Aromas a ABDL en el cafetal - Parte 2











PARTE 2: 



Entonces, Mauricio se quedó de pie fuera de su cama, con su pantaloncillo aromatizado a pipí, llevando la mancha en sus piernas, como si fueran dos tonos de color en la tela. Con sus oídos de lobo, pudo saber si sus padres estaban cerca en los otros cuartos o en la mesa, al tener serenidad en su casa, rápidamente se dispuso a cambiarse la ropa. Tenía entendido que su pantalón del pijama era el que le delataba con sus padres por los aromas a pipí, así que ese mismo se lo sacó con pocos tirones; primero se lo bajó hasta la altura de sus tobillos, pisoteándolo, casi cayéndose por la falta de equilibrio por su prisa para sacárselo bien, quedándose en su bonito calzón color blanco, el cual tenía unas estampas de Patricio Estrella de Bob Esponja en la parte frontal, igual unas flores al estilo del cielo en la caricatura en toda la zona de sus marcadas pompas. Se tocó la tela del calzón pasando su mano por sus pompas y su pene, encontrando que no estaba tan empapado; luego olió su mano, sintiendo los aromas a pipí. “qué aberración es esto”. Pensó Mauricio ahí mismo, viendo sus bonitas piernas, del mismo color de todo su cuerpo, bien ejercitadas por mucha labor en las fincas.

Así sin el pantaloncillo, caminó rápido hacia su cómoda, la misma que usaba con su hermano. Abrió sus cajones sacando un nuevo pantalón, uno de mezclilla que siempre se ponía para ir al cultivo del café; por ser su prenda de trabajo se hallaba roto de las rodillas, la tela ya ni color tenía, pero era uno de los que le permitía tener facilidad de movimiento para arrastrarse por el suelo si era necesario. Se lo puso y luego se fue a esconder hasta el fondo de la ropa sucia su prenda orinada por la noche, ya tendría el momento para lavarlo a escondidas como los anteriores días desde hacía tres meses con lo mismo.

Volvió al cuarto, rápido compuso su cama como si nada hubiese ocurrido, para que su madre no revisara nada ni palpara. Lo bueno que las manchas de pipí no eran visibles por encima de sus sábanas, pero igual tendría que encargarse de borrar esas evidencias con su mejor aliada: la lavadora; era un repleto fastidio tener que hacer eso, sacar sus sábanas olorosas a pipí, como si fuese un cadáver que ocultar.

Mauricio terminó de vestirse como un buen chico, se echó un poco del perfume que su padre usaba, igual un poco de desodorante; su cuerpo aún no producía aromas en sus axilas ni su sudor era molesto, pero el oler bien era algo bonito en el joven caficultor, en la escuela las niñas de su edad se ponían como locas con solo sentirle esos aromas al momento de su paso, mucho más cuando le veían pasar con sus pasos sigilosos, como si caminara en las nubes, sentían maripositas y muchas cosas lindas, y eso que aún no eran tan pubertas.

 

Mauricio se fue hacia la cocina, saludó a su padre con un breve abrazo, le acarició un poco su cabello, esa era su mejor forma de demostrarle su cariño cada día de la mañana. Su madre apareció caminando, trayendo unos pocos platos desde el fregadero al otro lado de la casa.

─Buenos días hijo─. Dijo ella, asombrándose de que su primer hijito hallase sido el primero en llegar a la mesa después de haberse bañado.

─Buenos días─. Respondió Mauricio, acercando su plato vacío hasta su lugar, donde pronto le pondrían sus raciones de alimento.

Los tres por el momento iniciaron a beber su bebida de la mañana. El señor Jorge y la señora Celia no bebían café a pesar de que lo tenían en abundancia; sucedía que eso mismo les aburría, tanto lo bebían a diario y en cualquier parte para mantener los sabores y la calidad, que sus paladares les pedían otra cosa, como té, arroz con leche, leche chocolatada, chocolate o cualquier cosa líquida de la región, menos café.



Parte 3 ⇥