Capítulo 1
Parte 1
Olores a café y a humedad
En una
comunidad llamada Tolutla habitaban un total de 500 personas, todas las casas
tenían su distancia y las personas eran más que unidas, siempre que había un
problema que pudiese alterar la paz de todos, se alzaban algunas marchas para
resolver el problema o informar a todos; de la misma forma muchos acostumbraban
a contar los hechos de forma escandalosa, así fuera lo más sencillo; en la
comunidad de Tolutla no podían haber secretos, porque los árboles, los cerros y
paredes podían escuchar. Lo bonito de la comunidad en Tolutla eran los grandes
sembradíos de café por algunos rincones, solo eran tres fincas las más
populares, pertenecían a una familia constituida por un bonito chico llamado
Mauricio, de 11 años y medio de edad, delgado, piel moreno claro, orejas
amplias y cabello negro lacio, con corte en forma honguito. Su hermano Carlos,
de diez, también delgado, con piel casi blanca como su madre, orejas amplias,
cabello muy corto. Los padres de nombres Celia y Jorge; ellos eran jóvenes de
casi 40 años, altos y robustos, no caían en el sobrepeso pero sí imponían con
su tamaño; la señora Celia era blanca en su piel, conservaba herencias de sus
ancestros indígenas de la primera Tolutla. Su esposo el señor Jorge, era moreno
claro, de carácter noble y fuerte, honesto, trabajador y padre amigo de sus dos
hijos.
Como
responsables de las tres gigantescas fincas de café, las que aromatizaban toda
la comunidad, la familia entera a diario tenían que levantarse temprano a las
seis de la mañana en medio del frío y la neblina, salir en dirección a los
cultivos para regar las plantas, cuidar que no hubiesen plagas en iniciación y
sacar la basura que las hojas de los cerros hacían caer sobre las protecciones
de alambre.
En
un día domingo, en una mañana de misma rutina, el despertador del celular de
Mauricio sonó para él y su hermano; Carlos inmediatamente se activó en sus ojos
y su mente, se dio unos masajes en sus manos y sus piernas, frotó sus ojos, viendo
las formas del techo, sus focos que tenían envolturas de globo artesanal con
planetas y un sol. Mauricio solamente se quedó somnoliento sin salir de la cama
como su hermano, envolviéndose un poco más las sábanas gruesas que le protegían
su bonita piel moreno claro del frio. Carlos salió de su cama sin problemas,
poniendo en orden su ropa que usaba como pijama; se fue en dirección al segundo
baño de la casa, el que era de ellos dos; sus padres tenían el suyo dentro de
su cuarto.
Cuando
Carlos ya no estaba por ahora, Mauricio se sentó en el colchón, sintiendo ese
repulsivo frío en sus piernas, la tela de su pantaloncillo de dormir estaba de
nuevo empapado, no escurría chorros de humedad pero estaba impregnado ese
fresco frío que no era de sudor, sino de sus naturales necesidades de orinar.
Mauricio le dio dos puñetazos a su almohada, odiaba amanecer así, deseaba que
su sueño no fuera tan denso, para poder despertarse al baño por la noche y ahí
si liberar toda esa carga casi inmensa que le llegaba hasta las rodillas del
pantaloncillo. Odiaba también que solo a él le pasara, a su hermano Carlos no,
él podía salir de su cama sin preocupaciones como ahora, y hasta donde sabía, casi
todos sus amigos en la escuela no se hacían pipí en la cama, o al menos, no
podía mencionarlo, si lo hacía, se volvería el hazme reír.
Seguido,
Mauricio aprovechó para cambiarse la ropa cuando escuchó que su hermano puso
seguro en la puerta del baño, entendiendo que se iba a dar una ducha y con eso
dilataba unos minutos, los suficientes para poder quedarse cambiado listo para
salir al trabajo familiar.
Podría
decirse que Mauricio y Carlos no tendrían que estar en medio de esas labores,
pero les gustaba mucho caminar entre las plantas de café, ver todo su avance,
hablarles así como indicaba su madre para tener conexión con su propia
naturaleza creada y sobretodo, beber con más amor cada porción de café en sus
tazas.