta dejar seco. Para despejar los olores, le limpió con más toallitas, sin obviar el ano de su hijo, por donde se podían apreciar algunos pequeños bellos, reducidos en tamaño cuando le afeitó en el inicio de todo.  

Gabriel bajó sus piernas, viendo que su madre se iba hacia la cómoda. Ella sacó un calzón limpio.

─Vístete con tu uniforme y te iré a hacer tu desayuno. ¿Quieres cereal y unos huevos?─. Preguntó ella.

Gabriel afirmó sin hablar, prefería mantenerse callado.

La señora Érika se fue caminando del cuarto de su hijo.

Gabriel se puso su uniforme feliz, podría ir a la escuela sin pañal, así no tendría problemas con quienes le llegaran a percibir eso bajo la ropa. Pensó que su madre se había arrepentido, a lo que su nivel de entusiasmo en ese día pudo elevarse mucho más, que superó el estrés con el que fue el día anterior.

 

La señora Érika preparó el alimento para su joven y ella en poco tiempo, mientras su preciosura volvía, se hizo su café y se sirvió; bebió tranquila.

 

Gabriel llegó caminando a la cocina, vestido como todo un joven escolar, alguien a quien al verlo, no daba señales de estar castigado con usar pañales. A simple vista, era alguien destinado a cumplir con los horarios escolares y realizar cada tarea para pasar cada materia del semestre. Vio a su madre casi terminando de comer, y se sentó para hacer que se detuvieran los sonidos en su estómago.

La señora Érika terminó su café viendo comer a su hijo, primero el cereal que llevaba plátano y granola, las hojuelas de maíz con amaranto y su fresca leche. Le gustaba mucho verlo alimentarse bien, que su conocimiento en nutrición ayudaba en que creciera fuerte y bonito, pero no le agradaba que las energías de un buen muchacho se volvieran en su contra con berrinches ofensivos. Por fortuna contaba con una manera de tenerlo tras la línea como todo un buen bebito gigante.

Gabriel terminó su desayuno de forma rápida igual que su madre, tenían la habilidad de comer apresurado. Los dos al mismo tiempo se levantaron y dejaron los trastes en el lavadero. Como el joven todavía estaba enérgico, se fue a lavar sus dientes y terminar de peinar para estar divino para las chicas de su salón. Mientras él hizo todo eso, la señora Érika también se preparó poniéndose maquillaje y cremas en su cabello, por último, se fue al cuarto de su joven para esperarlo ahí.

Gabriel llegó a su espacio invadido, viendo a su madre con otro pañal en sus manos.

─Acuéstate rápido─. Dijo la señora Érika.

─Pero pensé que ya no lo ibas a hacer─. Dijo Gabriel, con desilusión.

─No hijo, solo te dejé reposar tu piel, usaste pañal toda la noche y debías reposar tanto encierro en tus genitales. Acuéstate─. Dijo la señora Érika, desdoblando el colorido pañal.

─Pero todos los de mi salón se van a dar cuenta… me van a hacer burla si lo ven, ayer creo que me vieron unos niños cuando fui a la tienda, no quiero que todos me vean eso bajo la ropa─. Dijo Gabriel, desesperado, cuidando su tono de voz, el que podía traicionarlo sin ni siquiera quererlo.

─A ti te gusta usar pañales, ¿no? Me dijiste que te gustan mucho. Si te gustan los pañales, entonces no debería ser problema que los demás te vean. Acuéstate, es la última vez que lo diré y si sigues, puede que te ponga otros azotes como ayer─. Dijo la señora Érika, llegando hasta su joven, conectando la mirada con esos preciosos ojos, los que eran idénticos a los suyos en esas facciones de varón.

Gabriel se acordó del día anterior, por segundos se le olvidó la tunda que le dio su amada madre, a lo que se rindió; era una fresca mañana como para seguir con los enojos. Se acostó, permitiendo que ella le abriera su cinturón verdugo, el botón, el cierre, bajara la prenda hasta los tobillos igual que su calzón. Mientras su pene y pompas eran cubiertos por el talco, la crema y su nuevo pañal, afirmó que ya buscaría la forma de librar el día.

Cuando estuvo listo, se puso de pie, comenzando a subirse su calzón y ponerse el uniforme de forma correcta. Por último, como acción obvia, se fue a ver a su espejo, dando un par de vueltas, haciendo sonar las suelas de sus zapatos negros, poniendo mucha inspección en sus pompas, donde se marcaba mucho más el pañal, por la redondez. Lo peor de todo era que los alumnos debían llevar la playera bien fajada. Justo ahí afirmó que sería un tormentoso día. Lo bueno fue que por ver lo notable del pañal, su mente le hizo tener en cuenta una forma para ocultarlo, siendo el amarrarse una chamarra para el frío todo el día. Solo esperó a que su madre se fuera a continuar con ella misma.

El joven fue hacia su armario, donde por suerte seguía su chamarra de color rojo con azul colgada con un gancho. Para que su madre no se diera cuenta, la echó a su mochila y antes de entrar se la ataría a la cintura.

Lo siguiente fue que Gabriel inspeccionó su mochila para que no faltara alguna libreta para las materias que podrían tocar; por no saber cómo estaría constituido el horario de clases, su carga pesaba e iba llena.

 

Momentos después, la señora Érika y su hijo estaban listos. Gabriel no quería pasar el arco de ladrillos que formaba a la puerta, sabía que las personas por ahí podrían verle el pañal bajo el uniforme caminando al auto. Pero su madre ni se preocupaba por eso, solo se aseguró que todo estuviera en orden en casa en la pasividad con que se quedaría, a lo que al confirmarlo, salieron.

Gabriel caminó hacia el auto al lado de su madre; por minúsculos movimientos se escuchaban los ruiditos del pañal bajo su pantalón y calzón, los dos eran conscientes de esos soniditos. El joven abrió la puerta del lado derecho, asegurándose que nadie le hubiese visto. La señora Érika ingresó a su lugar y se dilató unos tres minutos antes de arrancar hacia la escuela de su joven.

 

Poco después, partieron…

 

─¡Servido mi joven… ─Dijo la señora Érika cuando se detuvo casi enfrente de la escuela, tiempo para que su hijo se apresurase a salir con sus cosas, así como lo hacían otros estudiantes que llegaban en auto. Por todo ese tiempo que llegaron, no dijeron nada, ese instante también fue diferente como los anteriores, en los que los dos iban platicando o riéndose de cualquier cosa que oían en la radio del auto. El tema de los pañales era esa barrerita de acero entre los pasados tiempos y el presente. Luego la señora Érika terminó añadiendo─. Vamos a aprender mucho joven. Por ahora no hay pretextos para preocuparse por usar los baños de la escuela. Acuérdate que te dije que cuando salgas te me vas a la universidad donde trabajo y te me quedas en mi despacho. No quiero saber que te vayas a otro sitio─. Dijo la señora Érika.

Gabriel no le dijo nada, solo le miraba hacia las piernas, teniendo nervios de hacer contacto visual. Seguido abrió la puerta, salió y cerró.

Gabriel fue caminando hacia la entrada, dando la espalda a su madre. La señora Érika bien pudo dirigir la mirada hacia las pompas de su hijo, por lo redondas que se le veían, sonriendo por eso. A ella le gustó que otros jóvenes iban caminando decentemente con sus mochilas, pero sin llevar un pañal. Seguido se fue hacia su trabajo.

 

Gabriel caminó solo un poco hasta que ingresó a la primera jardinera, donde rápido sacó de su mochila la chamarra que se amarraría en la cintura para ocultar el gran bulto redondo en sus pompas. Al tenerla bien sujeta, se dio cuenta por una de las vitrinas en los muros que su cuerpo se le veía ancho, pero ya no le importó. Solo se fue caminando hacia su salón de clases, para quedarse sentado sin ir a ningún lado hasta que salieran. Pensó que para mantenerse un poco relajado, sería entretenido hablarle a Fernando, para saber cómo la estaba pasando en su propia escuela.

Cuando llegó a su salón vio que ya estaban algunos de sus compañeros a los que no les hablaba mucho aún por ser el segundo día.

Se sentó en el mismo lugar, poniendo su mochila en el suelo. Sacó su celular y se puso a enviar mensajes a Fernando para ver como estaba, ya que en el transcurso de su castigo y el inicio de clases no le pudo localizar ni ver.

Le envió unos pocos mensajes, diciéndole:

 

Hola

Hey, como te ha ido

Manda mensaje, ya no hemos hablado”.

 

Revisó que hubiesen llegado bien esos tres y se salió del chat.

Se quedó contemplando su salón, a sus compañeros varones y mujeres que ya hablaban más, poco a poco tomando confianza.

 

Así llegó la primera profesora, la que impartiría Ecología, la asignatura que les tocaría temprano. Ella empezó a explicar sus formas de dar clases y como los iba a evaluar. Todos tomaban notas de lo que apuntó en el pizarrón, para estar informados; indicó que con ella se exponía casi siempre, se leía mucho y tendrían tareas que consistirían en hacer resúmenes y mapas conceptuales. Luego comenzó con su clase, dando unas listas de temas para que los investigaran en casa, con lo cual podrían dar inicio a todo el curso. Gabriel podía sentir que con prestar atención a la profesora durante las dos horas, se le iban las ideas de que tenía un pañal bajo el uniforme, pero se acordaba de eso cuando movía un poco las piernas o se acomodaba en la silla, claramente sentía la envoltura de algodón en sus entrepiernas. Lo malo de esas indicaciones en Ecología, era que cuando les tocara exponer podría ser que su madre lo enviara con pañales como en ese día; a lo que rogó con ganas a todos los astros para que no fuera así.

Tiempo después, la primera clase terminó, la profesora se fue y en los diez minutos libres algunos chicos salieron a encargar unas órdenes de comida a la cafetería. Gabriel se mantuvo en su silla, sin querer moverse mucho; solo se mantuvo abriendo otra libreta para ponerle los datos del otro profesor.

 

La siguiente clase fue de Gramática, en la que el profesor se presentó y les indicó los libros que tendrían que comprar para su clase. Con él lo que hicieron fue tomar dictado de los textos en su libreta, para que después las fuera revisando. Para hacerlo, les pidió que se levantaran de su silla y fueran dejando sus libretas en su escritorio. Los que bien lo hicieron siguieron las indicaciones; Gabriel se puso de pie con cuidado, como si le doliera el cuerpo. Llegó al escritorio y casi aventó su libreta con el objetivo de quedar sentado rápidamente.

El profesor las revisó y devolvió así como podía ver quienes tenían buena letra que se fuera a entender por todo el semestre. Con él no fueron tantas indicaciones, solo fue explicando en su libro didáctico los ejercicios que estarían por hacer en adelante. Así, entre momentos de atenciones a sus palabras y otros de aburrimiento, la clase acabó. El profesor se retiró del salón con sus cosas en su maletín y cedió el aula para el tercer docente.

Gabriel afirmó que por lo menos tenía que estirarse un poco, le dolían sus pompas por estar ya cuatro horas en la silla. Así que aprovechando que muchos de sus compañeros salieron al baño o la cafetería, se puso de pie, estirando sus brazos, sus piernas, sintiendo rico. El pañal que su madre le puso podía sentirlo presionando contra la piel de sus pompas, era como cuando su calzón se le metía en sus líneas, pero no quería tocarse para hacerlo, ya que sería dilatado y solo pellizcaría la envoltura de algodón. Se mantuvo de pie ahí contra la pared, deseando que la última clase no llegara el profesor para salir de ese ambiente escolar.

Al reposar, a su cuerpo le llegaron las ganas de orinar. El joven sintió la gran cantidad acumularse en su vejiga, a lo que pensando que el pañal podría absorberlo por ahora, afirmó hacerlo ahí mismo. A pesar que su madre le traía a la línea con eso, liberar sus ganas de hacer pipí en el salón sería algo bueno de probar. Así que aprovechando que no llegaba el profesor de álgebra, puso su vejiga ligera, dejando salir los chorritos de forma lenta, los que empezaron a teñir de amarillo el algodón blanco. Gabriel sintió rico el calor de su pipí, llegando hasta sus pompas; no quiso tocarse como las otras veces para saber si se le había mojado el pantalón, puso su confianza en el pañal y se sentó. Así el algodón del pañal se puso completamente amarillo sin poder absorber un poco más, aunque el joven ya no sacó más, solo se quedó tranquilo a gusto de haberse mojado en el salón sin haber salido a los mingitorios. Mientras las cosquillas terminaban de recorrer todo su cuerpo, un chico detrás de él le dijo:

─Oye, ¿cómo te llamas?─.

Gabriel le volteó a ver, y le dijo su nombre. El otro jovencillo le dijo:

─Yo soy Ricardo. Eres muy reservado, ¿verdad? El tiempo que te he visto aquí he evaluado por la posición de tu cuerpo que no quieres hablar con nadie. Igual ayer que fue el primer día estuviste así. Al menos yo estoy rompiendo con eso, estoy hablando contigo…

Gabriel pudo detectar que el compañero detrás de él era uno de esos metiches parlanchines que no se callaba en largo tiempo, de los que requerían un tema para llevarse una hora hablando sobre eso. No se sintió incómodo, el estilo nerd de Ricardo le recordó a Fernando, solo deseó que no hubiese detectado que llevaba pañales bajo los pantalones y que se había hecho pipí. Ricardo se mantuvo hablando con Gabriel de temas que se le venían a la mente, en solo seis minutos habló súper rápido de lo último del cine, de las series en Netflix y que el día anterior cenó pizza, tiempo en el que llegó el profesor de álgebra, provocando que todos se fueran a sentar rápidamente. Mientras todos tomaban su lugar, Gabriel pensó en lo sucedido en su casa por la noche, muy diferente a lo que hizo su nuevo amigo hasta el momento.

El profesor de álgebra era uno de los típicos serios que no les gustaba mucho el alboroto en el salón; después de dejar su maletín en la silla y de esparcir su lujoso perfume aromatizante como zorrillo, se puso a dejar impecable el pizarrón para en sus horas llenarlo de números y letras. Todos aguardaban con sus libretas abiertas, sintiendo el aroma de quien sería su mejor amigo en la materia o su verdugo para el final del semestre.

Al igual que los demás, el profesor se presentó, dijo su nombre: Víctor Hugo. Les citó bien las pautas a seguir en su clase, además del mejor comportamiento y lo importante que sería participar en cada sesión si les preguntaba algo o pasaban al pizarrón.

Poco después, iniciaron con algunos ejercicios que le indicarían por dónde iniciar. Les puso en el pizarrón diez temas básicos de álgebra y se sentó para esperar que los resolvieran.

Gabriel puso atención a los ejercicios, teniendo los recuerdos de la secundaria cuando enseñaron eso mismo, hizo su mejor esfuerzo y esperando sacar un buen 10, resolvió las sumas y restas de números y letras. Mientras se mantenía revisando con su vista, llegó a sentir algo húmedo entre sus piernas, lo cual le hizo desconcentrarse totalmente, poner la mirada en el bulto que se le marcaba entre las piernas, el cual era mayor a lo que a los demás varones se les percibía sentados. Empezó a sudar frío, su corazón latía fuerte y por eso mismo ya no quiso seguir revisando. Justo ahí vio que el profesor se levantó de la silla, mirando su reloj, indicando a todos que el tiempo se había acabado.

─¡Bien, clase, arranquen la hoja y pásenla con el primero de sus compañeros. Ahora mismo vamos a pasar al pizarrón con los que elija al azar!─. Dijo el profesor Víctor.

Todos los jóvenes en el salón arrancaron sus hojas y las fueron pasando al primero. Éste mismo, sin que fuera hombre o mujer se levantó para dárselas.

Gabriel se quedó nervioso en su silla, lo bueno que estaba hasta casi atrás, si el profesor seleccionaba con la mirada, podría inclinarse un poco con el chico delante suyo, el que era de complexión robusta. Mientras el profesor se tomaba su tiempo revisando, le llevó unos veinte minutos, y ahí Gabriel se tocó sus piernas con forma discreta, sintiendo que la pipí filtrada en el pañal había llegado hasta sus pompas, la podía sentir en la tela de su chamarra. No podía creer que los pañales se habían filtrado, hasta el momento de ayer no le había pasado, y es que, la señora Érika, debió saber que los pañales usados en el castigo de su hijo eran para uso nocturno y también para absorber de día durante cualquier actividad de pie. Gabriel estaba tragando saliva seca.

Luego, el profesor se levantó de nuevo:

─¡Bien, por favor van pasando uno por uno estos diez que mencionaré: Julissa del Pilar, Vanesa Pérez, Mario Alberto Luicilla, Gabriel Montesinos, Josefina Aguilar, Ricardo Díaz…

Gabriel ya ni escuchó a los siguientes mencionados cuando se puso a pensar en la vergüenza que le tocaría cuando quedara ante el pizarrón dándoles la espalda a todos, permitiendo ver la mancha de humedad en sus crecidas pompas. Con todos esos nerviosismos, sudando frío de las manos se mantuvo ido por todo el tiempo que pasaron sus primeros compañeros mencionados, sin darse cuenta que los minutos se hicieron agua. Como nadie se levantaba en el orden establecido, el profesor llamó a la clase:

─¡Joven Gabriel Montesinos Aguilar… pase a hacer bien los que le quedaron mal hechos. Aquí le daré su hoja para que se guíe─. Dijo el profesor Víctor, sin sonar molesto.

Algunos chicos del salón se miraban unos con otros buscando al mencionado, pero como aún no se reconocían solo esperaban. Gabriel no quería ni salir corriendo, solamente se mantenía en silencio, con el corazón a punto del infarto.

─¿Quién es al que le toca?─. Repuso el profesor, buscando con su mirada.

Gabriel alzó tímidamente la mano, provocando que todos le vieran junto con el profesor.

─¡Ah… bien… adelante. Pasa para que obtengas el punto de inicio!─. Animó el hombre.

Gabriel se sentía destruido, torpe en sus movimientos, parecía que la humedad filtrada en el pañal se hubiese vuelto pegamento; no se apartaría de la silla por nada.

─¡Vamos chico… tienes que pasar, esto es una primera actividad de valor, si te tacho de no hacerla, los problemas serán para ti─. Repuso el profesor.

Pero todos veían que el joven llamado Gabriel no se levantaba, solo esperaba en su silla con las manos en la paleta.

─Bueno, como veo que no, contaré hasta tres en mi mente… si no te levantas, porque es obligatorio, no podrás entregar nada hasta que venga un tutor tuyo a firmar y saber esto─.

Ricardo el hasta ahora metiche parlanchín, le tocó el hombro a su nuevo conocido y le dijo:

─Vamos compañero, no tengas miedo, estamos aquí para aprender. Si quieres yo te protejo de cualquier burla que te hagan, claro… mientras las represalias no sean golpes para mí─.

Gabriel casi no entendió eso que le propuso su compañero, solo seguía tragando la poca saliva que se le formaba en la boca, sin apartar la mirada perdida de su profesor, quien creía que le estaba desafiando. No quería arriesgarse a que le vieran la gran mancha en la tela de su chamarra a la altura de sus pompas, le hicieran burla por haberse orinado en clase, mucho menos que le hicieran por de mala suerte la evidencia que tenía pañal bajo la ropa. 

─¡Bien joven, se terminó el tiempo… así como lo dije, no podrás entregar nada hasta que venga un tutor para hablar sobre esto─. Dijo el profesor. Caminó rápido hacia la lista y al encontrar el apellido del joven renuente, le puso un asterisco en el cuadrito, el que le indicaría que había algo pendiente.

Gabriel bajó la mirada sintiéndose mal, ya de por sí el tema de los pañales en su casa era un gran problema como para que en los primeros días escolares le mandaran a llamar a su madre. Estaba seguro que al explicarle la razón de no levantarse, ayudaría a que no lo mandara de nuevo con pañal a la escuela, solo tendría que ser muy cuidadoso con sus palabras al decirlo. En su interior se sintió aliviado de que no le vieran la mancha en el pantalón gris de su uniforme. Pero luego se volvió a sentir mal porque estaba defraudando a su padre, quien le había exigido hacía poco por teléfono que obtuviera buenas notas…

El profesor Víctor Hugo mencionó un nombre al azar de la lista, tocándole a una chica, para resolver el ejercicio que le había tocado a Gabriel.

 

Con el paso del tiempo en esa clase, Gabriel siguió tomando las notas del profesor en su cuaderno, pensando en lo que tendría que hacer para mencionar el hecho de ese día con su madre. Lo que podría suceder, era que las siguientes clases quizás ordenarían que se levantaran de las sillas para formar equipos o explicar un tema frente al grupo, en eso le iría igual que ahí en álgebra, pero no permitiría que se enteren de su secreto: seguiría sin levantarse hasta salir de la escuela.

 

Tras esa decisión, Gabriel se mantuvo sentado sin salir al baño ni a comer, a pesar que su estómago rugía como un león, deseoso de comerse cualquier cosa. Era una tortura, veía a sus compañeros llegar al salón con sus alimentos, siendo hamburguesas, panqueques bañados en miel o galletas.

En esa espera, el joven sentía otra lucha interna: las sensaciones normales de todo ser humano se le estaban manifestando; como no había hecho popó desde que inició el castigo el día anterior, las deliciosas comidas hechas por su madre se habían convertido en lo que tendría que salir en cualquier momento, a lo que sintiéndose dispuesto a no hacerse en la escuela, apretó su cuerpo para que las ganas se redujeran lo más que se pudiera. Y así fue, su cuerpo cedió.

Durante toda esa espera, Gabriel recibió un mensaje en su celular, escuchando su sonido de alerta y la vibración en su bolsa izquierda. Sacó su aparato para ver, pensando que era Fernando, al abrirlo, leyó:

 

Hijo, saldré temprano, a las 2.

Nos liberaron las horas por hoy…

justo para irte a traer, espero que

como te dije, no te hayas quitado el p…

 

Gabriel se sintió molesto al terminar de leerlo, por una parte le daban ganas de responderle a su madre que el pañal que le puso para pasar un rato de tormento se había filtrado y era algo estúpido, pero sería seguro que al encontrarse en el auto le daría otro repaso de azotes con el cinturón que llevaba puesto. Solo guardó tranquilamente su celular dejando el mensaje en “modo abierto”, continuando en observar a todos sus compañeros al estilo de un chico vigía.

 

Por fin las clases finalizaron.

La última alarma sonó y los profesores que estaban en labores desde las doce a las dos de la tarde, indicaron a todos que se podían retirar.

Gabriel aguardó a que todos se fueran, metiendo sus cosas a su mochila tan lentamente, feliz que la tortura había acabado, pensando ahora que lo difícil sería salir de la escuela sin que le vieran la mancha en la ropa.

 

Al pasar un poco más el tiempo, Gabriel se mantuvo esperando que los sonidos de la nada le dijeran que no habían más muchachos en la escuela, a lo que al sentir ese vacío, se apresuró al escuchar el sonido del conserje con sus cosas para limpiar el salón.

Se puso de pie, ajustando más su chamarra por las partes secas para que le cubrieran la humedad por detrás, aunque para cuando pudo verla en ese momento, se percató que no era tan visible.

Con pasos apresurados salió del salón, ni se preocupó en saludar al conserje cuando éste le dijo “buenas tardes” mientras barría los platos y algunas bolas de papel por los pasillos.

Gabriel llegó hasta la plaza cívica, viendo que no había muchos por ahí. Dio pasos apresurados hasta la puerta, y al estar ahí, salió como una bala.

Al ver la libertad en la calle, se fue corriendo hacia la zona donde se podían estacionar los autos, viendo que su madre ya había llegado, siendo bastante puntual.

Sin dilatarse, ingresó al auto al lado de su madre.

─¿Cómo te fue mi precioso Gabrielito?─. Preguntó la señora Érika con tono tan dulce, natural, sin ninguna clase de mala intención. Pero el joven que sudaba caliente y frío ya no soportó más la burlita y le respondió:

─¡Mal! ¡Tus porquerías de pañales se derramaron, no absorbieron bien, me hicieron pasar un bastardo día y…

La señora Érika le hizo callar con una pequeña bofetada en la mejilla izquierda, el joven ni la vio venir.

─¡Tranquilo… no me hagas tus circos que ni al grado de un gran payaso vas a llegar… jovencito!─.

Gabriel pensó que las cosas siempre serían así de hostiles, al menos mientras durara ese castigo de usar pañales. Vio a sus compañeros de toda la escuela caminar por la acera, como hormiguitas, cargando sus mochilas y conversando con los que iban a su par, incluso unos iban con sus novias, deseando estar libre como ellos.

─Ni modo, las cosas no son perfectas─. Dijo la señora Érika, poniendo marcha en el auto.

Gabriel se fue callado, sin decir nada, aguantándose las ganas de llorar, solo se le empañaron los ojos.

 

La señora Érika en el fondo, comprendió a su precioso joven, a lo que puso ruta a casa.

Condujo escuchando su música hasta llegar.

 

Gabriel abrió la puerta del auto, saliendo de nuevo como bala, hasta quedar en la pared cerca de la puerta, dándole la espalda a la calle.

─Tranquilo mi precioso, te cambiaré tu pañalito en este momento─. Dijo la señora Érika, caminando hacia la puerta sacando las llaves.

El joven se mantuvo en silencio, esperando a entrar.

Así lo hizo, puso la mochila en el sillón y como sabía que su madre era la causante de todo, no le importaba que le viera la mancha en sus pompas. La señora Érika se fue hacia el cuarto de su hijo y empezó a preparar las cosas: un nuevo pañal y los complementos de aroma. Gabriel vio eso pero antes se fue hacia la cocina.

─¡Iré a tomar agua!─. Dijo él.

La señora Érika esperó sentada en la orilla de la cama de su joven, revisando unos mensajes en su celular, afirmando que era muy cómoda, se sentía mejor ese colchón que el que se llevaron a guardar los de INFANTEX.

Gabriel bebió dos vasos grandes de agua fría, sintiendo bien, a gusto de hidratarse en casa. Luego se fue hacia el cuarto con su madre.

─¿Listo? ─preguntó la señora Érika, guardando su celular en la bolsa. El joven le afirmó, y se retiró la chamarra que ocultaba el bulto entre sus piernas─. Acuéstate.

Gabriel se acostó ante su madre, con las piernas colgando un poco de la cama. Su madre le empezó a retirar la ropa así como lo venía haciendo. Ella puso el pantalón y el calzón del joven a un lado. Los dos sentían los fuertes aromas a pipí concentrada. La señora Érika empezó a abrir el pañal, sonando las cintas. Abrió todo, viendo la humedad y el algodón casi despegado de las cubiertas plásticas. Con las toallitas húmedas le fue retirando los aromas a sucio, moviendo bien el pene de su joven para que no estorbara cuando tallaba por sus entrepiernas. Cuando le levantó las piernas sobre su pecho para sacar el pañal empapado, se dio cuenta que algo estaba sucediendo: una de las ordenes impuestas para ese temporal estilo de vida no se estaba realizando, al ver que la parte del pañal que cruzaba por las entrepiernas de su hijo estaba con una manchita de popó. En segundos decidió no decirle nada, tendría que esperar a que usara los siguientes pañales para saber si se estaba aguantando las ganas a propósito. Generosamente le limpió sus pompas con toallitas, retirando las pequeñas manchas de popó de la orilla de su ano; también su pene, retirando su prepucio hacia atrás, frotando con amor y suavidad todo su glande.

Poco después, el joven estuvo listo para tener otro pañal, pero la señora Érika le dejó por unos momentos sin uno. Solamente le dio una bermuda nueva y otro calzón para que se vistiera. Gabriel entendió que era para que su piel reposara un poco.

─¿Tienes tareas de la escuela?─. Preguntó la señora Érika.

─Por ahora no─. Respondió Gabriel, subiéndose su calzón, cubriendo su flácido pene, teniendo los recuerdos con su profesor de álgebra.

─Bien. Espero no me estés haciendo lo mismo de la secundaria, hijo, porqué así me decías, que no tenías tarea o que todo iba bien y al poco tiempo estabas en problemas con tus asignaturas, casi a punto de reprobar─. Dijo la señora Érika, llevándose el pañal hecho bola en sus manos.  

Gabriel no dijo nada a eso, sí que recordó su vívida secundaria, donde de repente se metía en problemas por no entregar algo. Ahora a su nuevo nivel, estaba volviendo a pasar por culpa de cosas extra de la vida.

Al aparecer la señora Érika, le dijo de nuevo a su joven:

─Faltan quince minutos para las tres. Mientras preparo algo rápido para que comamos, friega el suelo. De todos modos tienes que seguir con tus acciones hogareñas─.

Gabriel aceptó ayudar en eso, sentía libre el cuerpo por no tener el pañal que le apretaba las entrepiernas y pensó que quizás así se reduciría su sentencia pañaluda.

El joven limpió todo el suelo de la casa, dejándolo brillante y oloroso a detergente para suelos. La señora Érika se tomó su breve tiempo haciendo la comida: pescado empanizado con una gran porción de verduras hervidas, acompañado de una rica salsa de tomate con limón.

Los dos se sentaron a comer. Como Gabriel estaba hambriento desde la escuela, se lo comió todo como un tiburón.

 

Al terminar la comida, sonó el celular de la señora Érika, siendo su esposo. Ella le respondió y se pudieron a conversar media hora. Luego le pasó el teléfono al joven:

─Hola─. Dijo Gabriel.

─Hola hijo, ¿cómo van los pañales? Me gustaron las fotos que tu madre me envió─. Dijo el señor Andrés.

─No sé qué decir─. Dijo Gabriel.

Como era habitual en el señor Andrés, se puso a decirle a su hijo lo que quería para él durante el remedio de los pañales y en la escuela. Todo eso hizo terminar al joven con la piel de gallina. Por último se despidió bien la señora Érika de él.

Acomodaron todo en la cocina y antes que la señora Érika pensara en disfrutar su tarde, se llevó a su joven de la mano hasta el cuarto. Gabriel sintió raro caminar así por las breves áreas de su casa, era como cuando antes era niño y daban un paseo por el parque.

─Voy a tomar una siesta, creo que tú también lo harás, pero quiero que te quedes con el pañalito puesto, estoy segura que lo vas a necesitar─. Dijo ella.

─Por lo menos me dejaras usar el baño aquí en casa, no se acabará el mundo si lo uso de nuevo como cualquier persona normal─. Dijo Gabriel, con tono penoso, casi llegando al cuarto.

La señora Érika rápido pensó que su precioso hijo quería hacer popó, a lo que optó por mejor el pañal. Y le negó con la cabeza, con una sonrisa, mostrando su alegría y su dureza.

El joven resignado de nuevo, se recostó ante su madre, dejando que ella le bajara la bermuda hasta los tobillos, igual que el calzón. Después de ser rociado con talco y untado con crema, fue cerrado el pañal. Para que no le quedara a la vista, le subió solo el calzón. Aunque a eso al joven la pareció ridículo, si alguien por error le viese de todas formas sabría que usaba un gigantesco pañal.

─Listo. Duerme, para compensar mi error y que veas que soy flexible en las peticiones, te dejaré dormir el tiempo que quieras esta tarde. Pero de todos modos irás con otro pañal a la escuela mañana, porque veré con los proveedores alguno mejor en la absorbencia, aún no se me pasan tus tonterías de ayer. Así que disfruta tus horas de siesta─. Dijo la señora Érika, dándole una almohada a su joven para que se acomodara en la infantil cama.

Gabriel no dijo nada a eso, con solo el hecho de escuchar la palabra escuela se le venía a la mente el problema con la clase de álgebra, el citatorio que tenía encima para poder seguir entregando trabajos y no reprobar. Pero después de dormir lo pensaría bien, así que aceptó descansar algunas horas ese día. Y se recostó boca abajo, dándole la espalda a su madre, quien cerraba la puerta.

La señora Érika volvió a vivir el mismo sentimiento de cuando su Gabrielito era un niñito que realmente usaba pañales, en los momentos que se iba cerrando la puerta para que durmiera. Eso le alegró y se fue a reposar.

 

Tres horas después…

 

Gabriel y su madre habían reposado en sus camas. Ya eran las siete.  Los dos despertaron casi al mismo tiempo, quedándose mirando al techo, pensando en sus cosas cada uno. El joven lo mismo de la escuela y la señora Érika en hacer las llamadas a la empresa que le daba todo lo que le hacía a su hijo. La primera en accionar fue la jefa del hogar, quien primero se lavó el rostro como por las mañanas, se deshizo de sus necesidades humanas en el baño y luego hizo lo arreglos con INFANTEX, gracias a que atendían por teléfono las veinticuatro horas, para que rápidamente le enviaran algunos pañales que fueran mejores en la absorción por el día. En ese pendiente, ella había visto que los que le puso a su joven por la mañana sí tenían que fallar, ya que en el empaque, decían que eran para uso nocturno, diseñados para absorber acostado en cama. Lo bueno fue que los de la empresa proveedora aceptaron cambiarlos a la brevedad, después de terminar la llamada ellos accionaron para enviarlo en las próximas tres horas y que llegase todo al día siguiente cerca de las doce.          Así la señora Érika preparó casi la mitad de los paquetes que aún no abrían dentro del cambiador de su hijo, para que se los llevaran por otros seis paquetes nuevos.

Gabriel se había hecho pipí en el pañal que usó para la siesta, para fortuna, el colchón de su infantil cama estaba seco,  lo malo fue que en ese reposo, en el que su cuerpo se relajó mucho, hizo lo posible por despejar los largos contenidos en sus intestinos, pero él lo había retenido más, no quería que su madre le cambiara un pañal con una segura gran bola de popó. Después de eso, sintió que debía levantarse para ponerse a hacer las cosas que le dejaron en la escuela, a pesar de ser tareas no tan arduas, tenía que leerlas para que al día siguiente cuando hicieran preguntas no le costara responder. Se puso de pie, apreciando en su cuerpo la comodidad del pañal. Vio su celular, el cual brillaba con una lucecita indicadora de mensajes sin leer. Lo sostuvo y lo abrió. Era Fernando, quien por fin le decía:

 

Hey…

Disculpa la demora…

Es que ando con unas cosas de mis padres…

Me ha pasado algo loco…

Pero prefiero no hablar de eso…

Solo te digo que me quitaron el celular,

Y por eso no pude hablar. De hecho, ahora mismo estoy haciendo uso de mi celular a escondidas de mi mamá, porque hasta eso, lo apagó. No sé hasta cuando te pueda hablar por acá, pero estoy bien. Te mando saludos, cuídate. ;) :D J

 

Cuando Gabriel terminó de leer el mensaje de Fernando, le creyó que realmente estaba bajo alguna presión por parte de sus padres, ya que vio cuando perdió la conexión en el chat del Whatsapp y su estado desapareció. Como era su buen amigo no quiso hacerle cosas que le hicieran pasar descubiertas, así que no envió más. Solo se quedó con la espina de que el castigo por el que estuviera pasando no podía ser más similar al que estaba llevando él, le daban muchas ganas de escribirle solo para preguntarle qué le ocurría, pero no se animaba. Ya buscaría el momento ideal para saber sobre sus pesares y de alguna forma, apoyarse.

Seguido, se puso a sacar de su mochila las cosas para prepararse al día siguiente. Por todo lo ocurrido con ese tema de los pañales, el escritorio juvenil que tenía en su cuarto al lado de su vieja cama no estaba, por el hecho de tener tareas se acordó de ese mueble, mucho le habían cambiado el contexto los nuevos muebles. Así que se decidió a irse a la mesa.

En su breve camino, se cruzó con su madre.

─Hey… despertaste mi bebito gigante─. Dijo la señora Érika, con ternura, conectando con sus mismos ojos en el cuerpo varonil de su joven.

Gabriel no dijo nada, solo le sonrió un poco, igual no le agradaba que le reconociera como “bebito gigante”, cuando antes de todo ese forzoso estilo de vida ella le hablaba por “campeón”. El solo compararse con un bebé real le daba incomodidad, volvía a afirmar que todo eso en su vida no le debía estar pasando, a sus dieciséis años no debía estar con pañales y ser cambiado por alguien. Luego, la señora Érika volvió a decir:

─¿Vas a hacer tus tareas?─.

─Si─. Dijo el joven.

─Oh, pero ese pañalito quiere cambio, si no me vas a manchar los cojines de las sillas. Anda vamos al cuarto de nuevo. No me dilataré mucho─. Repuso la mujer.

Gabriel puso su mirada seria, a lo que dejó sus libretas y libros en la mesa, luego se fue hacia su cuarto, seguido por su madre. A la señora Érika le gustaba como se le movían las pompas a su hijo por detrás al verle caminar, cubiertas por ese amarillento pañal.

Gabriel se acostó en la cama, el proceso del cambio de un pañal orinado fue el mismo, solo se quedó con las piernas flexionadas hacia los lados, permitiendo que su madre le frotara su pene con el papel higiénico y las toallitas húmedas. Solo que haciendo eso, la señora Érika se percató que de nuevo estaba una manchita de popó por la zona de las pompas de su hijo, lo cual le volvió a confirmar que su precioso joven se estaba aguantando las ganas. Eso le hizo sentir incómoda, preocupada, al ser nutrióloga, también sabía que esas eran las principales señales de alguien que se resistía las ganas de ir al baño. Con su silencio concentrado limpiando el ano de su joven supo que eso iba a seguir así, por lo que planificó darle sus remedios para que sacara todo lo guardado desde hacía un día y medio, según sus cálculos al tenerlo usando pañales.

La madre de Gabriel hizo su palabra de no dilatarse mucho, con saber que su hijo necesitaba liberarse a la fuerza, no se dedicó en limpiarle mucho los aromas a pipí, pero sí le despejó las manchas en sus pompas. Le puso otro pañal, bañando su pene con mucho talco, dejándolo como una dona de harina, cuidando la simetría en la cintura y le dejó ponerse el mismo calzón.

─Iré a hacer algo rico de cenar, será algo breve, no puedes dormirte vacío─. Dijo ella. Hizo bola el pañal de su amado joven y salió.

─¿Porfa me puedes hacer un licuado de plátano? Se me antoja eso─. Dijo Gabriel.

─Claro. Eso mismo te iba a hacer. Me leíste la mente ─dijo la señora Érika, con una sonrisa gentil que ocultaba unos oscuros planes─. También se me antojan unos dos panqueques. Lo haré rápido. Tú estudia.  

Gabriel le devolvió la breve sonrisa, a lo que se puso a hacer lo suyo en la mesa. Sintiéndose bien por estar seco del pañal, se sentó cómodamente.

 

Poco después, Gabriel tomó sus notas en la libreta con los puntos más importantes, trabajaba bien todo eso, escuchando que su madre accionaba la licuadora donde hacía el licuado, al que la mujer, como una malvadita bruja vertía para su víctima, su príncipe azul, unas medidas dosis de laxantes.

Tras sonreír en silencio, terminó de hacer la cena.

Gabriel se fue hacia la cocina, caminando como todo un bebito de muchos años, donde estaba su madre sirviendo el licuado y poniendo el plato con los cuatro panqueques. Al quedar de pie ante ella, los sonidos del plástico de su pañal seco se dejaron de escuchar. El ambiente olía bien, su estómago ya hacía unos pequeños sonidos.

Se sentó en la mesa en su lugar de siempre, cerca de su madre. La señora Érika le dio sus dos panqueques y le puso la miel, al igual que una rebanada de mantequilla.

Gabriel comenzó a comer, sin hacer mucho contacto visual con su madre, sin decirse nada, a pesar que en la televisión estaba el programa que les hacía reírse como grandes amigos. Mientras el joven bebía su licuado de plátano, le sentía un sabor raro, algo había en el dulzor de la bebida que se sentía alterado, pero pensó que la fruta estaba un poco agria, a lo que se bebió hasta la última gota. La mujer a su lado estaba feliz en su interior.

Al final, los dos se mantuvieron sentados en sus sillas, mirando la televisión, escuchando los comerciales, sonriendo solo un poco. Al dar las 9:30, la señora Érika afirmó que ya era momento de darle final a ese día para comenzar otro nuevo, porque venía un proceso algo largo y quería las energías que le quedaban para dejar a su precioso hijo con un pañalito limpio para dormir. Apagó la televisión. Se puso de pie y su hijo también. Gabriel se fue hacia su cuarto, eructando un poco; sentía que el pañal en sus pompas estaba muy metido, así como el calzón, pero cuando intentaba despegarlo, sentía que solo pellizcaba la gran capa de algodón. Solo se fue caminando lento, siendo observado por su progenitora.

 

Gabriel se fue a su cama para escuchar un poco de música, afirmando que el colchón infantil sí era cómodo, sus almohadas le permitían hundir la cabeza, más que las de antes. Hizo eso por media hora con la música un poco fuerte en sus auriculares. De repente abría los ojos, y podía ver las sombras de su madre moverse por las zonas del baño, escuchando que algo hacía con la puerta, pero no le dio importancia. Siguió disfrutando.

Poquito después, mientras le llegaban los impulsos a quedarse dormido, listo para roncar, a todo su cuerpo le llegó un fuerte calambre, luego otro, y otro…

Se sentó deteniendo la música, reconociendo que ahí estaban otra vez las ganas de hacer popó. Cerró sus ojos para apretar, cerrarles la salida, pero su piel se ponía de gallina con hacer eso. Apartó su celular en la cama, se puso de pie para pensar en cosas diferentes a esas necesidades fisiológicas. Lo cual pareció funcionar, las ganas se redujeron un poco. Pensó que podía pedirle permiso a su madre para que le dejara usar el baño de forma normal y evitarle ver ese gran desastre oloroso en sus pompas, así como quedaron los pañales que usó para arrojarle a su vecino. No perdió más tiempo y se fue a verle, pero antes, quiso tratar de ingresar al baño. Llegó y al querer abrir la perilla, estaba cerrado con candado. Ahí entendió lo que su madre hacía cuando andaba haciendo unos breves ruidos. Las ganas volvieron a estar casi en la punta de su salida, sintiendo que era un largo segmento, una gran carga que sin duda se saldría de los bordes del pañal.

Casi corrió sudando buscando a su madre hasta llegar a donde ella dormía, doliéndole los interiores.

─¡Mami… ¿Puedo usar el baño? Es que tengo ganas de hacer… ya sabes… quiero hacer del dos…

La señora Érika se estaba poniendo unas cremas en el cabello que le ayudaban a tenerlo más lacio. Como si ignorara a su joven, se mantuvo buscando sus prendas para dormir. Luego le dijo sin verle a los ojos:

─¿Tienes un pañalito puesto, no? ¡¡Ahí tienes que hacerte!!─.

Gabriel casi brincaba y flexionaba las piernas ante ella, sintiendo la piel de sus piernas y sus brazos totalmente erizada, sudando frío y caliente.

─¡Ay… es que no quiero hacerte limpiarme de eso… anda, di que sí─. Repuso él.

La señora Érika le hizo darse vuelta, y dándole palmaditas en sus pompas envueltas por el algodón, le dijo:

─Aquí-está-tu-baño, mi bebito gigante… aquí hazte popó para mami. No te preocupes, yo me encargaré de dejarte limpiecitas tus pompis─.

Gabriel se puso rojo de la cara tras esa forma de indicar las cosas, sintió la alegría de su madre por lo que le pasaba y su seriedad. Así que se fue del lugar en ruta a la sala. La señora Érika no se preocupó más, sabía que no resistiría, para antes de las once de la noche ya habría cambiado de pañal a su bebito gigante.

Gabriel se sentó en uno de los sillones, cerrando los ojos. No funcionó, las ganas seguían presionando y justo ahí, se puso de pie de nuevo, dándole la espalda a todo el resto de su casa; pensó en quitarse el pañal para hacerse en el suelo de alfombra, pero su madre le daría azotes hasta con una tabla. Por esos segundos, sus ganas de hacer pipí comenzaron a salir, como si de verdad padeciera escapes de orina, mojando la parte frontal, le ardía un poco por no poder detenerlo, ya era complicado luchar contra lo otro.

La señora Érika llegó cerca de donde estaba su joven hijo, sin mostrarse ni hablarle, comprendiendo que ya estaba en la liberación de sus necesidades, a lo que viéndole así de cuclillas, en sus pompas, puso atención a esa línea que se dibujaba aún en el pañal…

Gabriel estaba que veía casi oscuro, era como estar perdiendo la vista. Pero hasta que ya no pudo más, sus ganas de orinar estaban ganando de forma lenta en salir, ya se habían borrado unas cuantas figuritas impresas en el blanco de la cubierta, a lo que al sentir un grumo de popó salir expulsado, ya no pudo retenerlo más. Pujó como si fuera a despegar con una propulsión en sus pompas, sacando lentamente toda la popó contenida. Primero salió un largo bulto un poco aguado, luego otro. Con solo ese bulto se podría medir la porción común de un joven como él. Las líneas que se formaban en sus pompas se borraron, todo se volvió redondo. Le gustó deshacerse de eso, gracias a hacerlo se redujeron los malestares, el olor le estaba llegando a sus narices, no le era desconocido, estaba familiarizado con esos aromas. Solo que al tratar de ponerse de pie, volvieron los calambres para seguir sacando las otras tiras de suciedad, tampoco pudo evitar hacer sonar sus gases. Eran pequeñas explosiones en el interior de ese pañal, como un volcán esparciendo su grumosa lava. El joven pujó y pujó casi por diez minutos, sudando como si corriera un maratón, sintiendo que la gran carga sucia le estaba llegando ya hasta sus testículos, bien sentía el calor por sus entrepiernas.

Y así, al no haber más popó retenida que sacar, fueron disminuyendo los calambres, permitiendo que el joven pudiera respirar normalmente.

La señora Érika había visto todo eso, estaba asombrada, justo ahí recordaba cuando su joven era un niñito con pañales por normalidad y lo veía haciéndose popó, con las mismas posturas; claro que lo único diferente entre una edad y otra, sería la gran suciedad, la que le llegaba hasta donde estaba.

Gabriel se puso de pie correctamente, palpándose el pañal, el cruce entre sus piernas, sintiendo que la pipí le escurría con color marrón, por haberse mezclado con su popó. Tenía toda la sala invadida a olor sucio, el perfecto como para que sus pocos amigos, incluyendo a Fernando, lo sintieran al llegar y salieran corriendo. De pronto llegó su madre, dando unos aplausos:

─¡¡BRAVO, BRAVO… mi bebito gigante se hizo popó… que lindo!!─. Dijo ella.

Gabriel sentía ganas de irse de su casa y no volver nunca, que algo le hiciera desaparecer, ahora lo que vendría sería resistir las ganas del cambio de pañal brutalmente sucio. Con ganas de llorar por la rabia y la pena, le valió un pepino lo que dijera su madre, y le dijo a ella casi llorando:

─Esto es… una estupidez… ninguno de mis compañeros se hace en un pañal…

La señora Érika sonrió y con ternura le dijo:

─Hay… pero a ti te gustan los pañalitos, ¿Cierto? No creo que esos muchachitos se hagan como mi bebito gigante, pero creo que sí lo hacen los de otros países… tu gustito no es algo único de ti… así que no te preocupes… ¿Ya terminaste de ensuciarte?─.

Gabriel se aguantó las ganas de romper en llanto por lo humillado, y le dijo que sí, moviendo la cabeza.

─Bien. Vamos a tu cuarto─.

Gabriel se fue caminando seguido de su madre, sintiendo en sus pompas toda la carga sucia, como si le hubiesen vaciado un bote lleno de lodo. Llegaron al lugar y antes que el joven se recostara, la señora Érika puso para su hijo un plástico grande en el mueble de madera para los cambios.

Gabriel se subió como lo hacía siempre. La señora Érika mientras acomodaba todo el papel y toallitas húmedas, vio los derrames de popó que venían en las entrepiernas de su joven, a lo que se apresuró a buscar todo para evitar que se ensuciara mucho el plástico. Con firmeza le retiró el calzón oloroso a pipí y manchado de humedad marrón por las entrepiernas, afirmando tener que remojarlo con jabón para despejar esas manchas. Como siempre, le despegó una cinta, luego las otras tres.

Bajó la parte frontal, viendo todos los testículos sucios de su hijo, la popó casi había llegado a la puntita de su pene flácido. Gabriel conectó la mirada con su madre, sudando de la frente, casi llorando. La señora Érika también le vio por segundos, no le dijo nada, estaba contenta por el resultado. Ella le ayudó para que primero acomodara sus piernas hacia los laterales, en posición flexionada, comenzando a limpiar las entrepiernas del joven con trozos de papel higiénico, para retirar la mayor cantidad de grumos. Luego le fue aseando las manchas grandes en sus pompas, haciendo que levantara las piernas sobre su pecho.

Gabriel sentía que su madre pasaba sus manos por sus pompas, después que mantenía los ojos cerrados por segundos los abría para mirarle concentrada en limpiarle como a un niñito a los dieciséis años, era aberrante para él ese momento. Lo que le hizo sentir unas ricas cosquillas por todo su cuerpo, fue cuando su madre le limpió su ano, aunque solo seguía en la labor de despejar la gran cantidad de suciedad. Poco después, la señora Érika le empezó a quitar las manchas con las toallitas, dejando todo sobre el pañal abierto bajo el cuerpo de su joven. Pero para que no estorbara, lo hizo a un lado, dejando ver la gran carga esparcida.

─Mira cuanto te hiciste mi bebito gigante, ¿viste que no era tan difícil?─. Dijo la señora Érika a su joven.

Gabriel no pudo evitar mirar, vio su sucio y apestoso pañal, pero cerró los ojos para no enojarse, solo se siguió dejando limpiar con las piernas arriba.

La señora Érika le limpió bien sus pompas, movió el pene de su joven hacia todos lados, usando pocas toallitas, ya que sabía que para eliminar por completo la suciedad de la piel de su hijo, tendría que usar mucha agua. Solo se ocupó de quitarle un poco más y le dijo:

─Listo, bebito gigante, pero no por mucho. Vamos a darte un baño, aún tienes popó abajo de tu penecito─.

Gabriel se puso de pie de un brinco, sintiéndose ligero; al sentir sus pompas pegajosas, reconoció que su madre tenía razón, las manchas más pegadas de popó aún seguían en esas áreas de su piel. Caminó rápido hacia el baño, sintiendo sus aromas a suciedad y el de las sustancias que le ayudaban a oler mejor.

Al llegar al baño, se quedó de pie ante el lavadero, viendo su reflejo, sus ojos llenos de impotencia y sus mejillas casi rojas por tanta vergüenza.

Luego llegó su madre, con solo una toalla limpia. La señora Érika le retiró la playera, teniéndolo totalmente desnudo.

─Dentro de la tina, sentado con las piernas abiertas─. Dijo ella.

Gabriel hizo eso mismo, se sentó, ensuciando la superficie de todo lo que sacó de su cuerpo. Ahí mismo sintió el agua tibia caer de la llave; no la llenaron mucho. Con eso, la señora Érika poniéndose de rodillas cerca de la tina, usando sus dos manos le empezó a lavar con mejor precisión sus pompas y sus entrepiernas, haciendo que la erección del joven se hiciera más evidente, más maciza, ya que le abría y cerraba su prepucio cuando le echaba un poco de jabón. A la mujer le causaba impresión su tamaño, afirmaba que se le veía bonito, recordaba a su joven de más niñito, cuando tenía una erección y no paraba de querer tocarse, lo que imposibilitaba ponerle el pañal a sus cuatro años. Al término de lavar su pene y testículos, la señora Érika pasó sus manos por las pompas de su hijo, dejando bien limpias sus líneas.

Así el lavado de genitales se hizo rápido, Gabriel quedó despejado de las suciedades y luego le dieron un baño normal.

Cuando estuvo lleno de espuma en su cabello y en el cuerpo, el teléfono de la señora Érika sonó, a lo que ella no pudo negar ir. Le dijo a su joven:

─Bebito termina de bañarte, espero no tardar─.

Gabriel sintió eso como un respiro a su intimidad, a lo que cuando su madre salió secándose los brazos, todas las ideas de los pañales le estaban dando las ganas de masturbarse como lo hacía antes de todo eso. Quería que la erección en su pene bajara en cierta medida, sabía que para lograrlo sería necesario darse ese placer antes que llegase su madre. Así que sin dudar, llevó su mano derecha a su pene erecto, comenzado a frotar lento y duro. Se mantuvo haciéndolo por cuatro minutos.

Al escuchar que su madre terminaba de hablar a lo lejos, decidió también finalizar, por lo que dejó salir la carga de semen fuera de sí.

─¡¡Uff… Uff… Ah…!!─. Dijo Gabriel, dándole presión a su calientito pene erecto, ayudándose con la espuma de su cuerpo para más placer, disfrutando el palpitar, que le daba cosquillas de la punta de sus cabellos hasta los dedos de los pies.

Respiró por unos segundos. Abrió la llave y se lavó las manos, dejando escurrir con la espuma las densidades de semen emergido por su pene, el que ya se ponía un poco flácido.

Hacerse esa rica masturbación le dio un poco de tranquilidad, su cuerpo liberó la tensión con la que le costaba moverse ahí en el baño. Con sus manos terminó de despejarse la espuma en el cuerpo.

Luego llegó la señora Érika, viendo que su joven se bañaba ahí sentado.

─Ya hay que apurarnos, ya es hora de dormir─. Dijo ella. 

Le secó con la toalla todo el cuerpo, y le llevó de la mano hasta el cuarto. Al tenerlo recostado en el cambiador, la señora Érika tuvo la duda de si se habían ido los aromas a sucio de su joven, a lo que se inclinó para oler sus pompas, y sintió que aún persistían un poco, solo sin manchas. Para aliviar eso por el resto de la noche, le aplicó con sus dedos mucha crema blanca que olía a vainilla y menta.

Como Gabriel todavía tenía que seguir usando los pañales para dormir y por si le daban ganas por la noche, su madre le puso otro, con todas las del honorable proceso.

Gabriel se levantó del mueble cambiador, vistiéndose con una playera colorida de las que usaba para el diario en casa, junto con un calzón color negro con bolitas rojas por todas partes. Al verse al gusto de la señora Érika, se fue a su infantil cama. Su pañal sonaba por el plástico.

Se metió bajo las sábanas y recibió un beso de su madre en la frente. Gabriel no sintió enojo como las anteriores situaciones, la rica masturbada le había ayudado a bajar el estrés. Afirmó que hasta el pañal seco y limpio se sentía muy cómodo abultándole entre las piernas.

Como ya no quería pensar en nada, aceptó dormirse y dejar su celular para después. Solo pensó en sus situaciones con un: “vaya día, el de hoy”.





Capítulo 4 ↠