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Diminutos progresos
Al
día siguiente, a las 5:00 am, los despertadores de Gabriel y la señora Érika
volvieron a sonar coordinados, anunciando que ya era hora de levantarse.
La señora Érika ya era una mujer disciplinada a
estar de pie a esa hora, tanto haber sido estudiante como su precioso joven le
habían hecho una dura rutina difícil de olvidar. Por lo que rápido se fue
levantando, terminando de bostezar. Se fue hacia el baño para aliviarse de sus
propias necesidades.
Gabriel se mantuvo con la vista puesta en uno de
los paquetes de pañales que le hacían la vida imposible al llevarlos a la
escuela. Justo ahí se acordó del día anterior, de todo lo que le pasó,
principalmente haberse hecho popó en casa y mantenerse mostrando sus pompas
sucias a su madre; sabía que ya estarían sucesos próximos en ese nuevo día.
Aún no tenía idea de cómo decirle a su madre que
le habían citado en la escuela, pensar en eso le llegaban fríos a la piel. Se
sentó en la cama, sintiendo el fresco de la mañana. La oscuridad aún reinaba en
todas partes de la ciudad, las luces de las calles pronto dejarían de iluminar
para darle el trabajo al sol. El bulto entre sus piernas le obligó a bajar la
vista, sintiéndolo seco, tanto descanso no le había hecho orinar por la noche,
pero al ir retomando la conciencia para ponerse de pie, su cuerpo se fue
activando de forma rápida. De inmediato se salió de la cama, acomodando un poco
el calzón de tela por la presión al mantener el pañal en su lugar. Mientras
estiraba sus brazos y sus piernas, escuchaba los ruidos desde el baño de su
casa, el que le indicaban que su madre ya estaba a la orden. Reconoció que
pronto llegaría a hacer la tarea que sería de todos los días: el cambio de pañal. Las dudas de si sería
igual o no al día anterior le hicieron tener ganas de orinar, por lo que
decidido a mojarse para no sentir ese incómodo ardor, liberó todo en el pañal.
Solamente se bajó el calzón hasta las rodillas, empezando a ver la humedad
teñir de amarillo el blanco algodón que le cubría todos sus genitales.
El calor y el peso del pipí le hicieron tener la
piel erizada, sintió tan rico y relajante usar el pañal, aunque no paraba de
preferir orinar en el retrete.
Gabriel se mantuvo terminando de mojarse ahí de
pie al lado de su cama, con la mano derecha frotando la parte frontal de todo
el pañal. Para relajarse más cerró los ojos, tomando mucho aire, sintiendo que
toda la cantidad de líquido bien podría llenar una botella de más de un litro
de agua. Toda la humedad se absorbió rápido por el frente y por detrás, el
pañal bien se ocupó de eso, pero su confección y cantidad de algodón no
permitieron que la acumulación entre sus piernas se mantuviera ahí, rápido
empezaron a haber derrames, largos chorritos de pipí calientitos, bien le
llegaron hasta los pies. Eso le molestó, el suelo que conservaba su misma
alfombra café de años, casi desde que nació, se manchó en una parte grande. Entonces,
la puerta se abrió, con la señora Érika ingresando, sosteniendo ella el
uniforme gris de su joven, bien planchado, oloroso a limpio, colgando de un
gancho.
─Buenos días, mi bebito gigante─. Dijo la señora
Érika, con tono feliz, viendo a su joven con el calzón de tela enrollado a la
altura de las rodillas y con el pañal totalmente amarillo, como a punto de
caérsele. Gabriel sentía que su piel quería salírsele al escuchar esa expresión
de bebito gigante, claramente la
sensación de impotencia y humillación le hacían verse ridículo con un pañal
totalmente empapado.
─Hola─. Dijo Gabriel, con voz baja, sin lograr
hacer una conversación más duradera como antes.
─Huy… pero si estás haciendo pipí, ¿cierto?...
─Ella vio a su hijo, quien bajó la mirada para ver el pañal por enfrente, y
toda la mancha en la alfombra que seguía creciendo─. Oh… y tuviste un derrame.
No te preocupes, vamos hijito, hagamos esto rápido, súbete al cambiador que
tenemos que apresurarnos para ir a la escuela.
Gabriel no dijo nada, a lo que se dejó manipular de
nuevo por su madre, quien le estaba pasando la mano por toda la cubierta
exterior del pañal lleno de pipí, inspeccionando que esos pañales
definitivamente no absorbían hallándose de pie; a lo que la señora Érika le
despojó el calzón de las piernas a su hijo. Seguido ella le abrió el pañal
empapado, haciéndolo a un lado de un movimiento. Con las toallitas húmedas le
limpió su pene. Luego le levantó las piernas, pasando a limpiar sus pompas, su
ano, sin encontrarse por ahora con manchitas. Para saber si el calzón que le
quitó aun resistía otras horas de uso, lo volvió a poner en forma, viendo que
no estaba húmedo; lo olió un poco para confirmar y luego se lo puso a su joven.
─Vístete con el uniforme, nos vamos al desayuno─.
Dijo la señora Érika.
Gabriel se vistió con su ropa, sintiendo que su
erección poco a poco iba bajando, oculta por su calzón de tela negro con
bolitas rojas.
La señora Érika preparó el desayuno para ese
momento. Picó un melón, el que bañó con yogurt y avena; hizo unos huevos con salchichas
y tocino, café y un poco de jugo de naranja; sirviendo a ambos en los platos.
Al cabo de unos minutos, llegó el joven de la
casa, el que a ratos parecía un bebé gigante.
Gabriel se sentó en su lugar de siempre, tomando
los tenedores y cucharas para comer. Comió todo sin dejar nada, esforzándose en
su paladar para sentir cosas añadidas en el café o en su jugo, pero no había
nada. Bien la señora Érika sonreía en su interior, reconociendo que su hijo
estaba siendo cuidadoso. Ella misma afirmaba que no habría sido necesario
añadir un poco más de laxante, el cuerpo de su amado bebito tenia lo suficiente
para defecar las tres veces del día en el pañal. A ella aún le causaba
impresión de que estuviera haciendo eso en un joven como el suyo, quien
iniciaba la preparatoria, a dos años de ser universitario, pero mientras lo
veía comer, afirmaba que estaba dispuesta a seguir hasta el último día del
castigo con la finalidad de hacerlo comprender lo que implicaba llevar pañales
y ser un bebé, según lo aprendido en la revista de la empresa INFANTEX.
Al finalizar, se levantaron y Gabriel se fue a
preparar para su presentación física. Se peinó, se puso desodorante. Se le hizo
raro que su madre no subiera para ponerle otro pañal, a lo que intuyó que le
dejaría irse sin uno puesto. Eso le alegró, le permitió ponerse el pantalón y
fajarse perfectamente la playera.
Justo cuando guardaba todo en su mochila,
cuidando que todo fuera de acuerdo al horario de clases, vio que todo estaba
perfecto para un rejalado día. Se quedó sentado en la orilla de la cama, como
cualquier joven normal.
De esa forma se mantuvo hasta casi las 6:30 de la
mañana, de pronto ingresó su madre apresurada por la puerta, sosteniendo un
pañal muy diferente a los del castigo.
─Acostadito─. Dijo la mujer, abriendo el objeto
absorbente a todo su esplendor.
Gabriel vio lo que usaría, pensó que su madre lo
había comprado por unidad, pero se acordó de sus viejos compinches, era uno de
los que usó en la semana que tuvo libre en casa, de los que le había arrojado
al vecino; los causantes de todo su martirio.
Le dijo con hastío:
─Mami por favor… ayer pasé vergüenza por
llevarlos a la escuela, no quisiera seguir así─.
─No, mi joven, te dije que seguirías así. Por lo
pronto en este día usarás éste, espero no fallen en calidad, aunque tú ya les
has dado el visto bueno, son de los que venden en las farmacias, solo que se
ven aburridos, no traen figuritas como aquellos nocturnos. Hoy me traerán los
diseñados para usar de día para ti─. Dijo la señora Erika.
Gabriel apartó la mirada de su madre, deseando irse
corriendo, pero luego accedió a que se lo pusiera como siempre, tomando su
lugar en la cama.
Como si estuviera en una competencia de quién
ponía a su joven hijo en pañales muy rápido, la señora Érika lo desvistió de
las piernas, arruinando el buen vestir del uniforme de la preparatoria, dejando
el pantalón y el calzón por debajo de las rodillas. Luego le puso el pañal bajo
sus pompas, midiendo rápido para que le quedara bien cómodo, simétrico; le
roció mucho talco, sin querer ponerle crema anti rozaduras, con eso tendría que
tomarse su tiempo para untarlo con sus dedos y la sustancia era espesa. Lo
bueno fue que el joven no tuvo erecciones, apenas le creció un poco, lo que
permitió a la mujer poner la puntita del pene de Gabriel hacia abajo.
Al estar con su protección, el joven se vistió
bien. Lo que le gustó fue que el pañal era mucho más delgado, hasta había
olvidado ese detalle; los que venía usando en ese castigo, eran más que
gruesos, bajo la tela del pantalón gris bien se marcaba la redondez por
enfrente y detrás; con ese de ahora era menos. Eso le alivió el nudo en la
garganta, pero aun así usaría la misma chamarra atada en la cintura.
Poco después cerraron la casa, saliendo de ella,
distantes como venían estando.
Al llegar a la escuela, la señora Érika dejó a su
joven justo enfrente, al igual que otros padres que dejaban a sus hijos, usando
el mismo uniforme, pantalones y faldas, pero sin pañales.
Gabriel salió del auto, solo le dijo un “adiós” a
su madre con voz bajita.
Hizo lo mismo del día anterior, al ver que su
madre se fue, sacó la chamarra y se la ató a la cintura, ocultando su secreto.
Se fue hacia su salón, encontrándose con sus mismos compañeros, hablando cada
uno con sus amistades de los primeros días.
Rápido se fue hacia la silla que usó el día
anterior, poniendo su mochila al lado de sus pies y esperando no levantarse en
todo el día, afirmando no hacerse pipí en el pañal hasta salir, aunque le
ardiera la vejiga.
Así como en cualquier escuela de nivel
bachillerato, los siguientes profesores fueron llegando, presentándose, dando
las pautas a evaluar. Luego iniciaron con sus clases. Para ese mismo día,
volvió a tocar álgebra. Por lo que había sucedido en que Gabriel no llevaba la
firma de su madre, el profesor Víctor Hugo al recibir la libreta del joven le
ponía la calificación, pero al querer ponerla en la lista, veía el asterisco
presente, y apartaba la libreta del joven, negándose a hacerlo hasta que
llegase el padre de familia.
Gabriel no tuvo que levantarse para entregar la
libreta ni para recibirla, una compañera se la dio. Se sintió incómodo,
nervioso, a pesar que obtenía una buena calificación en los ejercicios no
podría ser promediado hasta que le dijera a su madre lo que había pasado.
Eso fue lo que ocurrió en la clase de álgebra; en
las demás, en inglés, escucharon audios y fueron captando palabras, traduciendo
textos y tratando de hablar con el profesor en el idioma, algo dinámico.
Las siguientes clases fueron teóricas, solo copiaron
las lecciones, participaron abiertamente y cuando escucharon el timbre del
final, se levantaron felices.
Gabriel esperó como el día anterior que todos se
fueran. Se había aguantado las ganas de hacer pipí, también sentía las ganas de
hacer popó, lo que comió en la cena y el desayuno ya estaba listo para salir,
pero no lo haría hasta estar en casa a salvo. Cuando se puso de pie, se tocó
sus pompas, sintiendo el pañal en esa parte, el algodón que le envolvía se
había vuelto plano, casi como una bolsa plástica. Con un pellizco se despegó un
poco el algodón metido en sus pompas, igual que con su calzón cuando estaba
mucho tiempo sentado. Se echó la mochila al hombro y se apresuró a irse de la
escuela.
Casi todos los estudiantes hacían lo mismo, se
despedían de sus amigos y cada uno tomaba sus caminos.
Gabriel ya se había alejado de la zona escolar,
las calles de la ciudad permitían el paso de todo vehículo. El pañal había
retomado su forma y un poco su grosor. En una de esas calles tomó la ruta hacia
la universidad donde trabajaba su madre, tenía que seguir las normas de ella a
como diera lugar si quería que todo eso acabara cuanto antes. Pero antes de
seguir, se detuvo en una acera un poco solitaria, y en un poste se recostó.
Como las ganas de orinar le seguían incomodando, quiso aprovechar para librarse
de la molestia. Así que con su mano derecha, le dio unos masajes al bulto de
algodón sobre su pene, para relajarlo así como siempre en un baño normal; no se
dio cuenta que una señora le veía detrás de sus cristales oscuros. Gabriel fue
liberando poco a poco los chorritos de pipí en sus interiores. Todo fluía como
una fuente libre, el joven sentía una satisfacción enorme, hasta sonrió.
Confiaba mucho en esos pañales como para saber que absorbían bien todo en
posición de pie.
Cuando terminó de mojarse, con sus manos se palpó
las entrepiernas y sus pompas, sintiendo el crecido grosor del algodón. Le
gustó que la forma del pañal en su cuerpo seguía, mojado y amarillo, pero
seguía adherido a su piel. Para no pasar más, se fue caminando por las calles
que le conducirían a la universidad de su madre.
Al llegar…
Gabriel se fue aproximando poco a poco a la
entrada principal. Ésta era muy diferente a la de su escuela. Ingresó hasta los
primeros pasillos, donde se encontraba el policía. Le dio sus datos, que era
hijo de la profesora Erika y se iría a su despacho. Al tener la aprobación del
guardia, se fue caminando con pasos rápidos. No le incomodaba que le pudiesen
ver el pañal, la chamarra que seguía usando en su cintura ocultaba bien todo, a
pesar de estar mojado, no era perceptible.
Cuando encontró el despacho de su madre, lo supo
por la placa imponente en la cabecera de la puerta: Mtra. Érika Castellanos
Aguilar. Se sintió enorgullecido por
los logros de su amada jefa en el hogar, quien sabía cómo dominarle con los
pañales y con cualquier cosa, pero al estar allí, se sentía un hijo honorable.
Todo le pareció hogareño, el escritorio de su madre tenía unos dibujos bajo el
cristal que él mismo hizo con crayolas y plumones cuando tenía ocho años;
también estaba el retrato con ella cuando fueron a un lago a pescar, comiendo
mucho pescado como celebración por cumplir sus 15 años.
Gabriel se sentó en la silla de su madre,
sintiendo la humedad en sus entrepiernas y sus pompas, la forma en que el
algodón se transformaba en una especie de gel que ya no permitiría más humedad.
Aunque estuviera en esa situación con los pañales, no negaba que le gustaba
“retar” la capacidad de absorción de esos productos, con sus piernas se sentaba
más y se recostaba, toda la humedad interna le arrojaba aromas a pipí y talco,
una mezcla que valía la pena sentir antes de un cambio.
El joven permaneció en la silla de su madre por
unos veinte minutos, abriendo las gavetas y carpetas de los estudiantes que
entregaron sus tareas, echando un curioso vistazo, viendo los mapas y
cuestionarios que la señora Érika dejaba de tarea o en clases ordinarias. De
pronto, le vio venir caminando tranquila, con su costumbre de ver hacia el
suelo, pensativa como siempre, en ese momento valorando a sus alumnos y
compromisos universitarios, al verse, todo sería en torno a los pañales. Gabriel
bien reconocía que su madre no perdía el estilo de una joven estudiante, sus
facciones seguían siendo hermosas, a pesar de tener su edad adulta, cualquiera
se podría enamorar de ella. Gabriel tenía el instinto de cualquier estudiante
de sentarse bien al ver cerca al profesor, así que se sentó recto en la silla,
poniéndose atento.
La señora Érika entró a su despacho, empujando la
puerta, viendo a su joven hijo en su silla.
─Ya llegó mi bebito gigante, que bien que está
siguiendo las normas… ─Dijo ella, caminando. Gabriel le sonrió un poco, le dio
un saludo de beso en su mejilla y se puso de pie para cederle su lugar─. ¿No te
quitaste el pañal?
La señora Érika observó a su hijo hacia la zona
de su cuerpo donde iba el objeto de protección, encontrando un discreto bulto,
mucho menor a los que hacían los pañales coloridos. Gabriel le negó con la
cabeza; se seguía sintiendo incómodo de estar con eso en el lugar de trabajo de
su madre, un lugar que antes de los pañales era todo un sitio ameno y de
entretenimiento.
─¿Me lo puedo quitar ahora? Ya se me ha puesto
lleno─. Dijo Gabriel, con sus ojos atentos.
─Claro que sí. Pero seré yo quien te lo quite, mi
bebito no creo que pueda─. Comentó la señora Érika.
Gabriel solo se quedó mirando a su madre cerrar
la puerta con candado, bajaba las cortinas de las ventanas de cristal, para que
ninguna persona por fuera pudiese ver. Luego, rápidamente, iniciaron.
La madre del joven sabía que no estaban en el
lugar apropiado para hacer eso, pero su anhelo a que su hijo aprendiera la idea
del castigo, hacía que tomarse el riesgo valiera la pena. Así que abriendo el
cinturón de su joven, separó los botones, bajó el cierre, su calzón de tela
solo hasta las rodillas, despegando sin dilación las cuatro cintas del pañal de
farmacia, observando que al menos esos sí habían hecho su función de absorber
todo, aunque percibió que los elásticos del calzoncillo estaban empapados,
olorosos a pipí. Ella sacó el pañal amarillo, todo se volvió como una masa de
gel sin forma cuando ella lo tuvo en sus manos, sostenido de las largas
envolturas. Gabriel se cubría su pene con las manos, no por pudor de que su
madre le viera su miembro flácido, sino por sus nervios de estar así en un
cubículo de ambiente universitario, alguien entrase y viese esa escena. En esos
largos segundos en los que cerró los ojos, vio que su madre había traído a sus
compinches para la ocasión, en sus manos traía una pequeña botella con talco
para bebés, un paquete de pañales coloridos.
─Pensé que me ibas a dejar descansar de esto─.
Dijo Gabriel, viendo que su madre se quedaba de pie ante él.
─Bien sabes que debes tener otro pañalito puesto,
creo que tienes ganas de hacer popó─. Dijo la señora Érika, acercando a los ojos
de su hijo el nuevo pañal.
Gabriel afirmó en su mente sentir ganas de sacar
todas esas ganas igual que en la noche pasada, pero no en la escuela universitaria.
─Como quieras, pero no insistas que me haga
aquí─. Rogó el joven.
La señora Érika le guiñó un ojo, le dio un beso
en su mejilla, demostrándole que a pesar de cómo estaban, podía ser tan
comprensiva como cualquier buena madre. Así que le indicó con señas que se
acostara en el suelo, en una alfombra recién aspirada.
Gabriel se sentó en la alfombra, acostándose,
abriendo las piernas para permitir que su madre acomodara el pañal nuevo bajo
sus pompas. La señora Érika le vio el pene a su hijo de 16 años, lo seco que
estaba por todo el tiempo hablando, igual sintió el aroma a pipí que salía de
esa piel. Como tenía más compromisos antes de salir libre con él a las 4:00 de
la tarde, se apresuró a ponerle el pañal; le midió bien todo en esa sección,
abrió el talco, rociando mucho en el flácido pene de su joven, aplicándolo
mejor con su mano derecha. Gabriel sentía rico las caricias de su madre en su
miembro, por más que se esforzó en no hacer que se le pusiera erecto, no lo
consiguió; lo bueno que la señora Érika cerró el pañal enfrente, cubriendo toda
esa bella forma, se marcaba una forma de zanahoria en diagonal.
Gabriel se puso de pie, terminando de vestirse
con el uniforme que usaba para su propia escuela.
─Que hermoso te ves con esos pañales, lo digo enserio.
Bien bebito, ya sabes, si te dan ganas de hacer popita, te haces, yo vendré
dentro de dos horas y nos iremos a casita, tengo una rica receta de comida para
hacerte─. Dijo la señora Érika, guardando las cosas en la caja donde las tuvo.
Gabriel pudo haber afirmado esa idea de verse
bien con pañal puesto, pero el hecho de usarlos en zona universitaria, no le
hacía maravilla por nada.
Gabriel vio a su madre echar el pañal usado a la
basura. Luego la señora Érika se preparó con las cosas para la siguiente clase
que tendría en media hora. Se despidió de su joven con otro beso en su mejilla,
saliendo, echando llave a su despacho por fuera, para que ningún alumno llegara
y viera a su joven con el secreto entre ella y él.
Gabriel se sintió en la prisión total, era
definitivo que su madre bien sabía voltearle las jugadas; era obvio, nació de
la mujer mejor sabelotodo de las contras hacia los padres.
Para pasar el rato, el joven no se quitó el
pañal, caminaba por el despacho, abría las ventanas, viendo la vida de jóvenes
yendo de un sitio a otro con sus mochilas, con papeles de exposición y libros
sacados de la biblioteca. No podía creer que se hallaba en un castigo basado en
el mejor gusto de su vida, usando pañal en áreas escolares que dentro de dos
años, le obligarían a decidir por su profesión. Pero luego, pensando que cuando
se convirtiera en universitario, cuando tuviera compromisos de adulto, recordaría
con anhelo los días en que era un bebé de mami y se hacía pipí y popó en los
pañales a los 16 años.
Como la tranquilidad del despacho le dio sueño,
se acostó boca abajo en el suelo en un rincón de mucha sombra, si su madre
vendría dentro de poco y nadie abriría, sería bueno dormir un rato, después de
todo, “era un bebito gigante”.
Aunque antes de quedarse medio dormido con su rio de baba, se hizo la nota
mental que no se lo debía tomar tan enserio…
Momentos
después…
El tiempo de la señora Érika dando clases
finalizó. Ella había indicado a todos sus alumnos de dos salones que le
llevaran sus cuadernos con las tareas en el aula hacia su despacho, a lo que
todos pusieron camino al lugar. La madre de Gabriel comenzó a enviarle a su
joven hijo, unos mensajes como alertas para que viera su celular el aviso que
iban los jóvenes adultos de la universidad.
Gabriel se mantuvo acostado en el mismo lugar
boca abajo, justo ahí, escuchó las vibraciones de su celular, pero por pensar
que estaba soñando, no le hizo caso.
Sus sentidos se activaron más, cuando escuchó que
la puerta del lugar se abrió de golpe, así se despertó también, como si le
hubiesen echado agua fría en la cara. Abrió los ojos al ver que varios chicos y
chicas de mayor edad iban entrando con sus libros y libretas en las manos, en
dirección al escritorio de la profesora Érika. Todos le quedaron viendo, al
menos los que entraron primero; a las chicas universitarias les gustó ver al
hijo de su profesora, un jovencillo muy hermoso, pudieron saber que era su hijo
por los rasgos faciales, era la profesora en cuerpo de hombre. Lo único extraño
fue que cuando le vieron acostado boca abajo, vieron sus pompas muy grandes y
redondas.
Gabriel rápido se sentó en la alfombra,
recostándose en la pared, como si le fuesen a dar una golpiza, sintiendo el
pañal entre las piernas; observó que los jóvenes universitarios ponían sus
cuadernos en el escritorio de su madre, en dos pequeñas columnas, luego se iban
riéndose, pero no podía saber por qué, había muchas posibilidades.
La señora Érika había alcanzado a ver que su
joven hijo se acomodaba sentándose en la pared, también le vio sus redondas
pompas, pero no dijo nada, sabía que estaba protegido. Se despidió de sus
alumnos y esperó a que se quedara a solas.
─Bien, prepárate, nos vamos a casa─. Dijo ella.
Gabriel le afirmó con la cabeza, ajustó las tiras
de su mochila, bebió un poco de agua y esperó a que su madre también tuviera
sus pertenencias para salir. Cuando estuvieron listos, salieron de la oficina,
cerrando con llave. Caminaron los pasillos que conducían a la salida, se sonrieron
con el guardia quien conocía a la profesora Érika y luego se fueron al
estacionamiento para abordar el auto.
En ese breve camino, a la señora Érika le llegó
un cansancio considerable, tenía un poco de sueño y la idea de tener que
preparar comida al llegar a casa le hizo sentir más aburrimiento, así que mejor
pensó sentirse bien con su joven hijo, y al estar los dos en el auto, encendió
su vehículo y le dijo:
─¿Qué te parece si vamos a comer unas ricas
hamburguesas al local que siempre te ha gustado?─.
Gabriel se emocionó por esa idea, las
hamburguesas le encantaban, mucho más las de su local favorito, eran ricas y
ponían ingredientes de más en el plato; dijo que sí.
Entonces la señora Érika puso marcha hacia el
restaurante, activando el aire acondicionado.
Al llegar…
Gabriel había sentido las ganas de hacer popó
durante ese pequeño camino, pero por ir sentado no le habían hecho presión,
pudo contenerlas. Lo malo era que al comer, siempre sus entrañas le pedían el
espacio para contener la siguiente cantidad, sería otra batalla como la de la
noche anterior, “posiblemente”…
Los dos se bajaron del auto en la acera, donde
encontraron un lugar para el auto. Caminaron juntos; Gabriel se iba subiendo el
pantalón lo más que podía, no quería que se le asomara el pañal ni nada le
hiciera quedar en evidencia entre las personas que llegaban a comer ahí.
Ingresaron y fueron recibidas por las jóvenes
meseras. Les llevaron a una mesa y tomaron lugar.
─¿El joven va a ordenar la de siempre?─. Preguntó
la chica, sonriente, sin necesidad de apuntar lo que Gabriel fuese a pedir, ya
sabía, tanta preferencia por el joven cliente ya casi todas sabían sus gustos.
Gabriel se acordó de esos días en los que todo inició
con los pañales, los días cuando estuvo a solas y los arrojó a la casa del
vecino, todo le pareció tan cercano, como una alucinación, la última vez que
había escuchado esa pregunta fue ese día de soledad usando pañal. Fueron segundos
de silencio, pero por saber que esperaban su respuesta, le dijo que sí a la
joven; su madre pidió otra diferente, con mucho queso y tocino; la señora Érika
aumentó a la orden una ración de papas y nachos con queso amarillo.
Al irse la chica de las mesas, Gabriel y su madre
se quedaron en la mesa, conversando un poco. Fue la señora Érika quien habló
más en esos momentos, ella contaba acerca de sus alumnos, de los más
comprometidos y los que no hacían las tareas, con alegría, con la finalidad de
hacer sonreír a su hijo como los antiguos tiempos antes de los pañales, antes
que fuera ella quien se los pusiera y cambiara, sí lo conseguía, pero Gabriel
solo daba comentarios breves.
Cuando llegó la comida, se fueron a lavar las
manos. Volvieron y se sentaron a disfrutar todo el festín.
Mientras iban comiendo, Gabriel sentía que su
estómago recibía bien los alimentos, todo le sabía rico. Lo malo era que sus
ganas de hacer popó iban aumentando, daban los impulsos, pero los retenía así
como lo hizo la noche anterior.
Al terminar, reposaron la comida por una media
hora, masticando unas pastillas de menta. Gabriel estaba ansioso de irse, no lo
demostraba con nada, quería ir al baño del restaurante, pero sabía que su madre
no lo dejaría, solo fingía pasarlo tranquilo con ella.
Antes que dieran las 6:00 de la tarde, los dos se
levantaron de sus mesas, fueron a pagar su cuenta y se despidieron de la chica
que atendió en la mesa.
Así como llegaron, volvieron a casa.
Veinticinco
minutos después…
Gabriel estaba que ya no aguantaba más las ganas
de sacarlo todo, sentía que sus entrañas se inflaban como un globo por la
cantidad de popó y la de sus gases. Con ver a su madre caminar tan lento, se la
imaginaba como un caracol, le daba una desesperación enorme; pero recordando
las consecuencias de cualquier cosa pedida de mal modo, le dijo:
─Mami, tengo ganas fuertes de hacer del número
dos, hehe... ¿Puedo usar el baño de la casa?─.
─¿Perdón? ¿Baño de la casa? Según sabemos, que el
baño de la casa está contigo a todas horas, ya sabes dónde quiero que te hagas,
no hace falta que te recuerde que tienes tu pañal, mi bebito gigante. Mucho
menos que me estés pidiendo permiso para este tipo de cosas─. Dijo la señora
Érika, dándole una palmadita en las pompas a su joven.
─Si, pero me gustaría volver a usar el sanitario,
así como una persona normal─. Repuso Gabriel.
─Y a mí me gustaría dejarte libre del pañal por
lo menos una hora, pero primero quiero que lo uses de forma debida─. Dijo la
señora Érika.
Gabriel se mantuvo de pie esperando que su madre
abriera la puerta de la casa, pero ella seguía de pie, mirándole.
─¿No vas a abrir?─. Preguntó él.
─Si, pero quiero asegurarme que no te vas a estar
aguantando como ayer, fue una lucha innecesaria contra tu cuerpo, tienes tu
pañal para hacerte popó─. Respondió ella, dándole una caricia en la mejilla.
─¡Pero NO LO DIGAS TAN ALTO!─. Se alteró Gabriel,
viendo a su alrededor la calle solitaria, pero pensando que ahí estaban muchas
personas. A simple vista no había nadie, pero el vecino de enfrente los estaba
viendo llegar a casa, observando detrás de su cristal color negro, solo los
veía estar de pie ante la puerta, hablando de “algo”, moviendo las manos y todo
lo común en una conversación.
─Mientras más te tardes en hacerte en tu
pañalito, más nos quedaremos aquí afuera─. Dijo la señora Érika, recostándose
en la puerta, viendo lo bonitas de sus manos y sus uñas.
Gabriel no tuvo elección, sentía que el aire le
faltaba con los fallidos intentos de negociación con su madre, no podía contra
un adulto hábil.
─Está bien, está bien, me haré aquí mismo…
Dijo el joven, poniéndose rojo de las mejillas,
alejándose un poco de su madre, llegando hasta el auto de nuevo.
─Pero no tan lejos, quiero verlo─. Repuso la
señora Érika.
Gabriel entonces regresó ante su madre, no mucho,
casi a tres pasos de ella, mirándola. Ella no se reía, solo mantenía la mirada
tan alegre, casi sonriente. Así que para ingresar rápido a casa, rendido, no
quiso discutir más, solo tomó un poco de aire para que sus músculos del abdomen
pudieran pujar con todas sus fuerzas, cerró los ojos, puso las manos en las
rodillas y comenzó a dejar salir toda la tira de popó en la capa de algodón que
le envolvía todas las pompas y su pene. Gabriel escuchó que primero sonaron sus
gases, luego salió la primera tira de popó, toda se le iba acumulando en la
división del pañal; luego pujó más, y esa se iba esparciendo hacia los lados,
siendo una tira casi sólida, por llevar unos grumos aguados; todo sonaba como
debía sonar cuando alguien se hacía popó en un pañal. Su pipí también salió,
invadió la parte frontal y luego se fue a mezclar con la enorme masa de popó,
creando un color en el algodón que parecía masa de tamarindo.
La señora Érika miraba sorprendida las ganas que
ponía su hijo en hacerse todo eso en el pañal, sabía que a su joven le gustaba,
(él mismo lo dijo cuándo le preguntó si le gustaba usar pañales); también iba
haciendo la lista de cosas para atender toda esa suciedad antes de irse a
reposar un rato.
Cuando Gabriel terminó, se sintió mejor, más
ligero, solo le quedaban los dolores en el abdomen por la fuerza al pujar. Dio
unos pasos hacia su madre; mientras pujó unas dos veces más, por si había algo
más en la punta de su ano, pero no.
─Ya me hice en el pañal─. Dijo Gabriel.
─Bien, mi bebito gigante se vio hermoso
haciéndose ahí, que lindo te veías pujando, esas pompitas han de estar súper
sucias, hay que revisar primero… ─Dijo ella, aproximándose a su joven,
tocándole sus pompas, palpando lo cálido, pero como quería hacerle sentir como
un bebito, entonces le sacó la playera del uniforme, le despegó lo más que pudo
el calzón, su pantalón escolar y también el pañal, observando el gran depósito
de popó ahí dentro. Gabriel entendió eso que estaba haciendo su madre, quiso
salirse corriendo, pero se le congelaron las piernas al tener la idea en la
mente─. Bien mi amor, vamos adentro a cambiarte─.
Ella fue abriendo la puerta así como lo indicó,
lo hizo rápido.
Gabriel quería volverse loco, o aceptar morirse
si le daba un infarto en ese momento, pero aún venía el proceso del cambio.
Cuando la puerta se abrió, fue el primero en pasar, llegando en pasos largos
hasta el sillón.
─Vamos de una vez hasta tu cuarto─. Dijo la
mujer.
Gabriel se fue corriendo hasta su cuarto, al
llegar, se quedó observando su cama, no quería sentarse, no quería batirse toda
la popó dentro del pañal. Su madre llegó y le indicó que se acostara sobre el
mueble que servía como mesa para cambiar pañales a los jóvenes de esas edades.
Gabriel sentía la impotencia en su interior, le
daba enojo que a sus 16 años y medio, fuera su madre quien estuviera haciéndole
esas cosas. Así que mejor se decidió a cooperar, había sido una tarde tan
pacífica con ella en las hamburguesas como para hacerla enojar, por lo que se
subió a la mesa, sentándose lo menos que pudo, para evitar mancharse, pero no
lo pudo pasar por alto, con solo la presión en esa posición, toda la popó fue
regándose por los espacios en blanco del pañal.
La señora Érika fue haciendo el proceso de
sacarle el uniforme escolar que aún estaba usando su joven. Así como desvestían
a los niñitos o bebés, lo hizo con su precioso joven. Puso el pantalón, el
calzón, toda la ropa sobre la cama, arrojándola con la mano. Ahora Gabriel estaba
con el pañal brutalmente sucio, mal oliente, a la vista en todos sus ángulos.
La señora Érika vio las manchas en las entrepiernas, solo bastarían unos
movimientos de su hijo para que se salieran. Ella preparó mucho papel
higiénico, toallitas húmedas y luego abrió las cintas del pañal, con cuidado,
observando toda la popó en las entrepiernas de su joven, en sus testículos, en
sus pompas iban resbalando los grumos más grandes.
Los aromas llegaron a las narices de los dos,
pero por ahora, la señora Érika no dijo nada, solamente fue limpiando poco a
poco toda la suciedad; primero comenzó con las entrepiernas de su joven, luego
se fue con los testículos, con una mano limpiaba y con la otra le sostenía el
pene flácido, endureciéndolo con cada caricia y movimiento. Gabriel sentía todo
eso, le daba muchísima pena, veía los trozos de papel ser puestos sobre el
pañal con grandes manchas de su popó. Pero así le siguieron limpiando esa zona.
Al acabar, la señora Érika le juntó las piernas
con una mano y le indicó que las levantara sobre su pecho, igual que siempre.
Las manchas en las pompas de Gabriel aún seguían, y su madre fue retirando todo
con firmeza, pasando sus dedos por sus líneas, tallando el papel para quitar
todo, igual con las toallitas húmedas.
Al final, Gabriel tenía los ojos cerrados de
tanta pena y manipulación en el cambio. Poco a poco fue bajando las piernas,
sintiendo que todas las manchas se habían ido, su madre hacía bola el pañal con
todos los papeles usados.
─Vuelve a acostarte y levanta de nuevo tus
pompitas, te voy a poner cremita. Para la noche te daré un baño─.
Gabriel obedeció, por la buena idea de estar un
tiempo sin pañal. Así que levantó sus piernas sobre su pecho, permitiendo que
su madre pasara sus dedos por las orillas de sus líneas, también su ano,
poniendo color blanco toda esa zona. Igual en su pene le pusieron crema, la
señora Érika pasó la crema con sus dos manos, haciéndolo con suavidad,
aprovechando que todo el miembro de su precioso joven estaba erecto, pero no le
importó mucho, le impresionaba su tamaño, su excelente forma, y por eso mismo,
tenía que cuidar que esa belleza siempre estuviera limpio.
Al final, permitió que Gabriel se quedara sentado
en la gran tabla del cambiador, mientras ella se fue a buscarle prendas limpias
para esa tarde. Le dio un calzón de tela, uno color amarillo con rayas verdes y
una playera fresca para estar en casa.
─Quédate así con poca ropa, quiero que se alivien
tus pompitas y tu pene después de casi todo el día con el pañal. Si quieres
duerme, haz tus tareas, te dejaré un tiempo a tu comodidad, pero por la noche,
volverás a los pañales. ¿Entendido?─. Dijo la señora Érika.
─Si─. Respondió el joven.
La mujer se llevó el pañal sucio de su joven
hijo, listo para tirarlo a la basura del contenedor de afuera. Después de
hacerlo, se fue a atender ella misma para descansar un par de horas.
Gabriel se acostó en la cama, observando las
cosas para su vida con pañales, algo había entendido en esos momentos: si obedezco a todo, quizás termine rápido
esta vergüenza...
Quería masturbarse, tanta manipulación en su pene
y sus pompas por las suaves manos de su madre le habían dejado una erección que
no se iba. Así que se fue caminando por su casa para ver si ella se había
dormido o algo, y vio en el cuarto de su madre, que sí, ella estaba acostada
durmiendo como un osito.
Retornó a su cuarto feliz de no tener un pañal
entre las piernas, se sentía bien darse un descanso de esos productos. No quiso
poner candado y meterse en problemas, así que solo cerró de forma normal y se
acostó en la cama; se sacó su pene erecto por los elásticos del calzón y,
aunque le costara negarlo, pensar en pañales para masturbarse le daba muchísima
excitación y placer, como no tenía un candidato para imaginar en pañales, se
visualizó a sí mismo en todo lo que iba su castigo, y de tanto frotar su pene
por 15 minutos, bajando y subiendo su prepucio lento y rápido, disfrutando sus
fluidos, terminó en su orgasmo:
─¡¡Uff… Ahh!!─. Gimió él, explotando en unos
respiros extensos de aire, disfrutando las cosquillas, cerrando los ojos,
sintiendo su semen caerle en las manos y en las piernas…
Después de disfrutar eso, se limpió las manos con
el rollo de papel higiénico que estaba en donde guardaban sus pañales, el mismo
rollo que usó su madre. Luego se quedó vestido con su calzón normal, su pene
fue reduciéndose en tamaño y se mantuvo pensando en la cama; por eso, también se
quedó dormido…