BEBITO GIGANTE - Introducción










INTRODUCCIÓN:

 

La aparición de los problemas

 

 


U

n joven llamado Gabriel Montesinos Aguilar iba caminando por la acera con la mente muy distraída. En primera parte lo podía hacer gracias a que si le daban ganas de ir al baño, lo podría hacer en el pañal que llevaba puesto bajo la ropa. 

Éste chico tenía 16 años. A su joven edad era bastante apuesto, sus ojos claros y sus pupilas casi azules eran un encanto para las chicas que le habían conocido en sus anteriores años escolares, siempre se lo quedaban viendo y luego desviaban la mirada, pero si conectaban los ojos por solo segundos, se quedaban sintiéndose las niñas más afortunadas del mundo. Por ser delgado y carnoso en todas las secciones de su hermoso cuerpo, las prendas de moda le venían bien, aunque no era él quien elegía las vestimentas para lucir a diario o en cualquier parte, era su madre quien le escogía sus calzoncillos, sus pantalones y playeras.

El joven divino pronto llegó al negocio donde vendían hamburguesas, su local favorito. Siempre que podía, pasaba a comprarse una, por ejemplo, cuando salía temprano de la escuela, al irse su madre con sus amigas a conocer personas o en alguna noche en secreto.

Gabriel se sentó en la mesa que también le gustaba mucho, contemplando que habían pocas personas en ese momento.

Enseguida llegó la encargada de las mesas, y le dijo:

─Dígame, joven, ¿desea su favorita de siempre?─.

El jovencillo le afirmó con una sonrisa mientras se acomodaba en la silla y se acercaba a la mesa para sentirse cómodo; después de tanto ir a comer en ese lugar, era evidente que ya le conocieran sus gustos de consumo.

La mesera se fue con la orden anotada.

 

Mientras hacían la hamburguesa acompañada de sus papas fritas, Gabriel se mantuvo pensando en las cosas por hacer en casa; no pensaba en lo que su madre le encargó para concretar en la semana de su ausencia, como el tener que sembrar unas semillas en el jardín para que nacieran flores y varios tipos de plantas, sino pensaba en lo que faltaría por lograr de sus videojuegos o los libros que se propuso terminar de leer antes que la escuela comenzara de nuevo.

Entraría a su nivel bachillerato, era una nueva etapa para vivir, el nivel secundaria había sido todo un reto y decían que las tareas aumentaban al doble en el nivel medio superior. El detalle era que aún no habían comprado uniformes; su madre había indicado que lo harían en cuanto llegara de su viaje de capacitación laboral para ser docente de un colegio de nutrición. A lo que el jovencillo confió en las palabras de su madre. Ha como fuera que se diera todo, era una semana de total libertad para salir al cine, al parque o a donde se le antojara, gracias a que le dejó un buen total de dinero, siempre y cuando llevara un pañal bajo la ropa como en ese instante. Por llevar pañal bajo su calzón y pantalón, tenía el deseo y los planes de hacerse popó cuando llegara a su casa, pues en anteriores situaciones se había hecho solamente pipí. Ya era tiempo de probar nuevas sensaciones, tal como lo hacían los misteriosos bebés y niños pequeños.

En la mente de este divino joven, se había arraigado el deseo de usar pañales. Cuando fue un niño, en su escuela primaria, la profesora les pidió de tarea que llevaran un pañal para hacer un experimento súper sencillo, en el que verían las cantidades de vasos que absorbía el algodón. Pero para esa dinámica, la madre de Gabriel le había enviado dos pañales, y el que le sobró, se lo había puesto en el baño, le invadió fuertemente la duda de lo que era depositar pipí real, y mejor aún, pipí suya.

La sensación de hacerlo esa vez, para él fue de ¡¡Wow!! En el baño se puso el pañal con mucha discreción y nadie pudo percibir lo que hizo, pero las ganas de repetirlo se le quedaron hasta ahora, a sus dieciséis años, todo un joven que ya se había comprado apenas un paquete nuevo gracias a los pequeños domingos que su madre le daba. El paquete que se compró fue uno de adultos marca Tena, talla mediana; pudo haberse comprado uno para bebés, pero su análisis retentivo de los datos, le hizo comprender que si compraba uno para bebés, o muchos, le quedarían pequeños. Los de adultos le quedaban geniales. Se le marcaba un bulto entre sus piernas, y sus pompas eran un poco más grandes, más redondas, pero eso le valía una carga de lo que liberaría al pujar cuando llegara a casa.  

En cuanto a su hamburguesa que pidió, como el servicio de preparación de la comida era similar al de Burger King, en cuestión de minutos llegó la mesera con la orden del precioso Gabriel. Ella con su sonrisa le puso su plato en la mesa, al igual que su bebida, solo que ésta no era de llenar ilimitadamente.

El joven cliente sonrió y se preparó para comer, sintiendo el tronar de sus entrañas por el hambre. Gracias a relajarse para comer, planificó que al terminar iría a visitar a Fernando, su mejor compañía por la pasada escuela, para verlo de nuevo y pedirle que le devolviera unas películas que le prestó. 

Sin nada distinto a otro humano en la tierra, Gabriel se comió su deliciosa hamburguesa, de gran tamaño y buenos olores.

 

Una hora después…

 

El joven Gabriel terminó todo el alimento, se quedó reposando por casi el tiempo desde que terminó.

Al decidir irse, se puso de pie y caminó a la sección de caja.

Pagó su cuenta y se fue como todo un cliente feliz.

Puso la ruta hacia la casa de su amigo Fernando.

 

Al llegar…

 

Tocó el timbre y aguardó unos minutos.

Mientras le abrían se puso a eructar para bajarse lo lleno por el refresco. Por haber caminado y comido una gran carga, sus intestinos ya hacían movidas en su interior, llevando al área de liberación todo lo retenido hasta el momento. Eso le encantaba, ya quería llegar a casa.

 

Seguido, le abrió la puerta la madre de su amigo Fernando. Y ella le dijo:

─Hola chico. ¿Cómo estás?─.

El joven visitante sonrió y le respondió:

─Bien. Vine a ver a Fernando. Quería que me dieran las películas que le presté hace varios días─.

─Te quedaremos mal por ahora, pues acaba de salir a ver unos tíos que igual le propusieron algunas cosas, y creo que volverá hasta la noche. Pero si quieres, puedes pasar y ver por lo que viniste, yo misma te las entrego─. Dijo la mujer, abriendo por completo la puerta.

Gabriel sonrió y accedió.

Llegó con la madre de su amigo hasta la sala. En el lugar, el joven vio que un bonito niño de siete años estaba durmiendo en el sofá, recostado boca arriba y con una almohada sobre las piernas. Justo en ese instante, la madre del amigo de Gabriel recordó un dato que siempre mantenía vigente cuando su pequeño hijito tomaba siestas todos los días, a las dos de la tarde, como en ese momento. Y le gritó a su hija mayor, quien estaba en la cocina preparando las verduras para echarle a la sopa.

─¡¿Hija… le pusiste el pañal al niño para que no se haga pipí?!─.

Sin tardar, la joven chica le respondió:

─¡¡No!!─.

La señora planificó en segundos, con una habilidad bien dominada. Y le dijo a su visitante:

─Permíteme por favor Gabrielito, que le ponga el pañal a mi niñito que está perdidamente dormido. En sus siestas pierde el control de las ganas de hacer pipí y me moja la cama o los cojines. Después voy lo más rápido a buscar lo que quieres. ¿No te incomoda que le ponga el pañal frente a ti?─.

El joven Gabriel estaba atónito de escuchar eso, jamás en su vida había escuchado algo similar, que un niño de siete años usase pañales para dormir en las siestas. Le pareció cuerdo que ocurriera en la noche, ¿pero en el día? Lo mejor de todo, ¿le pondrían pañal a un niño en su presencia? Definitivamente era un honor que no tendría que perderse.

Y le dijo:  

─No. Adelante, no se preocupe por nada─.

Entonces, la madre del niño se fue hacia un pequeño cuarto que parecía ser el baño de la casa. Entró y dilató unos segundos mientras se escuchaban ruidos de bolsas y cosas. Gabriel estaba que se desmayaría ahí sentado por ver lo que vendría. No podía creer que por tratarse de su amor hacia los pañales, todo giraba en torno a eso.

Seguido la mujer volvió con un pañal para bebés, con muchos colores suaves y una botella con talco. Gabriel se apartó unos pasos de ella para darle espacio. La madre del niño se acercó a su amorcito, moviendo la almohada que tenía encima. Procedió a desvestirlo rápidamente, retirándole los zapatos, bajándole lo más que pudo el pantalón hasta los tobillos y de ahí su calzoncillo.

Gabriel estaba observando eso, sintiendo orgullo por los pañales. Ahí mismo pensó que tal vez a él le faltó hacer eso, mojarse en sus siestas o por la noche para que su madre se los pusiera.

Al niño le rociaron mucho talco en su pequeño pene y en sus pompas, las que le quedaron expuestas cuando su madre le levantó las piernas. Todo eso se lo hizo con cuidado para no despertarlo.

Luego, la mujer terminó cerrando el pañal en la cintura de su hijito, cuidando que las barreras estuvieran bien posicionadas en las entrepiernas.

─Listo. Ahora iré a buscar lo que me pediste─. Dijo la señora.

Gabriel se mantuvo sentado observando al niño dormir. Los minutos que tardó la madre de su amigo en volver se fueron con solo observarle el pañal al niño, era tan divino, tan tierno y benéfico para su mente. Luego ella volvió.

─Aquí están─.

Gabriel sonrió, tomando sus películas.

─Muchas gracias, procedo a retirarme─.

─Fue un placer. Cuídate mucho y salúdame a tu mamá. Pronto los visitaremos─. Dijo la señora.

─Claro, cuando gusten─. Repuso Gabriel.

Entonces el joven salió de la casa de su amigo, poniendo pasos veloces hacia la suya.

 

Al llegar…

 

Gabriel pensó unos momentos lo que iba a hacer. Como era la primera vez que se haría popó en el pañal, no tenía idea si al hacerlo la pipí saldría causando molestias o severos derrames, por lo que primero, quería hacerse pipí para liberar las ganas acumuladas. Puso las películas en su sofá y se bajó el pantalón, al igual que su calzón, revelando a los muebles de su solitaria casa el pañal seco que iba bien adherido a su piel, colocado como un experto.

El joven se veía muy varonil con esas prendas, su playera, su pantalón y su calzón, lo que usaba un chico común de esa edad. Sus piernas eran bastante bien formadas, no tenían músculos, no hacía ejercicio rutinario de un gimnasio, pero tampoco eran tan gruesas. Sus bellos en esa piel eran mínimos. Poseía unas bonitas piernas como para que una chica o un chico se deleitaran frotándolas o lamiéndolas con mermelada.

Entonces, procedió a iniciar a mojarse. Se relajó para dejar salir los chorritos de pipí, y al hacerlo, puso atención al algodón blanco que le cubría su pene, apreciando que ya estaba siendo absorbido y el color pasaba de blanco a amarillo, como si se echara agua de naranja encima.

Así se mantuvo mojándose, la pipí llegó hasta el cruce de sus piernas, sin llegar a sus pompas. Gabriel disfrutó eso, por lo que cuando estuvo respirando tranquilamente sin la urgencia de orinar, entonces presionó la urgencia de hacerse popó.

Flexionó un poco las piernas, sintiéndose emocionado. Ésta misma le hizo excitarse, y su pene fue el primero en recibir la señal, comenzando a ponerse un poco erecto.

Gabriel pujó para hacerse popó.

La acción fue la misma como si la estuviera haciendo en el retrete, solo que en lugar de sentir que caía, la masa calientita se apretujaba en sus hermosas pompas. Fue un largo segmento el que hizo borrar la línea del pañal en sus pompas. Por ensuciarse encima de ambas cosas, tenía una envoltura pesada de algodón amarillento y una masa mal oliente por detrás.

“Se siente maravilloso”, pensó el joven, tomando el aire en la forma correcta. Con sus manos se palpó su desastre. Con los dedos oprimía el algodón delantero y trasero, apreciando que era gelatinoso.

“Ahora ya sé que siente el hermanito de Fernando”, pensó Gabriel mientras se tocaba, teniendo el recuerdo del niño que usaba pañales para dormir en las siestas.

En ese momento estaba libre, y quería seguir experimentando. A lo que se fue al sillón.

Sin pensarlo, se sentó, aplastando la bola de suciedad en sus pompas. Todo se le regó hasta casi subirse a su cintura. Otra parte se le esparció hasta sus testículos.

Gabriel se mantuvo ahí, pensando de tema en tema con los pañales hasta que le llegaron las ganas de masturbarse, por lo que sin perder las ganas de tocarse, fue a buscar su toalla y se llevó la misma ropa.

Llegó al baño…

 

En el área de la regadera, con mucho cuidado se desabrochó las cuatro cintas, escuchando su ruidito.

Sujetó bien el pañal para que no se le fuera a caer. Poco a poco se despegó de la piel íntima la envoltura sucia. Toda su popó estaba por la mayoría del algodón, mezclada con el tono amarillo de su pipí. Eso le gustó mucho, y entonces, antes de iniciar a darse una ducha, comenzó a frotarse su erecto pene.

Le gustaba lo resbaloso de su querido amiguito, su prepucio se deslizaba dándole ricas sensaciones. 

Así lo hizo por once minutos, hasta que se dejó vencer por las ganas de eyacular. Sus dosis espesas de semen emergieron en sus manos y algunas resbalaron hasta el piso. Calambres enteros le recorrieron su cuerpo, desde la punta de sus dedos hasta la punta de sus cabellos.

Siguió terminando de sacarlo todo, hasta la última gota.

Al terminar, mientras su pene se iba poniendo flácido, procedió a darse una ducha. Primero limpió su semen de las manos con papel higiénico. Luego hizo bola el pañal, apreciando los tonos de color de su olorosa popó. Abrió la regadera y se lavó bien su hermoso cuerpo.

Cuando estuvo limpio, se aseguró que no hallase quedado ninguna mancha de suciedad en su piel, pasando sus manos por sus pompas y entrepiernas.

Al verificarlo, entonces procedió a vestirse. Se puso el mismo calzón y playera. Por ese momento no quería ponerse el pantalón con que salió a comer. Fue hasta su cuarto y allí se puso una bermuda de mezclilla.

Una vez listo, con un aspecto que decía que él no usaba pañales ni tenía gustos tan exquisitos, se fue hacia el baño para deshacerse del pañal que dejó ahí, hecho bola, como una bolsa plástica con mucho algodón y mal oliente.

Gabriel era uno de esos muchachos que a esa edad aún conservaba los comportamientos de un niño de diez años, por lo que al ir sosteniendo el pañal sucio para tirarlo lejos de su casa en alguna parte, pensó que podría ahorrarse el tiempo de hacer eso, si arrojaba ese deshecho por su jardín con todas sus fuerzas para que cayera en alguna parte de las casas de sus vecinos.

Con esa sonrisa tan diabólica, se fue al jardín donde su madre sembraba sus flores y donde tenía que hacer la encomienda que ella le dijo. Presionó las cintas del pañal sucio para que no se fuera a abrir en pleno lanzamiento, y tomó impulso suficiente.

Como un buen beisbolista, con su mano derecha lanzó el gran pañal mal oliente en ruta hacia los techos de sus vecinos. Al joven le dio risa, no pudo resistirse una carcajada, pero se la fue a dar a su sala.

“Vaya manera de ahorrar tiempo. Lo haré así hasta que se acaben los pañales del paquete”. Pensó el joven Gabriel. Mientras bebía agua en su cocina.

 

Y así como lo indicó su mente, el joven Gabriel se deshizo de los pañales que usó. No importaba si los orinaba por el día o por la noche, siempre los hacía bolita y los arrojaba en la misma dirección. El pañal caía en el mismo lugar, pero no quedaba en el techo, sino que todos cayeron en un jardín ajeno similar al de su madre.

 

Los dueños de la casa ya habían tomado medidas de vigilancia, pues ya estaban hasta la coronilla de tener que levantar pañales brutalmente sucios. Antes que se volviera a repetir la acción vandálica, colocaron un celular con cámara que podía grabar amplio tiempo del día, y contaba con la tecnología de rotar y proyectar distintos ángulos, estos eran, evidentemente, los techos de los vecinos alrededor. Por lo que cuando lo instalaron, fue con total discreción. Y la echaron a andar…

 

Los días que le quedaban al precioso Gabriel se habían agotado.

 

Ya faltaban dos días libres para que iniciaran las clases en su nuevo nivel educativo. Aún no habían comprado uniformes ni útiles escolares, pero lo harían a como había indicado su madre.

 

En la mañana, el joven se hallaba dormido en su cuarto, con un pañal puesto; ya era el penúltimo. Había dormido un poco incómodo por la noche, pues le daban un poco de calor y las cintas comenzaron a fallar, se despegaban por cada movimiento rudo al tomar otras posiciones. También lo tenía seco, debido a que su vejiga estaba acostumbrada a fluir con totalidad hasta el amanecer.

De pronto, con mucha fuerza, en su puerta, empezó a escuchar unos terribles golpeteos:

 

¡¡¡PUM – PUM – PUM – PUM!!!

 

 

El sueño se le fue de tajo, la duda de porqué tocaban así de exagerado le llegó hasta las venas. Era preocupante, jamás en su vida había presenciado tanto ruido por alguien afuera.

Enseguida se puso de pie. No tenía que vestirse con nada pues usaba su bermuda, una a la que le dio la utilidad de pijama. Se limpió la cara y fue a atender la puerta.

Al llegar, abrió nervioso… vio a uno de sus reconocidos vecinos.

─Hola, buen día… dígame─. Dijo Gabriel, con tono de cansancio.

El hombre, al verle, le dijo:

─¡Será buen día para ti… pero para nosotros, no lo ha sido! No sé quién de tu casa ha estado arrojando pañales con popó por estos días. ¡¡Ya me tienen hasta la punta del carajo!!─.

Gabriel sintió que se iba a desmayar, con solo escuchar la palabra pañal en boca ajena ya era peligroso; lo bueno que no estaba su madre ahí con él para escuchar eso. Y le respondió al señor:

─Pero nosotros no hemos arrojado nada. Está equivocado─.

─¡¡NO ME DIGAS MENTIRAS. COLOCAMOS CÁMARAS Y DE DONDE SALEN VOLANDO ES DEL HUECO QUE SE VE EN TU PROPIEDAD… NO DIGAS ESTUPIDECES, NIÑO… LO TENEMOS COMPROBADO. Ya no seguiré gritando. Como te dije, lo tengo comprobado. Si quieres te muestro el vídeo…

─¡Haber… muéstrelo!─. Retó Gabriel.

El señor con gesto molesto, sonrió un poco, animado en que tenía la razón y las evidencias en contra de quienes fueran los culpables. Sacó su celular y abrió los archivos donde estaban las grabaciones de su techo. Con cuidado le mostró al joven sospechoso la toma en vídeo, y con perfección evidente, se podía ver cuando el objeto salía volando de la abertura grande donde estaba la casa de Gabriel.

El señor le hizo ver al joven las grabaciones en distintos momentos, todos los fragmentos de vídeos mostraban un objeto blanco, redondo, que ascendía volando del mismo ángulo de la propiedad. El objeto final, era el mismo, un pañal para adultos con popó o pipí. No había duda.

Gabriel estaba sudando, estaba tan nervioso, que si no fuera por su buena retención de los líquidos, la buena resistencia de su vejiga, se orinaría ahí de pie y su pipí sería absorbido por el pañal que traía bajo su ropa de dormir.

─¡Sé que fue alguien de aquí, en tu casa, si fuiste tú, eso se sabrá… porque NO ME VOY A QUEDAR CALLADO, se lo voy a decir a tu madre, cuando venga, sé que no está, sé que salió de viaje. Le mostraré los vídeos. Además, hice un grupo con los vecinos a mi alrededor y ninguno me comentó que le arrojaran pañales sucios, solo yo fui el afectado. Incluso tu propia madre me confirmó que estabas en casa, que no había nadie más. Así que cuando venga, vendré y le mostraré esto. Desde ahorita que llegue de vuelta a mi casa, le llamaré y comentaré todo. ¿Bien? Para que te prepares a lo que te digan. Siento que sea así, pero bajo las pruebas y los hechos repetidos, no me puedo quedar callado. Adiós…

El señor se retiró caminando, guardando su celular.

Gabriel se quedó en su puerta sin nada qué decir por no saber discutir con las personas mayores. Jamás en su vida había hecho discusión con otras personas, a excepción con algunos de sus compañeros de la escuela, pero para no enredarse en palabras ni tener que formular discursos para ganar, se quedaba callado.

En cuanto a eso que le mostraron, él mismo vio las pruebas, las grabaciones mostraban perfectamente algo emergiendo desde el sector de su casa, el que no tenía protección.

Cuando al fin cerró, sentía que no se podía sentar, sus piernas estaban como dos estacas, totalmente duras. No quería lograr sentarse y sentir el pañal que llevaba puesto. Pero cuando reaccionó, supo que estaba acabado, su madre sabría su cometido y algo oscuro llegaría.

Al reaccionar, se fue corriendo hacia su cuarto de nuevo. Allí se bajó la ropa hasta las rodillas, despegando las cuatro cintas del pañal. Se lo sacó de un tirón y lo puso sobre la cama, observándolo, pensando que se había vuelto “loco” en cuanto a eso. Allí fue cuando le llegaron las ideas más cuerdas, su cabeza razonó debidamente y afirmó que hubiese sido 100% más sabio salir a la calle y tirar cada pañal en la basura, o guardarlos en una bolsa para contenedor y desecharlos en los días que el camión de los desechos llegaba.

Gabriel se dio varias cachetadas, pero por más berrinches con furia, no podría reparar el daño que causó todos esos días con los pañales sucios.

Después de mantenerse un rato sentado en su cama, sin cambiarse la ropa ni lavarse la cara, el hambre le hacía sonar su estómago, pero por los nervios de saber que su madre le acabaría la vida entera en cuanto llegara, no tenía ganas ni de ir a hacerse un sándwich a la cocina.

 

Casi una hora después…

 

El teléfono de Gabriel comenzó a vibrar…

El joven se mantuvo en el mismo lugar de su cama, tronándose los dedos y comiéndose las uñas por los nervios. Al ver su celular iluminarse y mostrar el nombre de su contacto que le localizaba, como “Mamá”, supo que ya le había dicho todo su vecino.

Gabriel no quiso contestar. Quería llorar con solo tener que responder y tener que decir a la fuerza: Hola.

Por lo que había hecho, hablar le costaría demasiado. Hasta sentía que sus problemas de tartamudez volvían como rayo.

 

Llamada entrante…

 

Gabriel se vio obligado a responder. Lo menos que le quedaba ahora, sería esperar a que su madre volviera para recibir una serie de cachetadas, incluso algunos azotes con el cinturón, al igual que un niño pequeño. Ya temía por sus pompas, los azotes dados por su madre, sí que dolían.

Afirmó que lo peor no era que supiera que hizo una travesura, sino el tema de los pañales, eso había sido su secreto bien guardado y por causa de su estupidez, iba a tener que revelarlo, o ya lo sabían varios, en cuanto al vecino, su madre y algunas otras personas a las que les llegara el chisme.

Así que solo levantó el celular y corrió el dedo. Se puso el celular en la oreja y dijo:

─Ho-ho-hola─.

─¡¡Te estoy llamando… cabrón… ¿Por qué no me contestas?!!─. Dijo la madre de Gabriel, llamada Érika, con voz fuerte, al grado que el pañal abierto con el que durmió el joven, si pudiera escuchar teniendo vida, también se sorprendería.

─…

─¡¡Claro… sabes bien lo que hiciste!! ¿Verdad estúpido? Ni me vayas a salir con que no, jovencito mediocre, porque tu vecino me acaba de decir que le aventabas pañales sucios, que no se si los usaste tú, pero iban con popó. Lo sabe porque captó en vídeo cuando los pañales sucios salieron volando de nuestra casa ahí por el jardín─.

─…

─¿Por qué hiciste eso? ¿Usaste pañales para hacerte encima como un bebé? ¿Qué pasa contigo?─. Repuso la señora Érika, con su mismo tono molesto y llena en duda.

─Mmm pues no sé, es que no se…

─¡De verdad Gabriel, ya estás grande! ¡Nunca pensé que me fueras a hacer ese tipo de estupideces. ¡Te repito, ya estás grande!

─…

 

Así como el joven Gabriel no decía nada, la señora Érika no dijo nada en casi tres minutos, los dos se mantuvieron con el celular al oído.

─…

Luego la mujer dijo:

─¡Te quedas en la casa y no quiero que te me vayas a cualquier parte. Te encierras ahí y esperas a que llegue. Tengo que hablar esto con tu padre, esto tiene que saberlo, porque en parte, tu padre se fue a otro país por todo un año para laborar y esforzarse por nosotros, y tú le respondes con este tipo de mediocridades. Vas de mal en peor. Yo llego hasta la noche!─.

Al colgar, Gabriel sintió ganas de llorar. Ahora solo faltaría el llamado de su padre.

Estaba totalmente acabado, con una serie interminable de castigos por eso que hizo.

 

Y así se fue pasando una hora tras otra…

 

Gabriel caminaba en su casa sabiendo que por la noche, su madre llegaría como una fiera hacia él. Había comido pero por nervios, no disfrutó mucho las comidas guardadas en el refrigerador para esos días en que estuvo solo.

 

En la noche…

 

 

Gabriel escuchó que el auto de su madre se estacionó afuera. Luego oyó el ruido de la puerta del vehículo. Vio la silueta de su madre por las cortinas en las ventanas grandes de la sala, que se dibujaba por la iluminación de las casas y el alumbrado público. Pero le extrañó que su madre tomara ruta por la acera más allá de su casa. Luego la lógica le dijo que se había ido a ver al vecino, por el problema del día.

 

Su corazón latió fuerte por el tiempo que su madre tardó en volver, como veinte minutos.

 

La puerta se abrió retirando los seguros. Era ella. De nuevo se sintió nervioso y tartamudo para querer decir algo extenso.

─¡Ven para acá… joven!─.

Aunque Gabriel caminó con pasos rápidos hacia ella, su madre llegó a su encuentro. No se saludaron de beso como de costumbre.

Gabriel le miraba a los ojos por segundos y luego desviaba la mirada.

─¿Por qué hiciste eso, lo de los pañales?─.

Gabriel bajó la mirada y negó con la cabeza.

─Es que como te dije, no sé… 

─¿Te enfermaste? ¿Te dio malestar estomacal? ¿Perdiste los esfínteres? ¡EH! ¡¡Contesta!!─. Preguntó la señora Érika, presionando con tono histérico, sintiendo las ganas de bofetear a su joven, quien le había heredado muchas de sus características faciales.

Gabriel pensó en decir lo que planificó mientras llegaba la noche; surtiera efecto para ayudarle o no, sería de intentarlo. Luego dijo:

─Es que pasó eso, porque vino un amigo, y se puso a hacer locuras…

La señora Érika se sintió terriblemente ofendida y le dio una bofetada fuerte, provocando que Gabriel ni la viese venir. El joven volteó su hermoso rostro hacia la derecha, con los dedos marcados. Empezando a lagrimear…

─¡NO ME MIENTAS! ¡Te creería que hubiese llegado uno de tus TANTOS amigos que tienes… hijo… pero da la casualidad que en toda tu vida, nunca has sido tan amiguero, tu vida sencilla ha sido reservada, al único amigo que te conozco es a Fabricio, y eso él de vez en cuando viene, porque te insisto en que traigas amistades. De ahí no te gusta mucho estar con otros, huyes de los desastres estúpidos que ocasionarán problemas. Esto de los pañales no lo hiciste con otro, ni alguien vino a hacerlo. Eso lo hiciste tú solito, por gana tuya y estupidez tuya que se te vino a la mente, no sé de dónde─.

Gabriel no supo que decir, no podía pensar si lo que planeó para usar como excusa fue bueno o malo. Seguido su madre le dijo de nuevo:

─¿Dónde están esos pañales?─.

El joven sintió casi un paro cardiaco. Ahora querían ver sus pañales. Era el fin.

─En mi cuarto─. Dijo en seco.

La señora Érika le dio un empujón sacándolo de su camino. Se fue casi corriendo al cuarto de su joven hijo. Al llegar, abrió los cajones, regando la ropa como loca, luego gritó:

─¡¡BINGO!!

 

La señora Érika vio la bolsa de pañales para adultos, con un pañal sin usar.

─¡Gabriel ven para acá ahora mismo!─. Dijo ella.

 

El joven se fue hacia su cuarto, caminando rápido. Al llegar, su madre dijo:

─Así que es más que cierto… no sabes cuánto enojo siento, hijo, quiero en verdad darte unos azotes, pero con unos cursos que llevé, dijeron que no gano nada con hacerlo. Quiero reservarme las ganas, pero sí voy a castigarte, esto no se va a resolver con solo ponerte a lavar trastes un mes. Ahora mismo vas a hacer esto: vas a ir a casa del vecino, el señor Joshua, donde cayeron tus pañales sucios, y vas a ir a recogerlo. ¡Así es! Tus pañales sucios con popó ahí siguen, me dijo que no los recogió. Quiero que vayas a recogerlos y te de vergüenza. ¡Hijo no sabes la vergüenza que me dio, la humillación que sentí al entrar hace ratos a la casa del vecino y que me mostraran los pañales sucios, tirados en su patio y en su techo. ¡Ve tú mismo a sacarlos, a ofrecer disculpas y sin tardarte.

Al terminar de decir todo eso, la señora Érika tronó los dedos para que su amado joven con actos “absurdos para ella” se movilizara.

Así que Gabriel se fue en marcha a la casa del vecino.

Salió de la suya, deteniéndose al ir por la acera. Claro que sentía vergüenza, era humillante tener que tocar la puerta del señor Joshua y pedirle permiso para entrar a sacar todo lo que arrojó. Pero no tenía opción.

 

La señora Érika se llevó con ella el pañal que su hijo no uso. Lo envolvió bien en su bolsa de marca y lo metió en sus cajones de ropa. Se quedó pensando que debía investigar todo lo posible sobre esos actos de usar pañales. 

 

Cuando Gabriel llegó a la casa del señor Joshua, tocó la puerta.

Dentro se escuchaba ruido, las personas que vivían en esa  casa comían pizza. De pronto, una chica, de edad adulta y joven, le abrió.

─Diga─. Dijo ella.

─Buenas noches. Vengo para limpiar lo de los pañales─. Dijo Gabriel, con mucha pena, reconociendo lo bien de la emisión de su mensaje, pues no se puso tartamudo por los nervios.

─Espera…

La chica cerró su puerta y habló por unos minutos con sus familiares. Luego en lugar de la joven, llegó el señor Joshua, vestido con su ropa para dormir, pues el hombre era una persona ermitaña de cuarenta y seis años, de los que dormían por placer.

─¡Oh bien, joven… sabía que fue usted!─. Dijo el hombre.

Gabriel no le vio a los ojos, era evidente su vergüenza. Y le dijo:

─Lo siento.

─Escucha, los pañales sucios que usaste, están en mi jardín. Uno está en el techo todavía. Puedes pasar a levantarlos para que tú mismo te hagas cargo de llevártelos y desecharlos como es lo correcto─. Repuso el señor Joshua, con tono muy gentil.

Después de eso, Gabriel  caminó por el interior de la casa. Ahí mismo apareció la joven que le atendió. Ella era la hija primera del señor Joshua. Condujo a Gabriel hacia el jardín. Antes de llegar, el joven pensaba en su raro gusto hacia esas cosas: los pañales, pero no eran pensamientos prometedores, sino ideas que le hacían reconocerse como alguien fuera de órbita en la mente.

Al llegar al jardín, las personas afectadas fueron cordiales en darle una bolsa al joven que causó todo eso. Gabriel la tomó y con sus manos, para no dilatarse más, sostuvo el pañal sucio, el que aún estaba hecho bola, y lo echó dentro de la bolsa. Luego se fueron caminando hacia el techo. Subieron y Gabriel volvió a repetir el acto. Por toda la casa estaba invadido el aroma a pizza, el joven sentía antojo, pero la pena por tener que limpiar su propio acto le esfumaba cualquier antojo real o caprichoso.

Cuando estuvieron en la puerta, apareció el señor Joshua, y le dijo al joven con tono burlón:

─¿Tu usas pañales?─.

Gabriel no le mostró ninguna sonrisa. Solo esperó que le cedieran la salida, y continuando con atender su derrota, le dijo a su vecino:

─En verdad lo siento, señor Joshua, no se volverá a repetir─.

─Eso espero, chico. Vuélvete mejor persona, y el mundo te sonreirá en todos los aspectos de tu vida─. Dijo el hombre.

El joven afirmó y en pasos veloces, desapareció de la vista de sus vecinos.

 

Al llegar a su casa, entró y ahí estaba su madre de nuevo en la sala, mirándole molesta. La señora Érika puso la mirada en la bolsa donde iban los productos sucios.

─Quiero verlo─. Dijo ella.

Gabriel no dijo nada y le mostró la bolsa, abriéndola. Los pañales iban manchados de tierra, con la capa de algodón con color oscuro, como si hubiesen absorbido lodo. La señora Érika vio que eran los mismos pañales y entonces le dijo que se fuera a tirarlos en su bote de basura del patio del fondo.

─Pudiste haber hecho bien eso, desecharlos en el lugar correcto sin causar problemas. Pero eres tan bruto─. Dijo ella. 

Gabriel no dijo nada. Se fue a tirar eso.

 

Después de tirar los pañales en el bote de la basura, Gabriel se fue a su cuarto, pues su madre ya no dijo nada ni quería verlo.

Se acostó en su cama hundiendo la cara, afirmando que no pensaría nunca más en los pañales para no volver a hacer aquello, mejor aún, no ponerse ninguno.

La señora Érika se mantuvo pensando unos largos minutos, casi una hora entera. Luego recordó que debía buscar la forma de darle un escarmiento a su amado hijo, no quería quedarse con las ganas, pero quería el correcto para no fallar. No tenía ni idea de qué cosa era el hecho de ponerse pañales por simple gusto. Por lo que pensando positivamente, se puso a buscar en internet. Se sentó en la mesa con su computadora, leyendo, con mucha tranquilidad, como si estuviera trabajando.

Mientras lo hacía, encontró diversas páginas que indicaban las acciones a tomar si de pronto en la vida, un niño o adolescente presentaba síntomas de regresión en cualquier estilo. La señora Érika quedó impactada con semejante información, le habían esclarecido la mente. Todo concordaba bien: las posibilidades de comportamiento del niño o joven cuando perdía esfínteres o si mostraba atracción hacia objetos infantiles, y luego lo que hacían con esas ganas. Una de las páginas del internet que le atrapó mucho fue una llamada INFANTEX, que se dedicaba a proveer artículos de todo tipo para el tema de mantener a alguien bajo la línea y en contexto. Para no perder los datos de la empresa, se hizo su cuenta con ellos, donde rápidamente recibió correos electrónicos sobre los mejores productos para el hogar.

 

Gabriel se quedó en su cuarto, recostado en su cama, mirando el techo, pensando en todo lo ocurrido en diversas formas, apelando que era más inteligente deshacerse de todo en su bote de basura o en los lejanos situados en la colonia. Por momentos se asomaba para ver a su madre, pero la veía en su computadora en la mesa, bebiendo café.

Al pasar las horas, casi las 11 pm de todo ese día, de tanto buscar y leer, la señora Érika quedó bien informada al respecto. Tenía muchas dudas aún, pero ya había organizado una consulta por video llamada con los agentes de INFANTEX, quedó convencida, con todo lo que le respondieron vía chat se sintió en confianza para ordenar lo que necesitaría dentro de poco, lo mejor era que hacían llegar todo exprés. Eran unos expertos.

 

Gabriel pensó que era bueno seguir con sus propios ritmos de vida. Su mente ya mostraba síntomas de cansancio. Su cuerpo le indicaba que necesitaba un baño. Así que se fue a dar una ducha. En el lugar, puso su ropa con un poco de sudor en la tapa del inodoro y abrió la regadera, sintiendo el agua fría que le erizaba la piel, activando sus sentidos y mostrando lo hermoso de su cuerpo. Lavó bien todo para oler rico, frotando el jabón por sus pompas y retirando su prepucio, su pene era algo que debía lavar de forma excelente para no tener malos olores; era algo incómodo tener muchos bellos largos en esa zona, extrañaba la sensación de una fina piel como cuando era niño.

La señora Érika ya ni fue a hablar con su hijo. Se preparó para dormir como siempre lo hacía en días “normales” en todo sentido. Solamente le recordó a su joven desde la puerta que comiera algo antes de acostarse.

Gabriel afirmó esa idea. El tono en la voz de su madre disminuyó con ese lapso de tiempo, e intuyó que ella ya estaba mejorando en su molestia. Eso le dio tranquilidad para comer tranquilamente algo del refrigerador, y calentó pescado empanizado y un poco de sopa.

Una vez con el estómago lleno, se fue a acostar. Se quedó pensando mucho antes de conciliar el sueño. Bajo las sábanas pensaba en los pañales, el gran problema en que le metieron. De tanto analizar si lo hizo bien o mal, se quedó dormido, como un bebé sin nada de pañal ni nada de contexto.

 

La señora Érika también se quedó pensando unas dos horas más, teniendo las imágenes en su mente de los modelos en las revistas, las fotos bien tomadas de otros chicos y chicas con ciertos tipos de prendas. Al final afirmó que eso era lo que necesitaba en su hijo…



Capítulo 1 ↠