Aromas a ABDL en el cafetal - Parte 3




Quien sí se había puesto a hacer una de las bolsitas de café al estilo de un té en la olla de barro, fue Mauricio; este bonito chico se había vuelto un adicto a la cafeína, pero solo al que ellos producían, su paladar exigente reprobaba “la calidad” de otros cafés que no fueran el suyo, también su cuerpo le exigía la misma cantidad de cafeína todos los días, tanto para activarse en las mañanas, como en las noches para poder conciliarle el sueño y mantener su vejiga potente, eliminándole todas las toxinas por medio de largas descargas apenas dormido y también en el transcurso de la madrugada.

Mientras Mauricio se quedó esperando que su café liberara todo en la olla, poniéndose negra su porción de agua, miraba su bonito rostro en el brillo del líquido generado por la luz del foco. Pronto llegó su hermano Carlos, también preparado para el día de labor en las tres fincas, con ropa ligera que no fuera tan importante. Carlos igual estaba aburrido del café, por lo que se sirvió una porción de chocolate en su taza.

La señora Celia preparó entonces huevos con chorizo, plátanos fritos, panes con mermelada y unos pocos de plátanos picados.

Todos comieron tranquilamente, hablaban poco, solo escuchaban las noticias en la televisión, de accidentes en otros lados y de repente los resultados de las loterías nacionales.

Cuando bien acabaron, Mauricio se quedó meditando toda su saciedad, disfrutando de la sensación de su estómago lleno; mientras lo hacía, vio en las calcomanías de los plátanos que se comió con queso, tenían letritas en las que se leía: etiquetados en local Platanowsky. Se le hizo cómico leer ese nombre, nunca podría saber si pertenecía a algo en especial, pero por ver que los plátanos iban bien cuidados, seleccionados apenas sazones para su venta, pudo entender que seguro habían personas dedicadas a eso mismo, así como él con el café, su pasión y adicción, había alguien por ahí encargado de cuidar que cada plátano y fruta llegase con mucho tiempo de vida antes de podrirse.

Seguido, la señora Celia se puso de pie, indicando que ya era hora de apresurarse para atender las fincas antes que saliera el sol. Así que Mauricio solo hizo bolita la calcomanía y la echó a la basura, caminando hacia su cuarto para terminar de lavarse la boca para salir, sin olvidar seguir cuidando su cama con su oloroso secreto.

 

Quince minutos después, todos estuvieron listos, los cuatro habitantes llevaban una gran canasta cada uno, para echar la cosecha del café de las tres fincas. Dejaron todo en orden en casa, la señora Celia puso a remojar un poco de frijoles en la olla, al igual que unas verduras desinfectando; y se fueron rumbo al auto, el señor Jorge puso seguro a la puerta y en su sencillo auto, se fueron en ruta a la primera finca, la que bautizaron como “El Paredón”. Carlos y Mauricio iban atrás.

Arrancaron hacia su finca, pasando por las calles de casi toda la comunidad de Tolutla, saludando a casi todas las pocas personas que ya andaban en sus ocupaciones por las calles, porque ellos eran los principales proveedores de café y los que atendían una buena cafetería con buenos platillos para desayunar a primera hora.

 

Al llegar, los cuatro salieron del auto a su ritmo, llevando las bolsas y canastas. La finca estaba cerrada con sus candados y cadenas, en la puerta principal se hallaba el letrero que decía BIENVENIDOS A LA FINCA EL PAREDÓN DE TOLUTLA. Abrieron debidamente, encendieron las luces, aumentando la claridad, aunque todas éstas no durarían mucho, ya que la luz del día no tardaría en venir totalmente.

Los cuatro caficultores ya sabían sus labores, a lo que inmediatamente, sin perder tiempo, se fueron hacia las plantas que a simple vista detectaban ya estaban listas para ser cosechadas. En sus canastas fueron poniendo las semillas del café en sus hermosos colores.

 

En la finca el paredón se llevaron casi dos horas, el sol ya se había manifestado sobre ellos, le iluminaba la piel moreno claro a Mauricio y lo blanco a Carlos, quien casi parecía estar hecho de la masa de las tortillas. La señora Celia fue recolectando las cuatro grandes canastas con las semillas del café, sintiendo esas ricas fragancias, que a pesar de estar verdes, dejaban un rico rastro en el aire.

 

Poco después, los cuatro terminaron con esa finca, regaron bien cada metro cuadrado y les hablaron a las plantas, dándoles los mensajes cariñosos de que debían crecer bien en los siguientes días, para que cuando tocase cosecha fuesen tratadas con el mismo amor y más respeto.

 

De ahí se fueron hacia la siguiente finca, la que respondía al nombre entre los pobladores como Celita.

Hicieron el mismo ritual de llegada, de apertura y cosecha.




Parte 4 ⇥